Cristo, expresión de la plenitud de Dios en el mundo

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Cristo, expresión de la plenitud de Dios en el mundo
La resurrección, el Espíritu santo y la comunidad misionera reveló la identidad de Cristo, Mesías e Hijo de Dios. Fue considerado el nuevo Adán, inicio de una humanidad nueva. 
Pronto sus discípulos y los nuevos creyentes consideraron sus hechos y su dichos como  valiosos y los pusieron por escrito (Evangelio), siendo la resurrección el principio de toda la cristología y del cristianismo, porque por ella sabemos quién es Dios, quién es Cristo y quién es el hombre. 
Cristo es el enviado, el encarnado el preexistente, Él participo en nuestra condición humana para que nosotros participáramos de su condición divina, y Cristo es la mediación que hace pasar la plenitud divina a la historia humana. El Hijo puede salvar porque esa humanidad histórica en la que existe está plenificada por Dios. 
La Verdad definitiva como revelación de Dios tiene lugar cuando Él se nos entrega al entregarnos a su Hijo Unigénito, que está en su seno siéndole consustancial y que al dárnosle se nos da a sí mismo.
Esta plenitud personal de Cristo se convierte en el centro de la historia, en la plenitud de los tiempos, siendo toda la anterior preparación para su venida, no porque la historia adquiriera la madurez o la plenitud, sino porque la presencia del Hijo encarnado hace que esos tiempos sean los últimos, los escatológicos.
La plenitud que el Padre confirió al Hijo es para ser expandida entre todos los hombres como principio de reconciliación y gracia.
¿De que manera se puede percibir la persona de Cristo como  fuente de plenitud para el hombre? 
1º Como  principio de sentido de la existencia al mostrar a Dios como  Padre, sustituyendo el miedo por el amor y la esperanza, haciendo posible al creyente tener la confianza de participar en su vida eterna y vencer a  la muerte.
2º Como  fuente de identidad personal, haciendo posible la posibilidad de realizar las dos dimensiones: la de trascendencia (relación con Dios) y la de inmanencia ( relación con los demás)
3º Como  don de redención de paz y perdón, por hacer de su vida una ofrenda e intersección de todos los hombres para que los hombre puedan compartir su condición de Hijos.
4º Como  indicativo de fidelidad agradecida. Dentro de la Iglesia el creyente puede orar y celebrar los sacramentos y cumplir la misión que encargó a sus seguidores, pero más que por obediencia, por la necesidad interna de comunicar a los demás lo que se considera valioso y esencial para la vida humana.

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