Educación moral en la Antigüedad

Las primeras preocupaciones por este tema surgen en los diálogos platónicos, cuando Sócrates, como iniciador de la Etica se pregunta: ¿se puede enseñar a vivir virtuosamente? El contesta afirmativamente identificando virtud con saber, y por lo tanto, todo hombre que conoce lo bueno actúa virtuosamente. Concibe la moralidad como el problema de las experiencias vividas, como el proceso, profundizado por la reflexión, del descubrimiento de la íntima naturaleza humana. Jaeger (1944:) escribe:" Sócrates es el más poderoso fenó­meno educativo en la historia de occidente." Su verdadera grandeza y significación para la cultura occidental radica en la nueva base sobre la que asienta la ética.
Lo que conforma su actitud moral podría resumirse así: Una interiorización del bien moral, o de la virtud, en cuya atención preferente cifra la máxima sabiduría; una interiorización que implica el principio de que es preferible sufrir la injusticia que cometerla; una interiorización de la que se desprende el desprecio de los bienes externos o las riquezas.



Sobre la base de que el conocimiento de la virtud produce la virtud misma, la verdadera educación para Sócrates será la educación moral en la que se integrará la intelectual, que en sentido estricto, no es educación, ya que sólo nos interesan los conocimientos intelectuales que mejoren la conducta ética de nuestra vida. Pero él no persigue la enseñanza de la pura teoría moral, la ética abstracta; él se interesa por los hombres y por su conducta. La primera virtud será la sabiduría o ciencia general del bien. Las otras virtudes son ciencias de bienes particu­la­res: así por ejemplo, la "templanza" es el conocimiento de los bienes que se oponen a los placeres o falsos bienes; la "justi­cia" tienen un alto valor y hace referencia a lo permitido o prohibido por las leyes.

Platón expone que si el cuerpo no es más que la cárcel del alma, nuestro esfuerzo moral ha de tender a liberarnos de los apetitos sensibles. El camino para nuestra elevación moral es el conocimiento de las ideas eternas. Aquí debe perfeccionarse cada parte del alma según su naturaleza. A la razón le conviene la prudencia; al ánimo, la fortaleza; a la concupiscencia, la tem­planza. Pero estas virtudes fundamentales del alma sólo pueden sub­sistir armoniosamente si están ordenadas por la justicia. Es en Fedón donde habla de la templanza, la justicia y la sabiduría como purificaciones de las pasiones. La educación moral se resume como: "sujetar las riendas del alma." Sus estudios en torno a la educación ocupan una extensión considera­ble en La República y Las Leyes.

Aristóteles matiza esta concepción, indicando que la virtud no se identifica con el saber; para él la virtud es un hábito que ocupa el término medio entre dos extremos. Para lograr la virtud es necesario el aprendizaje y el ejercicio. La moralidad para Aristó­teles, es el problema de las orientaciones y las motivacio­nes y toda la ética aristotélica se apoya en el principio de la felici­dad. En la Etica a Nicómaco en la primera frase escribe: "Todo arte y toda investigación científica, toda acción y toda elección delibe­rada parecen mirar a algún bien", nos da el tono general de su ética. Para todos los hombres el sumo bien es la felici­dad, y la verdadera felicidad consiste en la posesión del bien.
La virtud consiste en el dominio de la razón sobre las emo­ciones y pasiones, pero sólo podemos regular nuestras acciones si somos libres. El hecho de la libertad de nuestra voluntad nos es atestiguado por la conciencia. Somos autores de nuestras obras y por lo tanto, responsables de las mismas. Nadie es por naturale­za bueno o malo, sino que se hace por sus obras y por la costum­bre, de ahí la importancia de la educación y de la Ley.
La virtud moral consiste en el término medio entre dos extre­mos: la parquedad, entre avaricia y derroche; el valor, entre cobardía y temeridad. Como la razón puede hallar este medio, la prudencia es necesaria para todas las virtudes. En la justicia no se mira al medio, sino la recta medida en el dar y en el tomar. En los libros VII y IX de Etica a Nicómaco nos ofrecen ideas profundas sobre la amistad, que considera impres­cindible pa­ra la felicidad.
Aristóteles no confía que la instrucción y la razón sean suficientemente eficaces para la educación moral; por eso funda ésta en los hábitos, afirmando que la virtud no es más que hábi­tos y sistema de hábitos bien regulados. En Política expone: "El cuidado del cuerpo debe ser anterior a la del alma; y ha de ir seguido de la educación de los deseos; sin embargo, la educación del deseo está ordenada a la inteligencia y el cuidado del cuerpo al alma" y "las capacidades del hombre son en parte innata, en parte ejercitadas y en pare adquiridas por el estudio."
Podríamos resumir su concepto de educación como " construc­ción de hábitos."
También los estoicos se preocupan del tema. Ellos entiende­n una vida virtuosa, aquella vida de acción regida por la razón. Postulan: "Vive según la naturaleza." Pero, por ser natura­le­za racional, el postulado se resuelve: "Vive racional­mente." El sabio, como ideal de vida estoica, se distingue por las siguientes virtudes:
1º Apatía: Nada extravía la razón como las pasiones. Sólo el que las ha extirpado todas alcanza la apat­heia.
2º Autarquía: Como nuestra dicha consiste sólo en la virtud nada quitan ni ponen en ella los bienes de la vida.
3º Obediencia: Todo está ordenado por el logos universal. Puesto que nuestra razón forma parte de ese logos, debe ordenarse según esa ley univer­sal.
4º Conciencia del deber: La ley universal es también moral. Sólo obra moralmente el que se somete por conciencia del deber, al acontecer universal.

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