Fiilosofía de la espiritualidad Wittgenstein 11
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El Búho No 17
Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía.
Publicado en www.elbuho.aafi.es2019
FILOSOFÍA DE LA ESPIRITUALIDAD
Antonio Sánchez Millán ansamillan@gmail.com 61-78
El Búho No 17
Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía.
Publicado en www.elbuho.aafi.es2019
FILOSOFÍA DE LA ESPIRITUALIDAD
Antonio Sánchez Millán ansamillan@gmail.com 61-78
11. Pero, de eso -dicen- no puede hablarse. Solamente mostrarse. Pues se trata de experiencias que hay que experimentarlas.
Únicamente entiende el que ha vivido algo de eso, activamente, o bien, como demanda. Si es muy fuerte su demanda interior, tanto que la hace suya.
Ludwing Wittgenstein sabía. “De lo que no se puede hablar, mejor es callarse”.
Lo cual significó, para toda la pléyade de positivistas lógicos, que aquello que no se puede expresar a través de un lenguaje proposicional, no existe o no tiene valor.
Toda una contradicción en los términos, pues te estás “refiriendo” a “algo” que dices que no puedes expresar.
Lo que no significa que no exista o no posea ningún valor en sí mismo. Ya se sabe que los epígonos son, a menudo, más exagerados que el maestro y suelen perder su raíz.
Wittgenstein, sin embargo, recalca que el libro que importa es el que no ha escrito y permanece detrás, o más allá, del que escribió: su Tractatus logico-philosophicus.“Mis proposiciones son esclarecedoras de este modo; que quien me comprende acaba por reconocer que carecen de sentido, siempre que el que comprenda haya salido a través de ellas fuera de ellas. (Debe, pues, por así decirlo, tirar la escalera después de haber subido). Debe superar estas proposiciones; entonces tiene lajusta visión del mundo”.
Para aquel que, a través de su experiencia no reducible a proposiciones lógico-empíricas, accede a alguna faceta de “lo místico”, talesafirmaciones tan lógicas, tan deductivas, que constan en su libro, “carecen de sentido”, el otro sentido.
El más importante, “la justa visión del mundo”. Su trabajo primero habría consistido, pues, en desbrozar, en delimitar lo que se puede decir científicamente, filosóficamente.
A partir de ahí, comenzaría el verdadero problema de la vida, que no es un problema científico o filosófico. (Filosofía entendida, claro, de aquel modo restringido, mental-racional). “La solución del problema de la vida está en la desaparición de este problema. (¿No es ésta la razón de que los hombres que han llegado a ver claro el sentido de la vida después de mucho dudar, no sepandecir en qué consiste este sentido?)”.
Pero, aunque no pueda decirse de este modológico-deductivo-tautológico, puede vivirse y mostrarse lo vivido, decirse de otras maneras. Hay otros lenguajes. Otros “juegos de lenguaje”, que diría el “segundo Wittgenstein”.
La condición necesaria para una comprensión mutua es la resonancia en el receptor de lo dicho o mostrado. Alguna experiencia propia, alguna sensación, alguna vivencia interior que le permitiera ir más allá de las palabras huecas o literales. Entiende el que ya sabe. Wittgenstein ya sabía, intuía, y a partir de ahí realizó su tarea filosófica delimitadora. Para clarificar, para no mezclar las cosas y sus conceptos. Una tarea filosófica encomiable, pero no menos que la que quedaba por hacer, como él mismo reconocía. La buena noticia es que aquello que puede ser dicho de otra manera está al alcance de todos -más que la propia lógica deductiva- y puede desarrollarse. Pues lo sabemos -lo sentimos- cuando contemplamos una obra de arte o una puesta de sol o el canto de un pájaro, cuando nos miramos de frente a los ojos, cuando soy capaz de ver más allá de las circunstancias y, por un gesto de la mente, me elevo a una perspectiva más amplia, más universal, y puedo apreciar el fondo y no sólo las formas, lo común más allá de lo particular, la unidad en la pluralidad, cuando siento la energía de la vida dentro de mí, cuando todo se ordena por sí mismo y siento que yo no hago las cosas sino que son hechas, cuando yo te entiendo y tú me entiendes, nos ponemos de acuerdo y somos capaces de hacer las cosas juntos.
Únicamente entiende el que ha vivido algo de eso, activamente, o bien, como demanda. Si es muy fuerte su demanda interior, tanto que la hace suya.
Ludwing Wittgenstein sabía. “De lo que no se puede hablar, mejor es callarse”.
Lo cual significó, para toda la pléyade de positivistas lógicos, que aquello que no se puede expresar a través de un lenguaje proposicional, no existe o no tiene valor.
Toda una contradicción en los términos, pues te estás “refiriendo” a “algo” que dices que no puedes expresar.
Lo que no significa que no exista o no posea ningún valor en sí mismo. Ya se sabe que los epígonos son, a menudo, más exagerados que el maestro y suelen perder su raíz.
Wittgenstein, sin embargo, recalca que el libro que importa es el que no ha escrito y permanece detrás, o más allá, del que escribió: su Tractatus logico-philosophicus.“Mis proposiciones son esclarecedoras de este modo; que quien me comprende acaba por reconocer que carecen de sentido, siempre que el que comprenda haya salido a través de ellas fuera de ellas. (Debe, pues, por así decirlo, tirar la escalera después de haber subido). Debe superar estas proposiciones; entonces tiene lajusta visión del mundo”.
Para aquel que, a través de su experiencia no reducible a proposiciones lógico-empíricas, accede a alguna faceta de “lo místico”, talesafirmaciones tan lógicas, tan deductivas, que constan en su libro, “carecen de sentido”, el otro sentido.
El más importante, “la justa visión del mundo”. Su trabajo primero habría consistido, pues, en desbrozar, en delimitar lo que se puede decir científicamente, filosóficamente.
A partir de ahí, comenzaría el verdadero problema de la vida, que no es un problema científico o filosófico. (Filosofía entendida, claro, de aquel modo restringido, mental-racional). “La solución del problema de la vida está en la desaparición de este problema. (¿No es ésta la razón de que los hombres que han llegado a ver claro el sentido de la vida después de mucho dudar, no sepandecir en qué consiste este sentido?)”.
Pero, aunque no pueda decirse de este modológico-deductivo-tautológico, puede vivirse y mostrarse lo vivido, decirse de otras maneras. Hay otros lenguajes. Otros “juegos de lenguaje”, que diría el “segundo Wittgenstein”.
La condición necesaria para una comprensión mutua es la resonancia en el receptor de lo dicho o mostrado. Alguna experiencia propia, alguna sensación, alguna vivencia interior que le permitiera ir más allá de las palabras huecas o literales. Entiende el que ya sabe. Wittgenstein ya sabía, intuía, y a partir de ahí realizó su tarea filosófica delimitadora. Para clarificar, para no mezclar las cosas y sus conceptos. Una tarea filosófica encomiable, pero no menos que la que quedaba por hacer, como él mismo reconocía. La buena noticia es que aquello que puede ser dicho de otra manera está al alcance de todos -más que la propia lógica deductiva- y puede desarrollarse. Pues lo sabemos -lo sentimos- cuando contemplamos una obra de arte o una puesta de sol o el canto de un pájaro, cuando nos miramos de frente a los ojos, cuando soy capaz de ver más allá de las circunstancias y, por un gesto de la mente, me elevo a una perspectiva más amplia, más universal, y puedo apreciar el fondo y no sólo las formas, lo común más allá de lo particular, la unidad en la pluralidad, cuando siento la energía de la vida dentro de mí, cuando todo se ordena por sí mismo y siento que yo no hago las cosas sino que son hechas, cuando yo te entiendo y tú me entiendes, nos ponemos de acuerdo y somos capaces de hacer las cosas juntos.
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