Interioridad cristiana

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MARÍA JOSÉ MARIÑO CM "RECUPERAR EL CORAZÓNLA INTERIORIDAD COMO CUESTIÓN HOY" en REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 75 (2016), 161-187


8. INTERIORIDAD ES... INTERIORIDAD-ES


 Cada persona  percibe  su yo en la relación con un tú, quedando involucrada la interioridad. Ser es ser-en- relación.

Visto en positivo, puede ser uno de los accesos privilegiados que nos permite entrar en el mundo interior y, nuevamente en reciprocidad, permitirnos vivir una relación con los demás verdaderamente personal, significativa, una reciprocidad cordial.

La persona es un ser hacia el otro (B. Forte) y se constituye en un “permanente salir de sí mismo para ir al otro, para comprenderlo y asumir su peso, para dar y darse al otro, en la perseverancia de una re- lación fiel. Sólo así la persona se expone, existe, se hace prójimo y se convierte en rostro”.


A su vez, el otro me hace conocerme, susci-tándose así, en reciprocidad, una nueva conciencia de sí mismo, reconociendo otra interioridad y una interioridad más profunda. Sí, el otro me permite entrar en mí, en mi interioridad, de una manera distinta y única, insustituible.


También se da la relación entre interioridad y dimensión social. Sin esta perspectiva, la relación puede quedar, como la misma interioridad, reducida al pequeño mundo del mí-mismo y sus intere- ses.

Por el contrario, cuando el mundo social se vive no como un espectáculo o un mero sucederse de datos indiferentes, sino como acontecer que nos afecta, como historia herida y mundo de rostros, como lugar de solidaridad y justicia, se convierte en espacio de interioridad y trascendencia. Es acceso a la interioridad y, al mismo tiempo, realidad transformada desde la misma.


 Desde la fe cristiana ¿podemos decir algo más sobre la interioridad?

Mirar el corazón de Cristo es adentrarse en el misterio divino y acercarse al más íntimo de su realidad personal: el Amor.
Su interior se abre como acceso encarnado, humanado, al Misterio. En la Pascua, se convierte en el “corazón del mundo” y, desde entonces, todo está traspasado por su presencia viva y vivificante.

La interioridad de Dios se abre para la humanidad en el Hijo y, por Él, en toda la realidad.

El corazón -y su correlato, la interioridad- no nos hablan solamente de la dimensión antropológica. El misterio de la Encarnación y la Pascua lo transfiguran para convertirlo en lugar de encuentro, acceso al Misterio, posibilidad de comunión.

El corazón humano es al tiempo centro personal y espacio de Presencia, lugar de misterio y de comunicación.

Somos seres habitados y la interioridad ya no puede entenderse como subjetividad o identidad que se autoconstituye.

 Entrar en nuestro corazón, interioridad habitada, supone hallar nuestro fundamento en el seno del Misterio mismo, pero este Otro, para el cristianismo, es siempre un Alguien. Por eso, entrar en el co- razón es penetrar en el santuario de la relación y la intimidad amorosa con la Alteridad más radical, con su Vida que se derrama desde nues- tras entrañas por todo nuestro ser.

Ese encuentro, esa mirada, esa palabra silenciosa dicha en el corazón, nos transforma radicalmente. Interioridad se hace ahora acontecimiento de gracia.

 Nuestra interioridad se abre al Misterio  La Trinidad misma nos habita, ciertamente, y nos introduce en su seno: nosotros habitamos en Ella y en Ella nos hallamos todos mutuamente hermanados (cf. Jn 14, 23 y Jn 17). Ahora podemos afirmar que “la interioridad cristiana viene a presentarse como inhabitación trinitaria, es decir, presencia personal de Dios en los creyentes”
.
Atisbando estas cimas, conviene puntualizar algunos aspectos respecto al proceso de interioridad dentro de la tradición cristiana.

 En primer lugar, este movimiento hacia dentro es inseparable de la salida, salida hacia los demás, hacia los caminos, búsqueda del Reino y su justicia (Mt 6, 33).

La fe cristiana viene determinada por una relación, relación personal y cordial, adhesión amorosa y confiada a una Persona: Jesucristo.

 Se traducirá en todas las instancias de la persona, desde su afectividad hasta su actuar libre que, progresivamente, van quedando cristocéntricamente configuradas.


La interioridad cristiana se convierte así en lugar de comunión y fraternidad verificado en el descenso humilde, en la entrega incondicional. La comunión con y en Cristo, el Crucificado Resucitado, se despliega inclusivamente como fraternidad eclesial, se vive en ella como lugar humano que nace de la participación en la interioridad del Señor, participación en su Espíritu.

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