Entrevista a Gonzalez de Cardedal Fe y cultura


SR Y si tomamos la relación entre teología y literatura como expresión de un diálogo más amplio y permanente entre fe y cultura o entre fe y culturas, que espacios de discernimiento espiritual se podrían abrir ahí en un mundo secularizado como el nuestro.

OGC. La gran cuestión en el diálogo entre fe y cultura es que en teoría eso es un imposible o un sin sentido. El peligro es establecer un diálogo entre hombres con cultura y sin fe por un lado y por otro hombres con fe y sin cultura. Entonces estamos en un diálogo de ciegos o de sordos.
El verdadero diálogo entre literatura y teología, como fue entre filosofía y cristianismo en Agustín, en Orígenes o en Justino antaño y hogaño con Bart y Pannenberg, con Guardini, Lubac, Rahner y Balthasar, se da y es fecundo cuando hay un único sujeto que desde el apremio de pensar y desde el apremio de creer y el apremio de llegar a lo que San Agustín llamaba la verissima philosophia y del apremio de una fe que va a la búsqueda de su propia inteligibilidad, surge una nueva creación que puede ser literaria o puede ser teológica.
Bien es verdad que quizás estas realidades cristianas, que el teólogo y el creyente proponen desde dentro de la fe de la iglesia remiten y pueden decirse en una clave previa. Es la pregunta por el sentido y la esperanza, por amor, las heridas de la vida y la incertidumbre ante el futuro. Ellas diríamos que son como una especie de prolegómenos o anticipaciones hacia un absoluto que en el cristianismo tiene nombre, rostro y figura. Y en ese sentido se podría dar un diálogo cuando desde ese fondo de búsqueda de absoluto, el cristiano y el teólogo profieren el nombre, dan los rasgos de la figura y en una especie de refracción de espejos invita al creador del sentido y esperanza a ver si esas preguntas o respuestas suyas son coherentes con aquellas realidades de las que habla el teólogo. En ese sentido hay cuatro nombres que para mí son sagrados, las cuatro columnas de la casa de la teología católica en el siglo XX: Lubac y Congar en el universo francés, Balthasar, Rahner en el universo alemán. Ellos no han hecho un programa de fe y cultura, han sido. Han sido rigurosamente contemporáneos de la cultura, la han llevado en su sangre. Bien es verdad que un niño suizo a los diez años tiene toda la cultura que un españolito de aldea de montaña como yo no logra tener en setenta años. Aquel toca el piano o el violín, ha leído a Goethe y a Rilke, lee el griego y el latín como su propia lengua: tales son Balthasar en un orden y Karl Barth en otro. Entonces cuando ha ellos se les ha preguntado por ejemplo a Rahner “Padre Rahner, que método tiene usted y que programa ha hecho en su vida” él respondía con una especie de violencia de niño revoltoso. “Yo no tengo ningún método, yo no tengo un programa, yo no me he hecho un sistema, yo he sido un hombre que ha querido pensar, un cristiano que ha querido creer, y un cura que tenía que predicar, y cuando esas tres cosas, ese triángulo ha intentado construirse en sí, ha salido mi obra. Si ustedes quieren ahora encontrar un método, un sistema, pues háganlo, pero les recuerdo que para mí ha tenido muy poca importancia. El método externo es necesario, pero el camino de la verdad es interior; las grandes pasiones e ideas se trazan su camino y realizan la andadura que corresponde a la misión concreta que hay que realizar.

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