Un Dios cercano, alegre y en salida
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En camino de misericordia:
un Dios cercano, alegre y en
salida
Diego Alejandro Pérez Múnera
Ensayo, como producto de
la reflexión de los mensajes del Papa Francisco, en torno a la XXXI Jornada
Mundial de la Juventud (Polonia-2016), sobre el tema de la misericordia
realizado
durante el año 2016, la Iglesia Católica llevó a
todos los rincones del mundo y con distintas estrategias
la visión de un Dios amor, de un Padre
que
perdona y abraza en tiempos de dificultad.
Es
clara la respuesta a los signos de los tiempos,
pues
en un mundo golpeado por la violencia, la
indiferencia,
la imperante destrucción del medio
ambiente
y tantos otros factores que irradian al
mundo
de desesperanza; la Iglesia, como Madre y
Maestra,
si bien no puede solucionar tales inconvenientes,
si
se presenta como una voz de aliento,
como
agua en medio del desierto para un mundo
herido
y falto de fe. Solo es necesaria la presencia
de
un Dios de Misericordia, que se conduele del
dolor,
que permea desde la alegría y la esperanza.
Por
ello, el Papa Francisco a través de palabras
improvisadas,
oraciones y homilías de contenido
sencillo
y pedagógico, ha transmitido la imagen
de
ese Padre Misericordioso, que quiere ser imitado.
Precisamente,
este artículo presenta una
reflexión
sobre dichas intervenciones del Sumo
Pontífice,
desde una clave de misericordia leída
desde
la cercanía, la alegría y la actitud de salida;
tres
elementos esenciales que se convierten en el
camino
para una Iglesia llamada a la renovación,
desde
una evangelización que requiere ser dinamizada
y
actualizada al contexto del mundo actual
y
donde cada misionero, desde su profundo amor,
sea
misericordioso como el Padre.
Palabras clave: Misericordia; Cercanía; Alegría;
Salida;
Evangelización.
Funlam
Journal of Students' Research (JSR) | N°. 2 | enero-diciembre | 2017 131
En
camino de misericordia: un Dios cercano, alegre y en salida
Introducción
Es evidente que una de las características con las que debe ser
reconocido ese Dios que profesamos es la misericordia, su capacidad para abrir
el corazón y acoger a todo el que le busca, incluso a quien no le busca, porque
no sabe de Él, porque no le reconoce o simplemente porque está aturdido con
todo el bullicio delmundo.
Pero ese Dios, que es misericordioso por naturaleza, también tiene
otra particularidad que ha sido enfatizada por el Papa Francisco y es
precisamente el Dios con cara de joven, lozano, divertido, soñador, esperanzado.
El Dios cercano, amigo, siempre atento. Y sobre esta visión de un Dios joven y
misericordioso es que gira esta reflexión que a continuación se presenta; no es
más que el eco de las palabras improvisadas o preparadas del Padre de la
Iglesia, en torno a la XXXI Jornada Mundial de la Juventud, realizada en Polonia
y publicada por la Agencia de Noticias Católicas ACI Prensa.
Justamente la novedad de este mensaje se inscribe en la realidad
de un mundo que vive en la más económica decadencia, pero en la que los
hombres, a pesar de sus intolerancias y discordias, se encuentrancon la
esperanza de la fe, de creer en ese ser superior que llena su creación, le
acompaña. Refiere Francisco (2016): “Dios ha llenado nuestro tiempo con la
abundancia de su misericordia, por puro amor ha inaugurado
la plenitud del tiempo” (p. 12); es claro que en medio de tanta tribulación,
la única esperanza es la fe contundente en que quien nos creó no nos abandona,
pues sabe lo que somos y así nos ama.
El Dios cercano
Es evidente esta primera característica del Dios de misericordia:
la cercanía. Es menester indicar que, desde la venida de Jesús al mundo, se
siente con infinita veracidad el perfil de un Dios acomodado a la realidad particular,
que no quiere mostrarse de manera extravagante ni extraordinaria.
Se hubiera esperado que el Hijo de Dios, por esta condición
divina, naciera en la más integral comodidad, de una forma asombrosa para la
humanidad, con todos los reconocimientos existentes y las riquezas posibles.
Pero Él mismo quiso que su forma de venir al mundo, como humano,
se diera en la más absoluta discreción, de la manera más sencilla y humilde
posible; incluso escogió las condiciones más humanamente sencillas para
revelarse. Nosrecuerda Francisco (2016):
Sorprende sobre todo cómo se realiza la venida
de Dios en la historia: «nacido de mujer». Ningún ingreso triunfal, ninguna
manifestación grandiosa del Omnipotente: él no se muestra como un sol
deslumbrante, sino que entra en el mundo en el modo más sencillo, como un niño
dado a luz por su madre (…). Así, contrariamente a lo que cabría esperar y quizás
desearíamos, el Reino de Dios, ahora como entonces, «no viene con ostentación»
(Lc 17,20), sino en la pequeñez, en la humildad. (p. 12).
Esa pequeñez y humildad es la que hace a ese Dios cercano, porque
es recocido por la gente como propio,
como amigo, como familiar; su venida modesta no es más que la confirmación de
que no quiere que le miremos como un ser extraño, alejado, superior, a quien se
le deba rendir pleitesía y a quien incluso se le tema.
Él quiso y, aún quiere, ser visto como amigo, consejero, padre.
Aquel que escucha, perdona, ama, acompaña, reprende con cariño, nunca abandona.
Y esta postura es tan propia para estos tiempos de desesperanza en donde es
menester ver a ese Dios cercano.
Ahora bien, esta cercanía no sólo se refleja en su manera de
nacer, sino en su vida pública. Nunca lo vieron con los poderosos, los ricos,
los grandes; no, Él prefería las calles, para compartir con su gente, se
sentaba a la mesa con los pobres, los olvidados,
los necesitados. Así las cosas, el Dios de misericordia rompe los
muros de la distancia y establece con su pueblo una comunión eterna, aquella
que se prefigurara en las Bodas de Caná.
Sin embargo, el agua transformada en vino en
la fiesta de la boda es un gran signo, porque nos revela el rostro esponsalicio
de Dios, de un Dios que se sienta a la mesa con nosotros, que sueña y establece
comunión con nosotros. Nos dice que el Señor no mantiene las distancias, sino
que es cercano y concreto, que está en medio de nosotros y cuida de nosotros.
(Francisco, 2016, pp. 12-13).
Y fue tan definitivo su estilo de vida, que dicha cercanía la tomó
como parte del perfil de aquellos que escogería para que le siguieran; sus
primeros discípulos, los de ayer, los de Galilea; sus demás seguidores, aquellos
que después de Pentecostés recorrieron los caminos polvorientos y visitaron los
lugares más inhóspitos; y los de hoy, consagrados por su gracia.
Todos ellos caracterizados por la sencillez, donde radica el amor.
Él no escogió a los más inteligentes, a los mejores hablantes, a los más
seguros de sí mismos, a los más ricos y poderosos. Él tomo al humilde pescador,
al tartamudo, al miedoso, al débil y lo hizo porque, como indica Francisco
(2016): “Los pequeños hablan su mismo idioma: el amor humilde que hace libres.
Por eso llama a personas sencillas y disponibles para ser sus portavoces, y les
confía la revelación de su nombre y los secretos de su corazón” (p. 13).
Todo lo anterior, es simplemente la muestra o la cuota de ese Dios
misericordia, que quiere ser buscado sin miedos, sin distancias. Él desea que
se le busque como amigo que escucha, como a padre que perdona, como propio, no
extraño; porque la
misericordia, innegociablemente, debe estar impregnada de cercanía.
Y esa cercanía, además, se refleja en esa preocupación de Dios por
hacerse visible en la cotidianidad, en la realidad, en el dolor, en lo simple;
Dios misericordia se hace presente y doliente. Así las cosas, lo anterior se
convierte en el primer llamado que nos hace ese Dios Misericordia, esa parte
que nos pide en la construcción de su Reino; quienes le seguimos, quienes le
proclamamos, quienes le vivimos, estamos exhortados a ser misericordiosos como
el Padre a partir de la cercanía, de la preocupación por el otro; de ponernos,
como tantas veces decimos, en los zapatos del otro, de caminar de la mano
del otro.
Ese es el llamado que hace Dios a su Iglesia: “escuchar,
comprometernos y hacernos cercanos, compartiendo las alegrías y las fatigas de
la gente, de manera que se transmita el Evangelio de la manera más coherente y
que produce mayor fruto” (Francisco, 2016, pp. 13-14).
El Dios alegre
El Dios misericordia, además de su cercanía, refleja otro
importante sentimiento que tiende a asociarse con la juventud: la alegría. Esa
posibilidad de disfrutar la vida, de sentirse pleno, realizado, tranquilo,
lleno de gratitud. Y esa característica la tuvo Jesús en su vida pública; un
hombre siempre sonriente, de actitud positiva y apariencia jovial, porque lo
joven no debería medirse por los años, sino más bien por una forma de vida que
atraiga, genere movimiento, revolucione; nadie seguiría a un Dios triste,
desesperanzado, afligido.
Esa alegría debe ser el sello de todo cristiano, la marca que le
caracterice ante el mundo; sería poco coherente seguir al Dios de la alegría, y
estar tristes, desesperados, afligidos. El Evangelio se hace vida y por tanto
se debe transmitir esa misma alegría que el Padre irradia. Así las cosas y como
otro llamado de atención, es fundamental que la misión de la Iglesia se rejuvenezca,
se cubra de lozanía, se llene de alegría, para llevar, a quien lo necesita, la
esperanza de la vida; quien es alegre es misericordioso, porque sabe compartir
con el otro su situación, sin caer en el dolor que solo estanca.
Por todo lo anterior, la misericordia siempre se hace vida, en un
corazón que se entrega y comparte, desde la alegría y no desde la lástima, la
limitación del otro, su necesidad, su angustia, su carencia; en sí, no hay ruta
más precisa que las mismas obras de misericordia, no inventadas por la Iglesia,
sino experimentadas y enseñadas por el mismo Jesús.
Él, en su humanidad, visitó los enfermos sanando los cuerpos y
liberando las almas; dio comida y bebida al necesitado, reflejado en la
muchedumbre que presenció la
multiplicación de los panes y los peces; consoló a los tristes,
incluso en su camino al calvario cuando era Él quien necesitaba alivio; dio
posada al peregrino, acogiendo a tantos que eran rechazados; enseñó al que no
sabía, orientando con sus palabras.
En sí, la misericordia que se nos pide no ha de ser inventada, ya tenemos
el camino, la experiencia, basta con darnos, desde la alegría, a quien nos
espera. Dice Francisco
(2016):
Un corazón misericordioso sabe ser refugio
para los que nunca tuvieron casa o la han perdido, sabe construir un ambiente
de hogar y familia para aquellos que han tenido que emigrar, sabe de ternura y
compasión. Un corazón misericordioso, sabe compartir el pan con el que tiene
hambre, un corazón misericordioso se abre para recibir al prófugo y al
migrante. (p. 17).
Por otro lado, el Papa también recuerda que en ese perfil de
evangelizadores, de seguidores de Cristo, de verdaderos cristianos, además de
la cercanía, expuesta desde lo sencillo y lo humilde, está la alegría, aquella
que debe producir el estar del lado del que todo lo puede, del único consuelo,
de la verdad tangible, del camino inequívoco.
Francisco (2016) usa una imagen, la de los jubilados, para hablar
de aquello que no
quiere Dios, cristianos ya cansados, derrotados, desilusionados de
la vida; Dios quiere que su pueblo, joven, reitero no en términos de edad, no
se jubile a destiempo, sino que siga su camino, irradiando la felicidad del
Evangelio:
Me genera dolor encontrar a jóvenes que
parecen haberse «jubilado» antes de tiempo. Esto me duele. (…). Me preocupa ver
a jóvenes que «tiraron la toalla» antes de empezar el partido. Que están «entregados»
sin haber comenzado a jugar. Me duele ver jóvenes que caminan con rostros
tristes, como si su vida no tuviese valor. Son jóvenes esencialmente
aburridos...y aburridores, que aburren a los otros; y esto me duele.
(Francisco, 2016, p.18).
Y ese dolor radica en que el Evangelio no tendría sentido si su
efecto no fuera la alegría, la esperanza, la fe en un Dios misericordia que se
deja ver, que se revela en los hermanos.
Pero nada hace un cristiano, cuando habla de Dios, con la boca
llena de palabras, pero el corazón lleno de dolor y de amargura; es claro que
todos tenemos angustias, momentos de sinsentido, dificultades que afloran la
tristeza, pero es necesario reconocer que ese Dios que seguimos es quien
fortalece, anima, ofrece esperanza, da pasión a nuestra vida.
Lo anterior indica que, en este camino de evangelización, de misión,
de salida, la alegría puede verse comprometida por los miedos propios del ser
humano, que se cae, comete errores, fracasa; el asunto, y lo reitera Francisco
(2016), es no quedarse en el suelo, sino levantarse, recibiendo el apoyo de
Dios, que es quien da la gracia para seguir caminando:
Los alpinistas, cuando salen a las montañas,
cantan una canción muy bella, que dice así: en el arte de salir lo importante
no es caer, sino no permanecer caído. Si tú eres débil, si tú caes, mira un
poco alto y verás la mano tendida de Jesús que dice, ¡Levántate! ¿Y si lo hago
una vez más?, otra vez, y ¿si caigo otra vez?, te levantas.(…). La mano de Jesús
está siempre para levantarnos. (p. 19-20).
El Dios en salida
En este camino de la misericordia, otra característica infaltable
es la actitud de salida, en tanto para ofrecer soporte a quien lo necesita se
debe buscarle; Jesús no les dijo a sus enviados: quédense en las Sinagogas, prediquen
desde sus casas, no. Él los envío en salida, los invitó a caminar por el mundo,
a salir de sus casas, de sus intereses, de sus comodidades y a convertirse,
como bien lo enseñó, en siervos. La invitación es clara: no seguir cerrando las
puertas, como los discípulos después de la partida de Jesús, sino ponerse en
salida, llenos de Espíritu, como también lo hicieron los discípulos después de
Pentecostés. Recuerda Francisco (2016):
Jesús envía. Él desea desde el principio que
la Iglesia esté de salida, que vaya al mundo. Y quiere que lo haga tal como él
mismo lo ha hecho, como él ha sido mandado al mundo por el Padre: no como un
poderoso, sino en forma de siervo (…). (…) mientras que los discípulos cerraban
las puertas por temor, Jesús los envía a una misión; quiere que abran las
puertas y salgan a propagar el perdón y la paz de Dios con la fuerza del Espíritu
Santo. (p. 31).
Lo anterior, debe tenerse muy presente en el camino de la
evangelización, en tanto una de las dificultades, o como lo expresa el Sumo
Pontífice “Tentaciones”, de todo
misionero, en especial los consagrados, es esa actitud de
encierro, de ensimismamiento, de comodidad. Al parecer nos da miedo salir al
encuentro, ir en búsqueda, donarnos completamente; por una parte, el miedo
normal del ser humano a enfrentar situaciones
difíciles, que incluso ponen en riesgo la vida y más cuando se
trata de hablar de Dios en un mundo tan indiferente y, por otro lado, en
algunas ocasiones nos mueven los intereses, la comodidad, la misma indiferencia.
No obstante, es necesario atacar dicha tentación, y como lo indica Jesús,
ponerse en camino, salir de estado “Sí mismo” para ponerse en estado “Otro”:
Pero la dirección que Jesús indica es de
sentido único: salir de nosotros mismos. Es un viaje sin billete de vuelta. Se
trata de emprender un éxodo de nuestro yo, de perder la vida por él (cf. Mc
8,35) (…). Por otro lado, a Jesús no le gustan los recorridos a mitad, las
puertas entreabiertas, las vidas de doble vía. Pide ponerse en camino ligeros,
salir renunciando a las propias seguridades, anclados únicamente en él.
(Francisco, 2016, p 31-32).
Por otro lado, en ese abrirse al otro, ponerse en camino, estar en
actitud de salida, es necesario poner la disposición, la entrega desde el amor,
la ternura de Dios. Nada gana la Evangelización con misioneros en salida, pero
amargados, indiferentes, ásperos. El misionero, ante todo, debe ser el rostro
de Dios, un rostro, como se ha dicho, joven, tierno, amable, interesado,
sensible, siempre disponible para derrochar
misericordia.
El mismo Francisco (2016), al responder la pregunta de qué es lo
que espera Jesús de cada misionero, indica que:
Quiere corazones verdaderamente consagrados,
que viven del perdón que han recibido de él, para derramarlo con compasión
sobre los hermanos. Jesús busca corazones abiertos y tiernos con los débiles,
nunca duros; corazones dóciles y transparentes (p. 32-33).
Todo lo anterior, busca que la Iglesia, con la ayuda de sus
servidores, siempre esté dando respuesta a los signos de los tiempos; no puede
ser estática, sino dinámica, siempre atenta y despierta. Esta es la misericordia
que enseña el Padre, darse desde el amor. Francisco (2016) expresa que “nuestra
respuesta a este mundo en guerra tiene un nombre: se llama fraternidad, se
llama hermandad, se llama comunión, se
llama familia” (p. 43).
La Iglesia no se puede pasar la vida predicando sin actuar, pues
no tendría sentido
ese mensaje de Jesús, hecho vida por él mismo durante sus 33 años
de existencia, debe ser también hoy experimentado desde el compromiso, la
renuncia, el encuentro con el otro. Jesús hoy, como al paralítico de su tiempo,
nos dice: “levántense y caminen”; eso solo significa dejar la comodidad, los
miedos, las inseguridades, el egoísmo, la parálisis, para poderle seguir y
amar, por medio del hermano necesitado; “La parálisis nos va haciendo perder el
encanto de disfrutar del encuentro, de la amistad; el encanto de soñar
juntos, de caminar con otros. Nos aleja de los otros, nos impide
tender la mano” (Francisco, 2016, p. 44).
Todo lo anterior es un reto del cristiano, de aquel que sigue al
Señor del Riesgo, que espera salgamos dela comodidad, del confort, de la
seguridad; Francisco (2016), es claro en exhortar para que todo cristiano, con
su trabajo, con su esfuerzo, con su entrega, deje huella, deje su cuota en la
construcción del Reino:
no vinimos a este mundo a «vegetar», a pasarla
cómodamente, a hacer de la vida un sofá que nos adormezca; al contrario, hemos
venido a otra cosa, a dejar una huella. Es muy triste pasar por la vida sin
dejar una huella. Pero cuando optamos por la comodidad, por confundir felicidad
con consumir, entonces el precio que pagamos es muy, pero que muy caro:
perdemos la libertad. (p. 45).
La invitación es clara, Jesús espera misioneros en salida, que
ante todo sean valientes, en tanto deben renunciar a un mundo de placeres y
comodidades, para vivir con el otro, desde la misericordia, el amor de Dios.
Evangelizar es además de predicar la Buena Nueva y de hacer vida
la presencia de Dios a través de los sacramentos, contagiar de la alegría de
ese Dios misericordia que no abandona a este mundo de dolor:
Para seguir a Jesús, hay que tener una cuota
de valentía, hay que animarse a cambiar el sofá por un par de
zapatos que te ayuden a caminar por caminos
nunca soñados y menos pensados, por caminos que abran nuevos horizontes.
(Francisco, 2016, p. 45).
Conclusiones
En últimas, el mensaje del Papa Francisco, se convierte en un
llamado de atención para todos los misioneros del hoy; es una exhortación a
renovar la evangelización, sus recursos, estrategias, lenguaje.
No es cambiar el mensaje, es simplemente dinamizar la forma de
transmitirlo.
• Para ello, Jesús nos invita, a través del Papa Francisco, a:
• Ser misericordiosos como el Padre, a través de la cercanía: “Señor,
lánzanos a la aventura de la misericordia, a la aventura de construir puentes y
derribar muros (…), lánzanos a la aventura de socorrer al pobre, al que se
siente solo y abandonado, al que ya no le encuentra sentido a su vida”
(Francisco, 2016, p. 20).
• Ser misericordiosos como el Padre, a través de la alegría: “capaces
de contagiar alegría, esa alegría que nace del amor de Dios, la alegría que
deja en tu corazón cada gesto, cada actitud de misericordia” (Francisco, 2016,
p. 45)
Ser misericordiosos como el Padre, a través de una actitud en
salida: Ir por los caminos siguiendo la ‘locura’ de nuestro Dios que nos enseña
a encontrarlo en el hambriento, en el sediento, en el desnudo, en el enfermo,
en el amigo caído en desgracia, en el que está preso, en el prófugo y el
emigrante, en el vecino que está solo (Francisco, 2016, p. 45).
Referencia
Francisco. (2016). Francisco en Polonia. Lima, Perú: ACI Prensa.
Recuperado de:https://www.aciprensa.
com/ebooks/PapaenPolonia.pdf
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