Las muertes de Dios. Ateísmo y espiritualidad, Editorial Trotta, Madrid, 2018 de Juan Antonio Estrada.

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Ha aparecido en Tendencia de las Religiones el comentario al libro  Las muertes de Dios. Ateísmo y espiritualidad, Editorial Trotta, Madrid, 2018 de  Juan Antonio Estrada. El comentario lo hace Juan A. Martínez de la Fe.

Por su importancia y claridad lo pongo íntegramente.



Asistimos a las múltiples muertes de Dios

El ateísmo y la espiritualidad renacen con nuevas expresiones 


Estamos asistiendo a la muerte de Dios en la filosofía, a la muerte del Dios del Antiguo Testamento, a la muerte en la cruz de la encarnación de Dios, a los intentos de sustituir a Dios por espiritualidades religiosas. Todas son imágenes de Dios que ocultaban el misterio de una realidad que se nos esconde, y que dejan sin respuesta cuestiones fundamentales como la propia existencia de Dios, el problema del mal o el innato deseo de trascendencia. Por Juan A. Martínez de la Fe.




Cuando se habla de la muerte de Dios, irremisiblemente nos vemos transportados a la frase de Nietzsche, ya muy popular. Y si se pretende ahondar en la idea, nos encontramos con la muerte de la imagen de Dios, pero no de Él, aunque no se pueda definir quién o qué sea este Él. 


  
Juan Antonio Estrada ha abordado el tema en un libro no solo profundo, sino, también, muy bien estructurado (Las muertes de Dios. Ateísmo y espiritualidad, Editorial Trotta, Madrid, 2018). Y no habla ya de la muerte de Dios, sino que nos lleva al plural, las muertes, pues no hay una sola, según sea el prisma desde el que se plantee la cuestión. 
  
Con un estilo claro, conciso, donde no sobra ni falta una palabra, Estrada nos conduce a un planteamiento concienzudo de un tema tan en boga, tan objeto de debates, en una sociedad que ha decidido prescindir de la divinidad, de la trascendencia, sin hallar un sustituto capaz de dar respuestas a las preguntas últimas del sentido. 
  
Cambios ideológicos 

  
En un primer paso, el libro se centra en los cambios ideológicos que han facilitado la crisis de la fe en Dios, partiendo de las distintas aportaciones de las corrientes filosóficas. 

Se le ha expulsado, inicialmente, desde el ámbito de la experiencia, relegándolo a solo una idea regulativa de la razón o como un postulado de un sentido indemostrable. 

Y es, como no podía ser de otra forma, Kant el filósofo analizado; con él, finaliza la teología natural, que pretendía demostrar la existencia de Dios; y va más allá, planteando la imposibilidad de conocer la esencia y los predicados de la divinidad. 
  
Evidentemente, Kant no desarrolló una filosofía de la muerte de Dios, no. 

Pero sí puso las bases del sistema de autonomía del hombre que llevó a la crisis de la metafísica, del teísmo y de la fe religiosa.

El ser humano nunca podrá decir que ha llegado a lo último, a lo absoluto y, si por un imposible lo lograra, no podrá identificarlo con el Dios de las religiones monoteístas. 



  
Tampoco es ya válido el argumento a favor de su existencia, de que lo necesitamos para dar sentido: esa necesidad no demuestra su existir. 

En el fondo, a Kant lo que le interesa es cómo vivir moralmente,  seguir el mandamiento del amor al prójimo y el respeto a la dignidad humana inscrito en nuestra propia naturaleza. 
  
Y concluye Estrada: Para Kant lo esencial no es la relación con Dios, sino con uno mismo y su conciencia del deber. Y si la moral es vinculante, exista o no Él, no parece lógico vincular la creencia en Dios y las exigencias morales. Es una muerte de Dios, filosófica sí, pero muerte por innecesario. 
  

A Kant le sigue Hegel que, tras la expulsión de Dios de la experiencia, propició la idea de apropiarse y secularizar los contenidos cristianos, poniéndolos al servicio de la razón. 


Busca el filósofo dar un nuevo fundamento a la moral y al sentido de la vida, partiendo de la presencia divina en lo humano. 

Bien lo explica Estrada: “Hegel asume el reto de Kant y busca dar un nuevo fundamento a Dios, a la moral y al sentido de la vida. 

Su punto de partida es la presencia divina en lo humano y asume la deidad interior agustiniana, la inmanencia radical del maestro Eckart y el panteísmo de Spinoza”. 



  
Dentro de una línea hacia la no-dualidad, estima que el dualismo hombre-Dios solo es una mera representación porque, en el fondo, la verdad última es la unidad entre el hombre y Dios, es decir, no hay más que Dios en lo humano. 

Y en su estudio Fe y saber plantea la muerte de Dios: Dios muere el viernes santo, pero no es un proceso que tiene aquí su fin, muy al contrario, el proceso se invierte y Dios se conserva en este proceso. Dios muere en el Cristo de la cruz y el hombre en el individuo crucificado. ¿Y qué decir de la moral? El mal solo es producto de la falta de saber, algo que, por otro lado, es un estadio necesario del progreso. 
  

Teología y antropología 
  
La muerte del Dios antropomórfico es la que plantea Ludwig Feuerbach. 


Para él, tras la teología se encuentra la antropología, para la que Dios no deja de ser una proyección humana.

 “Había que pasar de la teología a la filosofía y de esta a la antropología. La sustitución del teísmo por el humanismo se consumó en un nuevo contexto, marcado por el escepticismo crítico ante las construcciones hegelianas”nos dice Estrada. 

Para Feuerbach, no es el hombre el creado a imagen y semejanza de Dios, sino que es éste una construcción humana en la que se proyecta. 

Y siendo para él la sexualidad y la política las dos dimensiones antropológicas de su materialismo naturalista, hay que superar la teología con la ciencia, el arte, el encuentro sexual y la política. 
  
Este paso no carece de consecuencias. La humanidad, como macrosujeto, es una alternativa a la religión, que se ve debilitada por la muerte de Dios, abocando al hombre a buscar referentes absolutos que ocupen su puesto. 


Estrada nos dice que tiene razón Feuerbach cuando afirma que la búsqueda de Dios es subjetiva y proyectiva, pero no es verdad que nuestro deseo de Dios demuestre que no existe al ser una creación nuestra: la pervivencia de las religiones en la historia no demuestra la existencia de Dios, ciertamente, pero sí es un indicio de una necesidad natural en el hombre que busca a la divinidad. 
  
Pero es la frase de Nietzsche Dios ha muerto la que ha gozado de amplia difusión. 

Este filósofo dio un paso más: ataca al Dios moral, que, según él, mantenía al ser humano en la minoría de edad, y ataca a la divinidad sobrenatural que enajenaba al ser humano de lo terreno y de lo histórico. 
  
Nietzsche impugna la moral universal, racional y desinteresada de Kant y descalifica la concepción dialéctica de la historia de Hegel.

 La muerte de Dios nos priva del referente último para la verdad y el bien, de donde se sigue el nihilismo ontológico, el escepticismo cognitivo y la subjetividad de la moral; en última instancia se recurre al decisionismo subjetivo. 
  
Estrada:

 “Nietzsche inspiró la postmodernidad con su denuncia de la no fundamentación última de los valores cognitivos (en torno a la verdad), morales (acerca del bien) y estéticos (sobre la belleza). Había que asumir el vacío de los valores (nihilismo pasivo) y construir creativamente alternativas (voluntad de poder y nihilismo activo)”. 

En definitiva, la crisis de la metafísica, que arrastra a la religión, conlleva la muerte del dios de los filósofos, del teísmo filosófico. 

  
El último paso del autor en esta su presentación de la muerte del Dios de los filósofos, nos viene de la mano de Heidegger, con su crítica al Ser supremo de la teología filosófica y del cristianismo; una filosofía crítica que hizo plausibles el ateísmo y el agnosticismo. Heidegger tiene una respuesta para la muerte de Dios: la apertura al ser desde la que se abre el horizonte de lo divino; es el ser quien se pone en lugar de Dios como dador de sentido. Como bien dice Estrada

, “Heidegger está cercano al eslogan de Goethe de que quien tiene filosofía no necesita religión”
  
Con todo lo expuesto, la filosofía ha procedido al primer gran desmontaje de la religión cristiana.

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