Ontología franciscana Fundamento


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Fundamentos de la fraternidad en Francisco
Eduardo García Peregrín.

Desde una perspectiva teológica la ontología del ser humano se fundamenta en el testimonio bíblico del relato de la Creación que afirma que él fue creado como imagen y semejanza de Dios.


 Desde un principio le fue dado un nombre, Adán y Eva, acentuándose así su individualidad esencial. Al mismo tiempo, con el hecho de ser imagen y semejanza de Dios, él está remitido a su Creador y a las demás creaturas. Así, él da nombre a los animales, esto es, entra en relación con ellos. Desde el principio la Biblia presenta al ser humano como una creatura, que por un lado posee y goza de individualidad, pero por otro está remitido vitalmente como creatura a un mundo de relaciones con las demás creaturas. El ser humano es individuo y al mismo tiempo está inmerso en un mundo de relaciones. 
Aún sin haberse desarrollado el concepto filosófico actual de persona, él fue utilizado en la tradición franciscana para definir más detalladamente la individualidad del ser humano. En primer lugar, para expresar su unicidad, su irrepetibilidad y su ser inconfundible. En este sentido cada ser humano es único. 
Precisamente en su unicidad, en su ser persona, el hombre depende de sus relaciones con los demás y con el medio ambiente, pues es a través de esas relaciones donde él puede abrirse y desarrollar su unicidad como tal. Sin relaciones el ser humano permanecería como una mónada subdesarrollada. 

Al ser humano le pertenece esencialmente su irrenunciable capacidad para abrirse en la comunicación, y esto no únicamente por razones espirituales. Por medio de la comunicación él participa de su medio ambiente y desarrolla su individualidad que le está dada por esencia. A través de sus relaciones él se descubre a sí mismo, puede saber quién es él, y de esta manera, por la comunicación se expresa en su manera propia de ser. El logro y éxito de estas relaciones promotoras de vida para el ser humano presuponen una comunicación positiva y empática. Las relaciones, en la medida que sean más impregnadas por el amor irán posibilitando a que el ser humano se vaya realizando cada vez mejor a través de la comunicación y participación. La teología franciscana considera esta dimensión comunicativa del ser humano como un regalo. Justamente, el ser humano realiza su ser-imagen-de-Dios en el crecimiento de su capacidad de relaciones. En la teología franciscana Dios es comprendido en sí mismo como sumo bien, y por ende, en él se realiza la más profunda comunicación y relación de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Consecuentemente, el ser humano comunicativo, que entra en relaciones amorosas, refleja en mayor grado su ser imagen de Dios, en el más verdadero sentido de la palabra teológica. 

La tradición franciscana descubre en la semejanza de Dios del ser humano una estructura dialógica básica, puesta en él desde la misma Creación de Dios, y que el mismo ser humano debe ir desarrollando mediante su actuar. Siendo una creatura contingente, limitada en sus propias facultades y posibilidades, logra ir creciendo gradualmente en la medida que va superándose a sí mismo ante la necesidad de la comunicación y de la relación. 

Este desafío de ir creciendo y madurando en su estructura dialógica ha hecho del ser humano una creatura cultural, que va tornándose creativo mediante su capacidad de diálogo. 

En la percepción y desarrollo de su predisposición dialógica el ser humano se encuentra frente a un desafío ético. La predisposición dialógica le posibilita la comunicación con Dios y con su medio ambiente y le lleva a entablar relaciones con ellos. Lo decisivo será, pues, lo que él ve o considera sobre quién es Dios y su medio ambiente.

La espiritualidad franciscana parte de que Dios mismo, desde su propia iniciativa ha entablado contacto con el ser humano para comunicarse con él. Dios entra en relación con los seres humanos para revelarse a sí mismo. Concretamente, Dios revela en Jesucristo quién es él realmente. Francisco descubre en Jesús de Nazaret al Hermano del hombre. Por él, el primogénito, Dios hace de todos los seres humanos hermanas y hermanos. Aún más, desde la fe en la resurrección Francisco descubre en Jesucristo al Hermano de todas las creaturas, y desde él se descubre inmerso en una fraternidad universal con todas ellas.

 La predisposición dialógica del ser humano, su ser-remitido hacia la comunicación y relación, le conducen por la fe en Dios y en Jesucristo a una auténtica fraternidad con todas las creaturas. El diálogo, promovido por la fe, se convierte en el fundamento de una fraternidad, que en la medida que se vaya realizando se irá construyendo la paz verdadera. El descubrimiento que el otro no es mi enemigo ni mi contrincante sino un hermano o hermana potencial, transforma el trato mutuo y promueve el bienestar recíproco.

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