Indiferencia religiosa El hombre más incrédulo cree en algo o en alguienque le da estabilidad a su Yo personal

Indiferencia religiosa

 

En la actualidad una forma de increencia  es la indiferencia religiosa. Es una actitud en la que ni se acepta ni se rechaza a Dios, solamente se prescinde de él y se organiza la vida totalmente al margen. Los indiferentes no se plantean la cuestión de la existencia de Dios porque no sienten necesidad de ocuparse ni preocuparse por el hecho religioso. 

Etimológicamente[1] significa no tomar posición por una cosa o su contraria, no determinarse en un sentido ni en otro. En el campo religioso posee dos significaciones diferentes entre sí: 

1º El indiferentismo religioso clásico que  se extiende fundamentalmente a lo largo de los siglos  XVIII, XIX y parte del XX, siendo  definido por la encíclica  Libertas de León XIII (20 jun. 1886) como “el sistema doctrinal que enseña que cada uno es libre de profesar la religión que mejor le parezca e incluso de no profesar ninguna”.

2º El indeferentismo religioso que se ha extendido en estos últimos años y del  que hace mención expresa la Constitución “Gaudium et Spes” del Concilio Vaticano II cuando afirma que otros ni siquiera se plantean el problema de la existencia de Dios, porque, al parecer, no sienten inquietud religiosa alguna y no llegan a percibir el motivo de preocuparse por el hecho religioso. 

Aunque ambas  hacen referencia  a una actitud psicológica, a una mentalidad en la que la dimensión religiosa carece de valor alguno, no obstante, las características de una y otra actitud son  totalmente diferentes. 

Dentro de la concepción cristiana del hombre el hecho de  este tipo de increencia,  la indiferencia religiosa, plantea problemas a la Teología y a la Antropología Teológica. Actualmente hay personas que viven la condición humana con unos valores fundamentales que les dignifican y les dan sentido, pero a la vez se declaran indiferentes religiosos, ¿se les podrían  descalificar por su indiferencia?   Esta pregunta tendría sentido en siglos anteriores, pero desde el Concilio Vaticano II  esto no es posible, siendo necesario profundizar desde la  visión teológica sobre  estos temas.

En el documento ¿Dónde está tu Dios?[2]  aparecen las siguientes líneas que ponen de manifiesto estos temas clarificando la segunda postura:

 

“En los países de tradición cristiana, una cultura bastante difundida da a la increencia un aspecto más práctico que teórico, sobre un trasfondo de indiferencia religiosa. Ésta se convierte en un fenómeno cultural, en el sentido en que con frecuencia las personas no se vuelven ateas o no creyentes por propia elección, como conclusión de un trabajoso proceso, sino simplemente, porque «così fan tutti», porque es lo que hace todo el mundo. A ello se añaden las carencias de la evangelización, la ignorancia creciente de la tradición religiosa y cultural cristiana, y la falta de propuesta de experiencias espirituales formativas capaces de suscitar el asombro y de llevar a la adhesión. Juan Pablo II así lo afirma: “A menudo se da por descontado el conocimiento del cristianismo, mientras que, en realidad, se lee y se estudia poco la Biblia, no siempre se profundiza la catequesis y se acude poco a los sacramentos. De este modo, en lugar de la fe auténtica se difunde un sentimiento religioso vago y poco comprometedor, que puede convertirse en agnosticismo y ateísmo práctico”.

 

En los tiempos actuales donde en un mismo lugar geográfico existen diversas religiones con manifestaciones diferentes, se constata la necesidad  de buscar algún tipo de espiritualidad, entendiendo espiritualidad, desde el punto de vista filosófico como la oposición entre materia y  espíritu y desde el  mundo religioso, como  la relación del hombre con el otro, con la deidad, variando ese otro y esa deidad según la cultura donde se manifiesta.  

La aspiración de lo religioso no puede ser suprimida totalmente porque en  la conciencia de cada hombre existe una tendencia a relacionarse con los demás por  ser  un ente  social, y siempre, de manera  amplia y viva, esta abierto  hacia   una visión espiritual y trascendente de la vida. Mircea Eliade[3] afirma que el hombre más irreligioso del mundo comparte, en lo más profundo de su ser, un comportamiento orientado por la religión porque el inconsciente le ofrece soluciones a las dificultades de su propia existencia y en este sentido, ese inconsciente  desempeña el papel de  religión.

Pero en la cultura moderna,[4] Dios no puede manifestarse “visiblemente”. La carne, el mundo en su aspecto “sensible”, es la sustancia opaca que impide que se revele lo “espiritual”. De aquí la posibilidad del error, de entender una cosa por otra, de la ilusión, y además de la inutilidad de los testigos oculares. Hay que superar la esfera de la contingencia, del espacio-tiempo, de la sensibilidad en general, para hallar, en la “fe», al eterno Dios espiritual sin rostro. De esta manera, el postulado anticristológico de Lessing, un hecho histórico no puede probar una verdad universal,  es central en el pensamiento moderno, cuya parte sobresaliente, en la que se manifiesta toda la importancia de lo que está en juego, es la argumentación que conduce a la negación, no tanto de la posibilidad de los milagros, sino más bien de su valor ostensivo, demostrativo. Pero esta negación de ese dios  hace que el hombre se pregunte por lo sagrado y así  Fullat[5] escribe:

 

 “A pesar de todo en Occidente vivimos en lo sagrado, en lo religioso, en lo mágico, en lo fantástico. El Señor de los anillos de Tolkien y la saga de Harry Potter, de Rowling, resultan ininteligibles de no tener presente que el ser humano queda insatisfecho con lo que hay. El anthropos se alimenta de presencias pero asimismo se sustenta con lo ausente. Tolkien ofrece la eterna lucha, mil veces contada, entre el bien y el mal mientras Rowling recrea aventuras y personajes extraordinarios, cuentos inmemoriales. Por lo visto lo corriente y usual sabe a poco. Se ha dado otro paso con Scorsese —La Ultima tentación de Cristo—, con Dan Brown —El Códice da Vinci—, con Salman Rushdie —Los versículos satánicos— e inclusive con precipitadas lecturas del gnóstico Evangelio de Judas como han llevado a cabo los mass-media según costumbre suya. Estos últimos tratamientos y sus éxitos dejan en sus puras carnes que lo sagrado llama vigorosamente la atención. Si el hombre no andara vertebrado por la dimensión  religiosa, la práctica de desprestigiar al cristianismo o al Islam no disfrutaría de tantos lectores o de tantos espectadores. Aquello que no nos concierne, simplemente nos resbala. Igual nos desentendemos de un Dios Mayú́sculo pero andamos como mí́nimo tras los divinos Ulises que nos salen al paso”. 

 

El hombre más incrédulo cree en algo o en alguien que le de estabilidad a su Yo personal, que sea su anclaje en sus inquietudes profundas, y ese algo o ese alguien puede ser un objeto, un espíritu, una energía, un fenómeno de la naturaleza, alguien sobrenatural  o un dios personal. El hombre lo “deifica”  y acude a él en sus conflictos internos intentando utilizarlo con ritos mágicos, o pidendo ayuda, sabiendo que depende de la gracia de ese alguien superior a él. En este sentido todo hombre cree en algo y se da la indeferencia respecto a algo a o alguien y en este trabajo ese “algo o ese alguién” se va a indentificar con la religión.



[1]  Cf. www.canalsocial.net.  Consultado 08/12/1012.

[2] Documento final de la Asamblea Plenaria 11-13 de marzo de 2004. La cita del Papa es del Ángelus del 27 de julio 2003, en L’Osservatore Romano, Ed. Semanal en lengua española,  31, 1-VIII (2003).

[3]  M. ELIADELo sagrado y lo profano,  Barcelona 1998. Para explicar esta aseveración escribe:“Ante un árbol cualquiera, símbolo del Árbol del Mundo e imagen de la Vida cósmica, un hombre de las sociedades premodernas es capaz de acceder a la más alta espiritualidad: al comprender el símbolo, llega a vivir lo universal. La visión religiosa del Mundo y la ideología que la expresa son las que le permiten hacer fructificar esta experiencia individual, «abrirla» a lo universal. La imagen del Árbol es aún bastante frecuente en los universos imaginarios del hombre moderno arreligioso: constituye un mensaje cifrado de su vida profunda, del drama que se representa en su inconsciente y que afecta a la integridad de su vida psicomental y, por tanto, a su propia existencia. Pero mientras el símbolo del Árbol no despierta la conciencia total del hombre haciéndola «abierta» a lo universal, no se puede decir que haya cumplido totalmente su función. No ha «salvado» al hombre más que en parte de su situación individual, permitiéndole, por ejemplo, integrar una crisis de profundidad y devolviéndole el equilibrio psíquico amenazado provisionalmente, pero no le ha elevado aún a la espiritualidad, no ha logrado revelarle una de las estructuras de lo real”.

[4] M. BORGHESI  «Un signo para creer»,  en  Revista Internacional 30 Días en la Iglesia y el mundo, VIII  82/83  (2006).

[5] O. FULLAT «Antropología de lo religioso y la educación», en   Revista pucp edu. 16 31(2007) 44- 62.

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