Entrevista a Gonzalez de Cardedal Lenguajes de Dios






Ha sido publicada en AVENATTI DE PALUMBO, C.– ROLLÁN, S.–TOUTIN, A., “Entrevista a Olegario González de Cardedal sobre los Lenguajes de Dios para el siglo XXI”, Teología 96 (2008) 307-317.
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Sagrario Rollàn. Quiero agradecerle, en primer lugar, en nombre de Cecilia Avenatti de Palumbo y de Alberto Toutin que han preparado el esquema de preguntas y me lo han enviado desde Buenos Aires y Santiago de Chile, que haya accedido a participar de esta manera en las Terceras Jornadas de Diálogos entre Literatura, Estética y Teología. En su nombre y en el de todos los que representan el grupo del Seminario Interdisciplinario Permanente de Literatura y Teología, pues, algunas preguntas. En primer lugar, ¿qué sentido tiene hoy día plantearse la pregunta por los lenguajes, los lenguajes en plural de Dios?

Olegario González de Cardedal: La pregunta que me acaba de hacer es una cuestión perenne. Tenemos la impresión de que nos asusta a nosotros por primera vez y sin embargo ha asustado a todas las generaciones. Dios es el siempre conocido y el siempre desconocido. Es el siempre nombrado con todos los nombres; los Padres griegos hablaban de sus innumerables nombres (polinomía) y a la vez del Innombrable. En la tradición teológica hay una gran corriente que tiene su gran inicio en la obra del Pseudo
Dionisio, Sobre los nombres divinos, llega a San Alberto, Santo Tomás, la mítica del siglo XVI-XVII y a toda la hermenéutica contemporánea que, en el fondo, es un nuevo resonar de esa perenne cuestión.

Me voy a permitir enumerar algunas razones por las cuales la elaboración de un lenguaje nuevo, es una tarea pendiente, en cada generación aunque hay que hacerla con una inmensa paciencia y una confianza en el propio poder del decir humano, que implica nombrar y apelar, crear presencia y apuntar ausencia.

La primera razón es por el desgaste de las palabras. Estas pueden agotarse, desangrarse y morir por el mal uso o por la violencia, y una vez desangradas o pervertidas son ineficaces y terminan muriendo y pervirtiendo. Muertas entierran a los vivos como muertos.

Una segunda razón es que por su propia naturaleza las palabras nacen para designar a nuestro orden de valores y si no vivimos vigilantes no nantienen o quiza ni siquera descubren el trascendimiento que el lenguaje sobre Dios debe mantener siempre. Las palabras nacen de nuestro diario vivir pero tienen que ser prolongadas hacia un horizonte de absoluto, hacia ese divino abismo de luminosidad del que nacen y en el que permaneciendo arraigadas nos llevan más allá de nosotros a su propia fuente.

La tercera razón es por la aceleración de nuestro tiempo histórico que ha desplazado horizontes y esquemas, evidencias y esperanzas que habían tenido vigencia con anterioridad. Hay épocas de tranquilidad pacífica, heredando lo anterior, y hay épocas que olvidan o niegan la herencia anterior. El siglo XX ha vivido los grandes movimientos patrístico, bíblico, litúrgico y ecuménico que han recuperado las grandes tradiciones, pero a la vez ha llevado consigo una ruptura profunda con la tradición como ámbito impregnador de la palabra viva. Esas recuperaciones sólo son fecundas si tenemos una real capacidad creadora hecha de fe viva, de celebración gozosa, de impulso misionero, de diálogo con la cultura, que son el horno vivo donde se amasa, yelda y cuece el pan del lenguaje nuevo.
Las palabras de nuestros predecesores deben ser conocidas, y en eso toda buena teología tiene que ser tradicional; nos son necesarias, pero no son suficientes.

La cuarta razón son los vuelcos de conciencia que han tenido lugar en el siglo XX. Quizás nosotros exageramos y los que vivieron en el siglo XIX también pensaban que estaban viviendo revoluciones equivalentes. Los movimientos totalitarios en un sentido y en otro, la democracia, los fascismos, los marxismos, la posmodernidad, la universalización de la conciencia en el mundo, la globalización, la unidad de conciencia o de mercados, todo junto, ha hecho que la costumbre y palabras milenarias nacidas fundamentalmente en un ámbito rural se nos han quebrado tales cuales ya no nos valen.

Quinto: Por el paso de la implantación y expresión de la fe en un mundo troquelado por nuestra relación directa con la naturaleza durante milenios una forma de existencia configurada por la ciencia y la técnica. Se repite continuamente que la ciencia ha aportado en los últimos cincuenta años mas que en los veinte siglos anteriores. La ciencia repercute sobre la filosofía, la filosofía repercute sobre la teología, la teología repercute sobre la experiencia de la fe y en esa repercusión se quiebran los lenguajes

Sexto. Estas razones que parecen llegar a la experiencia de la fe y al lenguaje del teólogo desde fuera no son las únicas, porque junto a ellas hay otra más profunda. Las palabras nacen de la propia vitalidad interior y es necesario un lenguaje nuevo porque el Espíritu Santo nos abre permanentemente a nuevas dimensiones del misterio de Cristo y desde él a insospechadas dimensiones del mundo, del hombre y de Dios. Desde Heidegger ya es usual hablar de una historia del ser (Seingeschichte), de una historia de la verdad. Y al hablar de la verdad como el desvelamiento sucesivo es hablar de revelación. Cristo es la verdad porque es la manifestación del Padre. En teología tenemos que recordar los textos del Paráclito en San Juan: él nos recuerda la palabra de Jesús haciendo imposible su olvido, interior su presencia y necesaria su memoria; así va haciendo a la verdad completa, es decir, aquella plenitud originaria de Cristo, de su figura, de su logos, , solo va siendonos dada en la medida en que la historia va teniendo capacidad de recibirla; Y el Espíritu Santo es el escanciador de esa verdad de Cristo a la medida de nuestras vasijas. Y esto va teniendo lugar en el corazón de la iglesia, en la conciencia de sus miembros y con independencia ante los avatares de la historia, política, social, económica, aunque la traducción de aquella verdad hasta hacerse concreta quede afectada por esas situaciones sociales y convulsiones morales.

Séptimo, porque la propia experiencia cristiana, desde mártires a místicos, desde teólogos a políticos, descubre nuevas posibilidades y riquezas de la fe y nuevos lugares de acreditación y testimonio, y es tarea del teólogo discernir lo que esa experiencia vivida, realizada, llevada consigo, aún cuando los propios protagonistas no elaboraran la palabra conceptual universalizada de su propia experiencia individual.

Octavo: porque desde fuera de la fe e Iglesia se proyectan nuevas esperanzas, desafíos o exigencias al creyente en Dios. Y una de las grandes tareas es acoger y pensar las preguntas que el lejano o extraño nos hacen, dejándoles que nos visiten e inhabiten.Cuando ya se hayan sedimentado en nosotros, no en una apologética fácil, ni en actitud sólo defensiva, sino en el descubrimiento de la verdad implicada en cualquier preguntar. Y cuando se ha adentrado uno en la pregunta y cuando luego en el ensar y orar, en el matizar y corresponder damos a luz una respuesta, entonces nace un lenguaje nuevo.

Noveno, porque Dios es una eterna evidencia a la vez que una eterna novedad. Santa Teresa remite su doctrina a su experiencia y su experiencia a las palabras que oía de Dios, que eran del Dios conocido que había recibido luego de su formación infantil, de su formación del noviciado pero que sin embargo, siendo del único y mismo Dios eran para ella una inmensa novedad.

La ultima razón, porque el abismo que separa a la creatura del infinito siempre está abierto y consiguientemente cada generación, cada creyente comienza balbuciendo palabras sobre Dios. Balbuciendo palabras, balbuciendo gestos, balbuciendo símbolos y al final aparecen los conceptos. Y aparece también la teología que elabora el concepto y el sistema permaneciendo lúcidamente consciente de que el concepto hay que remitirlo al símbolo, el símbolo a la palabra y la palabra a la acción vivida, al juego de la vida vivida. Las parábolas de Jesús y los grandes símbolos de san Juan de la Cruz (monte, noche, llama, fuente...) son a la larga más fecundas que los propios sistemas porque éstos hablan sólo a la razón-inteligencia, mientras que aquellos hablan al entero hombre, a su libertad para que cree un mundo a su inteligencia que remite, refleja y reclama siempre a su Origen.
Éstas serían algunas de las razones por las cuales yo creo que no sólo hoy, siempre, para que la palabra teológica tenga la vibración interior, no sólo propia del concepto concepto claro sino de una impregnación de realidad personal y vivida, siempre y hoy de manera especial necesitamos regenerar las palabras fundamentales, y crear unas pocas nuevas y verdaderas.


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