Filosofia y teología en la época contemporánea

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Filosofía y  Teología en la época contemporánea

En los siglos XIX y XX se dan todas las posibles posturas en las relaciones entre filosofía y teología, la de enfrentamiento entre ambas, la negación de una, el desprecio, la ignorancia de su postura,  la ayuda mutua, el uso de la filosofía como lugar teológico, es decir, aunque hay períodos en que esta relación es fructífera, en  la edad contemporánea  están presentes todas las  posturas, porque la elección de una de ellas, ha dependido de los autores o de las escuelas, no sólo filosóficas, sino también de las corrientes teológicas.
En la  primera  mitad del siglo XIX  la teología entabló   un diálogo fecundo con las grandes propuestas filosóficas de Hegel  y Schelling,  con influencias activas y creativas en  el espíritu general de la época. Esta época se caracteriza por el sentido místico, pero sin rechazar la razón; también por la gran libertad y autonomía porque trata de pensar por sí misma, capaz de repensar la fe desde su propio origen;  otra característica es pensar la unidad en la diversidad, es decir, no es suficiente la mera acumulación de información sino buscar la idea que ayude a comprender todas esas diversas compresiones. La característica fundamental de esta época es la atención a la dimensión histórica de la conciencia y de la vida de los hombres. En el espíritu de la época, y animada por los esfuerzos de Hegel, la teología comienza a pensar históricamente y el cristianismo comienza a ser considerado como un proceso histórico, como un acontecimiento vital, y no como un simple edificio conceptual abstracto y atemporal. Figuras como Soren Kierkegaard, crítico de la cultura y fundador de la filosofía de la existencia, o los teólogos de la ciudad de Tübingen, tratan de superar el racionalismo de la ilustración y elevar el prestigio de la teología.

En la segunda mitad del siglo XIX se produce cambios significativos en esta relación. Esta segunda mitad  está dominada por lo positivo y por  el optimismo científico así como por el historicismo.  Aparecen corrientes como el materialismo y el positivismo, el neo kantianismo, la neo escolática, la nueva metafísica, la filosofía de la vida, la existencial… El método científico se intentará aplicar a la filosofía orientada  a lo particular, negando lo divino y  lo santo. El materialismo combatió a la religión de forma extrema, ya que había  que aniquilar primero la fe en Dios para que viva el hombre. Bruno Bauer, hegeliano de la izquierda, David Friedrich Strauss, teólogo protestante liberal, filósofo del evolucionismo materialista, o  Ludwig Feuerbach son los principales representantes.
 En el  materialismo es necesario introducir a una figura muy significativa en el siglo XIX con proyección en el siglo XX y en  el XXI;  se trata  de  Carlos Marx, cuyo precedente es Hegel, con la reducción de la religión a la filosofía y también Feuerbach, con la crítica de la alienación religiosa.
El punto de partida de Marx es ateo:  no existe Dios ni lo trascendente. La religión es una forma de alienación porque parte de algo irreal, porque  desvía a los hombres  del mundo, que es donde tiene que buscar la salvación y la felicidad y porque se asocia a las clases dominantes. Estas son algunas de las más importantes razones por lo que es necesario  superar la religión. En esta línea, pero con una reinterpretación en clave metafísica- ontológica hay que situar a Engels, siglo XIX, amigo y colaborador de Marx.  Afirma que la religión es un reflejo fantástico que proyectan en la cabeza de los hombres aquellas fuerzas externas que gobiernan su vida diaria,  es un reflejo donde a  las fuerzas naturales las revisten  de poderes sobrenaturales. También dentro de esta línea está   Lenin, que aunque político, su interés por la filosofía ha marcado el pensamiento soviético contemporáneo con ideas como la subordinación de la propaganda antirreligiosa a la lucha de clases.
  Entre los ateísmos humanistas de este siglo hay que mencionar a  Friedrich Nietzsche, última mitad del siglo XIX, con una decisión personal en contra de Dios. Es el profeta de la muerte de Dios, ya que hay imposibilidad del conocimiento teórico de una causa transcendente.
Frente a algunas  posturas claras de diálogo  de principios de siglo desde la teología,  surge  la neo- escolástica, aislando  la filosofía  del pensamiento actual y olvidando  la actitud de ayuda mutua  tan beneficiosa en toda la primera mitad del siglo XIX.
 León XIII con su encíclica sobre Tomás de Aquino en el año 1879 es muestra de esto.  La encíclica Aeternis Patris (subtitulada Sobre la restauración de la filosofía cristiana conforme a la doctrina de Santo Tomás de Aquino)  publicada por el Papa  el 4 de agosto de 1879,  afirma que la doctrina tomista desarrollada por Tomás de Aquino  ha de ser la base de toda filosofía  que se considere cristiana.  Con ella  el Papa dio el apoyo incondicional al neotomismo  promoviendo la aparición del neoescolasticismo.
 Pero esta teología se mostró ineficaz a finales del siglo XIX porque no fue acogida en la nueva forma de pensar. Era algo aislado, fuera de contexto. Se constituye un gueto católico para hacer frente a las formas de pensar y vivir del mudo que no comprendía. La teología buscó aquello que fuera siempre lo mismo, lo inmutable, y con ello postuló la concepción metafísica del cristianismo.
  En el siglo XX se dan diversas posturas en  filosofía,  algunas ya expuestas, bien de confrontación siguiendo las escuelas del siglo XIX, hasta de integración entre ambas, limitando sus campos de estudios y  relacionándose y aportando sus conocimientos una a otra.
En los años treinta floreció la filosofía de la existencia con Heidegger y Jaspers, pero fue después de la posguerra cuando surgieron nombres como Sartre, que expulsa a Dios de sus ideas,  y Camus, que en su libro “La peste  dice que cree en la vida y en los hombre y no en Dios, que parece no interesarse por la aventura humana,  quienes llevaron esta corriente a su máximo esplendor.
Heidegger se dedicó sobre todo al análisis del hombre, poniendo su acento en su finitud. Sólo el hombre existe, siendo su esencia  existere”, mientras que las cosas “son”. Sólo el hombre está abierto al ser, se proyecta continuamente hacia el futuro y por tanto, a la muerte. Siendo la existencia auténtica la que se reconoce como un ser para la muerte.  En esta ontología es fundamental la angustia, el miedo de la nada. Entones se vuelve al ser. Pero de esta vuelta al ser no se deduce que Dios exista o no. Por eso de Heidegger no se dice ni que sea ateo ni que sea  teísta. Jasper, psiquiatra y filósofo existencialista, sigue este teísmo, pero habla de un teísmo amenazado.
La figura de Camus, escritor existencialista del siglo XX,  es el prototipo del pensamiento del humanismo secular, alguien no comprometido con los radicalismos de su época, pero según Savater, sus críticas y su actitud fueron acertadas. El humanismo secular, siempre según Savater, está abierto a la ciencia, al arte, e incluso a lo  religioso, sin fanatismos porque esta apertura es muy importante para la sociedad. Muchas personas en el mundo ya no se identifican como creyentes o afiliados a algún grupo religioso. Sin embargo, este proceso de secularización, lejos de conducir al inmoralismo o al caos social, está fuertemente relacionado con el progreso y el bienestar humano. El humanismo secular es una plataforma para desarrollar una ética sin ganchos celestes que sepa incluir la razón, la compasión y la ciencia, con el objetivo de estimular la representación pública de los humanistas, los ateos, agnósticos y no creyentes. Como se confirma en los párrafos anteriores, otra vez la teología se enfrenta a la filosofía, declarando a ésta   totalmente independiente y anulando la idea de Dios.
Esta  corriente de pensamiento, el existencialismo, después de la segunda posguerra,  reaparece en la figura de Sartre, quien  niega la esencia universal del hombre, ya que crea su esencia en la libertad, y por  tanto, se libera de leyes, ideales o  fines. La libertad incluye la nada por lo que está en contra de la fe. En el dilema hombre-Dios la condición existencial del hombre conduce a la conciencia a tratar de colmar el vacío del ser que la constituye. Escribe:[1]

 Toda realidad  humana es una pasión en cuanto que trata de perderse para fundamentar el ser y para constituir al mismo tiempo el en-si que escape de la contingencia, siendo su propio fundamento el ser causa de sí mismo, lo que las religiones llaman Dios. Así la pasión del hombre es contraria a la de Cristo, porque el hombre se pierde en cuanto hombre, para que Dios, surja. Pero la idea de Dios es contradictoria y nosotros nos perdemos sutilmente: el hombre es una pasión inútil”.

Entre los discípulos más fieles de Sartre está Simón De Beauvoir, Camus, Merlaeau  Pontt, aunque este último  afirma la imposibilidad de prescindir de la idea de Dios.
 Surgen filósofos con tesis como “el hombre y la vida han surgido por azar”, Monod; o bien, que el “hombre es el mono desnudo”, de Morris. Pero también aparecen filósofos cuya concepción del hombre está inspirada en el cristianismo como  Mounier, en la primer mitad del siglo XX, con la creación del humanismo personalista, o  Maritain,  con su humanismo integral y su filosofía neo-tomista.
La teología más fecunda del siglo XX[2] ha sido aquella que se ha realizado relacionando estas dos ciencias. Un ejemplo de la anterior afirmación es la figura de Karl Rahner.
  Hans  Urs  von Balthasar[3]  afirmaba que sin filosofía no  hay   teología y esta misma idea era expresada por muchos filósofos.[4]
Cordivilla siguiendo las indicaciones de la encíclica Razón y fe escribe:

 “La teología puede recibir de la filosofía la fuerza y el impulso necesarios para que su trabajo consista principalmente en pensar la realidad misma, ayudada por los nuevos métodos y técnicas que han aflorado en el discurso teológico durante los últimos cuarenta años. Por su parte, la filosofía, corre el riesgo de perder esa vocación innata por dejarse asombrar y sorprender ante la realidad y el misterio del ser, habiendo reducido su campo de investigación a los limites de su razón, de su técnica o de las reglas y leyes del lenguaje”.
 Hay multitud de filósofos modernos y  posmodernos que tratan de las relaciones entre ambas.[5]
A  principios del siglo XX siguen los ateísmos científicos. Se produce el ateísmo psicológico, para el que la religión queda reducida a subjetividad afectiva, porque hay caducidad de lo religioso. La figura cumbre de este humanismo es Sigmund Freud, fundador del psicoanálisis, que aborda el problema del fenómeno religioso como la religión de culto al padre, con deseos religiosos como compensación de los deseos frustrados del hombre.  La religión retrocede en la medida en que se autoafirma la razón, porque no es más que una ilusión, una neurosis obsesiva, por la que tiene que pasar necesariamente la civilización.  Jung, discípulo predilecto de Freud, fundador de la psicología colectiva de arquetipos, se separa de su maestro y funda la psicología analítica, para el que la religión es un conjunto de símbolos que  permite referirse  al más allá de la conciencia. 
Después de la Primera Guerra Mundial se inicia un nuevo movimiento teológico que comprende la necesidad de emprender una nueva postura.. El pensamiento se hace más libre y un diálogo más vivo.[6] Se comprende que no es posible una teología pura, y que se debía acudir a la filosofía. Si la tarea de la filosofía[7] es pensar por sí mismo y la de teología es comprender y pensar la revelación de Dios teniendo como referente la verdad de la fe, será necesario para entrar en ese misterio aplicar el carácter filosófico de la hermenéutica teológica.[8]
Después de la caída del muro de Berlin, apareció la corriente del nuevo ateísmo, tomando auge después de  la publicación de The God Delusion, de Richard Dawkins. Este nuevo ateísmo se caracteriza por su materialismo, por una profunda hostilidad a la religión y la expectativa de un futuro brillante donde todo será felicidad, liberados de toda atadura de la religión. Sus argumentos en contra de Dios son: el mal existe, luego no existe Dios, y todo parece funcionar bien sin Dios. Este movimiento esta representado, además de Dawkins, por Sam Harris, Daniel Dennet y Christopher Hitchens.
Pero también hay ateos que no atacan a la religión e incluso experimentan un tipo de espiritualidad como André Comte-Sponville.[9] En algunos momentos se ha calificado de “ateo cristiano”.
Jean Grondin[10]  afirma que a partir de los años ochenta los filósofos empiezan a volver los ojos a Dios, en un principio por pensadores no muy conocidos como Marion, Henry o Brague, pero después se extendió a medida que se derrumbaba el marxismo. José María Mardones[11] coincide con esta idea al expresar que  la filosofía está volviendo a interesarse por la religión. Se trata de un retorno, de una "re-vuelta”.
  Después del atentado de las Torres Gemelas, este retorno a la filosofía ha hecho surgir     filósofos  de la talla de   Jurgen Habermas,  Jacques Derrida y Gianni Vattimo o Jean-François Lyotard.
Habermas evoluciona  de una visión de la religión inexistente y un desplazamiento  de la masa del ateísmo   a un replanteamiento de la significación histórica de las culturas, de la religión, y a escribir que en la situación  mundial actual apenas se puede dudar de la capacidad de supervivencia de las religiones.
  Propone que para comunicarse las diversas culturas han de renunciar a imponer sus verdades de fe por medio de la violencia y  deben  reconocerse y valorarse. Según Habermas, todo lo religioso puede ser expresado secularmente, de manera que la religión entrega sus valores como herencia al pensamiento secular.
 Lo más novedoso del pensamiento de Jacques  Derriba es la denominada deconstrucción. Para él la fe es el asentimiento al testimonio del otro, por lo que lo mesiánico es  una estructura general de la experiencia humana, en cuanto experiencia de fe, porque hay inscrita una promesa.  Su actitud es de confianza, lo que denomina preformativo de promesa.   
Gianni  Vattimo también habla de Dios como amor amistoso, que se da más bien al que está dispuesto a una escucha pasiva que al que quiere apresarlo racionalmente.
Jean-François Lyotard crítico de la sociedad posmoderna descalifica  los metadiscursos, como el cristianismo, el ilustrado, el marxista y el capitalista, porque ninguno lleva a la liberación.
Enmanuel Levinas, al hablar de Dios plantea  el camino de la responsabilidad ante el otro, cuyo rostro nos interpela y nos exige actuar en su favor. Por eso, según él, a Dios no lo captamos directamente sino mediante la ética.
Dentro de la perspectiva cristiana Andrés Torres Queiruga[12] desarrolla el ateísmo como un síntoma de un cambio cultural tan grande y variado que no caben explicaciones simples: no hay una sola causa.   Siguiendo el paradigma dado por el Concilio hace una   reelaboración de toda la teología, insistiendo en cuatro ejes: el eje de la creación-salvación, el eje de la revelación, el eje  como si Dios no existiera. y el eje de la espiritualidad.
Estudios sobre las relaciones entre filosofía y religión han existido desde siempre  y así,  Carlos Arboledada,[13]   trata de reformular las relaciones  filosofía y teología rotas desde la Edad Media, mostrando como  la crisis de la metafísica conceptual y representacionista y de la ontoteología tradicional, han permitido, con la ayuda de Dionisio y del Neoplatonismo, repensar la ontología a través de la teología negativa y de una vía mística.
La razón busca lo infinito, busca la verdad, el valor, lo universal, y cada filósofo lo hace de manera diferente, y coincide con la teología porque ésta busca también esas ideas.
 Analizando la encíclica Razón y fe se puede comprender esta relación porque  da testimonio de esto. Empieza esta carta con “conócete a ti mismo”, para que partiendo de esa autoconciencia, y a través de esas dos alas, fe y razón, se pueda llegar al conocimiento de la verdad,  a ese Dios, Verdad suprema, y desde ese conocimiento alcanzar la plena verdad de sí mismo.  Pero la filosofía, en su reflexión sobre el hombre ha aportado grandes  conocimientos pero también en el momento actual, ha renegado del conocimiento del ser para enfocar su punto de mira en las limitaciones y condicionamientos, cayendo en distintas formas de agnosticismo o relativismo.
Según  Joseph Ratzinger[14] la intención última de Papa en la  encíclica Razón y fe  es animar de nuevo a la aventura de la verdad. Las  interacciones  entre teología y filosofía se explican porque la teología tiene un doble principio metodológico: el ausitus fidei, por  el que se asume el contenido de la revelación, y el intelectus fidei por el que quiere responder a las exigencias propias del pensamiento mediante la reflexión especulativa. En este último método, intelectos fidei, la filosofía aporta la estructura del conocimiento y de la comunicación y también las formas y funciones del lenguaje. Se  hace explícita la verdad dada en la revelación. 
Carlos Casale presenta una figura importante como es Wolfhart Pannenberg[15] con la  teología de la mediación, llamada así  porque media racionalmente entre fe y razón, entre teología y antropología. Hace razonable la idea de Dios como el “poder que todo lo determina”, para que la revelación de Dios en las religiones, y en especial en  la cristiana, que es el lugar donde se decide sobre la realidad de la divinidad, cuente con un ámbito de inserción al interior de las preguntas fundamentales del hombre. Se pretende así hacer una teología con identidad y relevancia. Hace una crítica al positivismo teológico de  Barth.
Tanto la teología dogmática como la teología moral deben articular dicho conocimiento de forma conceptual y argumentativa, propia de la filosofía y es  la teología fundamental, la que tiene la misión de dar razón a la fe y justificar y explicar la relación entre la fe y la reflexión filosófica. También hoy se puede ayudar de otras formas del saber humano como la historia, las ciencias, pero toda esa ayuda debe ser mediatizada por la reflexión filosófica.
Entre la teología y la filosofía debe  darse una circularidad. Para la teología el punto de partida es la revelación, pero para su compresión debe de utilizar la reflexión filosófica, y este reflexionar, este estar atento de la razón, es animada a explorar vías que por sí sola no habría nunca pensado en recorrer.
  Así mismo Carlos María Galli[16] analiza varios tipos de circularidad entre fe y razón, a saber: el círculo o cerco epistémico que delimita el ámbito propio de cada disciplina, filosofía y teología; la circulación que lleva a considerar los aportes recíprocos que las enriquecen mutuamente gracias a un movimiento ascendente de la razón y otro descendente de la revelación; el paradigma circular de la Encarnación, unidad-distinción en Cristo, rostro humano de Dios y rostro divino del hombre; finalmente el sentido circular de la presencia recíproca o perijoresis donde cada ciencia toma para sí los mejores aportes de la otra y ambas se potencian recíprocamente.
Según Ratzinger[17]    hoy no se busca la verdad sino se busca su utilidad, la praxis; “la moderna actitud  cae en una falsa humildad   que niega al hombre la capacidad para la verdad y en una falsa soberbia con la que se sitúa sobre las cosas, sobre la verdad misma, en cuanto erige en meta de su pensamiento la ampliación de su poder, el dominio de las cosas”.
 Pero también  la teología, como se afirma en el Concilio Vaticano II, debe mirar hacia la verdad dada en la revelación y debe de ayudarse de la filosofía con un diálogo sincero, porque esta verdad dada en y para la historia, representa una verdad estable y definitiva.
La filosofía es una ciencia con sus propios métodos y reglas, así como la teología y las ciencias, y en el estudio, en la investigación, no pueden separarse y actuar como si las otras no existieran porque las tres tocan temas comunes y entre ellas se pueden ayudar.  
Olegario González de Cardedal[18] se pregunta por el Dios de los sabios y filósofos y el Dios de los profetas y de Jesucristo para explicar la doble relación que ha predominado en Europa: el catolicismo se ha sentido más cercano, necesitado y apoyado por los filósofos, mientras que el protestantismo se ha sentido orientado hacia la Biblia.  El deseo hoy es el diálogo constante entre razón y fe, entre teología y filosofía como ciencias que son, abiertas a la compresión de la verdad.






[1] J.P. SARTRE,  L¨etre el le neant, Paris 1943,  708
[2] A. CORDOVILLA PEREZ «La Teología es pensar La relación entre teología y filosofía en K. Rahner», en Estudios Eclesiásticos  79 (2004) 395-412.
[3] H. U. VON BALTHASAR, Teológica 1: Verdad del mundo, Madrid 1997, 11.
[4] M. SCHULZ, «Por qué los filósofos cultivan la filosofía: K. Rahner y Hans Urs von Balthasar»  en Revista de Occidente 258 (2002) 32-61.
[5] Filósofos como  Gilson, Polo, Kierkegaarda, Romano Guardini, Julián Marías, Zubiri, Jacques Derrida, Giorgio Agamben, Emmanuel Levinas, Lyotard, Vattimo, Simone Weil, Scheler, Husserl o Karl Barth Charles Péguy, Lain Entralgo, Bernanos o Raimon Panikkar, entre otros,  o  teólogos como Maríe Dominique Chenu,, Karl Barth, Gustavo Gutiérrez, Karl Rahner, Schillebeeckx, Lonergan, Von Balthasar, Tillard, Cullman o Evdokimov, o fundadores o inspiradores de nuevos movimientos como Josemaría Escriva, Kiko Arguello, Kentenich, Marcial Maciel, Luigi Giussani o Patti Mansfield representan todas las relaciones entre   la filosofía y teología.
[6] Cf  Autores como, Josef Maréchal, Johannes B. Lotz, Max Müller, Gustav Siewerth, entre otros.
[7] W. PANNENBERG, Una historia de la filosofía desde la idea de Dios. Teología y filosofía, Salamanca, 2001.
[8]  Las figuras más representativas fueron Jacques Maritain y Étienne Gilson. Merecen destacarse también Désiré Joseph Mercier, Desiderio Nys, A. Farges, Tomasso Zigliara, Fernand van Steenberghen, Leo Elders, M. Grabmann, Armand Maurer, Charles de Koninck, James A. Weisheipl, Jean-Pierre Torrell, Josef Pieper, Pierre Mandonnet OP, A. D. Sertillanges OP, Yves Congar OP, Marie-Dominique Chenu OP, Reginaldo Garrigou-Lagrange OP, Odon Lottin OSB, Gallus M. Manser OP, Cornelio Fabro, John F. Wippel, Quintín Turiel y Aniceto Fernández., José Todolí, Juan José Gallego, Jordán Gallego, Vicente Cudeiro, Armando Bandera, Marcos F. Manzanedo, Mateo Febrer, Vicens Igual y Juan José Llamedo. Uno de los filósofos más importantes de los dominicos es el español Facultad de Teología de Lugano Ángel González Álvarez, Leopoldo Eulogio Palacios, Carlos Cardona y su discípulo Ramón García de Haro, Antonio Millán-Puelles, Osvaldo Lira, Leonardo Castellani, Julio Meinvielle, Francisco Canals, Juan Vallet de Goytisolo, Jesús García López, Mariano Artigas Mayayo, Luis Clavell Martínez-Repiso, Ángel Luis González, Miguel Ayuso, Rafael Alvira, Rafael Gambra Ciudad, Tomás Melendo, Eudaldo Forment, Armando Segura, Luis Romera, Alfonso García Marqués, Patricia Moya, y Javier Pérez Guerrero.
[9] A. COMTE-SPONVILLE, «Salvar el Espíritu», en Revista Concilium 337 (2010) 30-49.  “Lo importante no es creer o no en Dios. Lo importante es no traicionar este poder que tenemos de pensar, juzgar y amar: lo importante es el espíritu, que es gracia y misericordia (…) Lo importante no es que el espíritu sea inmortal o no (no confundamos eternidad con perpetuidad). Lo importante es que sigo vivo mientras vivimos, mientras viven nuestros hijos y los hijos de sus hijos. Sólo esto depende de nosotros y exige todo nuestro cuidado”.
[10]  J. GRONDIN,  «El retorno espectacular de Dios en la filosofía», en Revista Concilium 337 (2010) 109-119.
[11] J. M. MARDONES, Síntomas de un retorno. La religión en el pensamiento actual. Santander  1999.  “Lo que ocurre es que hoy el pensamiento filosófico descubre la complejidad de la razón y las vacilaciones históricas de sus cimientos, debido en buena parte a las inhumanidades del siglo XX, que muestran la irracionalidad de la racionalidad predominante. El pecado de la modernidad fue el simplismo: creyó en la unilateralidad de la razón y desembocó en una "barbarie instrumental y funcional"
 [12]  A. TORRES QUIROGA, «Ateismo e imagen cristiana de Dios», en Revista Concilium 337(2010) 51-64.
[13] C. ARBOLEDA MORA, «Un nuevo pensar sobre Dios», en Revista Escritos 19 42(2011)19-52.
[14] Cf.  Revista Aciprensa 2006.
[15] C. CASALE ROLLE, «Wolfhart Pannenberg y el reto de la Modernidad: Pensar a Dios y al hombre desde la mediación», en Teología y vida XLVII (2006) 5-46.
[16] C. M. GALLI, Revista Criterio 2006.
[17]  Cf. Revista Acipensa 2006.
[18] O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, «Filosofía y Teología » en Revista de occidente  258 (2002) 5-35 28:“La fórmula de Pascal, contraponiendo el Dios de los filósofos y el Dios de los profetas, tiene en su raíz una experiencia profunda. Si bien la intención última de filósofos y profetas tiende a la misma realidad, no la perciben ni acogen de la misma forma. Dios aparece en la filosofía como origen creador, fundamento requerido por el hombre, meta del dinamismo histórico, garantía del conocer humano y de la afirmación definitiva de la justicia, presencia en la razón, que se crea su propia evidencia, lo mismo que la luz haciendo ver otras cosas se patentiza a sí misma en ellas y más allá de ellas (argumento ontológico). Dios aparece en el horizonte del filósofo actual unido a la pregunta por el ser y por el sentido, por la finalidad de todo y por la desproporción existente entre el yo anhelante y deseante por un lado y el yo real y desproporcionado a sus deseos por otro. E. Weil expresa así esta reclamación de Dios como esperanza antropológica: «El yo no encuentra satisfacción de ser. La encuentra oponiéndose otro yo, por el que sea comprendido como sentimiento, satisfecho como deseo, determinado como hombre, y no sólo como ser natural: Dios».

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