Dialogar con los jóvenes: una tarea impostergable

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Dialogar con los jóvenes: una tarea impostergable

Por: Jorge Eduardo Basaldúa Silva


Académico del Departamento de Humanidades
Universidad Iberoamericana Puebla (México)

Es necesario cambiar el enfoque de nuestra mirada para comprender el mundo en el cual estamos. En los últimos años las transformaciones sociales han sido profunda y no se detienen; ante ellas podemos tomar dos posturas: una, en cierto modo “tranquilizadora”, que entiende que los cambios han existido siempre, y no hay nada que no hayamos vivido antes; otra, que identifica buenas y objetivas razones para pensar que estamos en un momento crucial de transición histórica. 

Como educadores, no podemos asumir la postura cómoda del “no pasa nada”, sino reconocer, como lo haría el P. Xavier Gorostiaga, S.J., que vivimos no una época de cambios, sino un cambio de época.


Los estudiantes con quienes establecemos relación son, para nosotros, unos conocidos-desconocidos. Si bien cada día los vemos ir y venir por los pasillos, identificamos sus caras, conocemos sus nombres; cuando nos preguntamos qué sabemos sobre sus intereses, proyectos, expectativas, qué les hace sentido, cómo se miran sí mismos y a sus semejantes, entramos en un territorio carente de referencias y no tenemos brújula, mapa, ni oficio de exploradores.


Esta situación nos desconcierta porque estamos acostumbrados a transitar caminos hechos a la medida: como profesores enseñamos lo que los estudiantes necesitan aprender; en ocasiones modificamos el rumbo, pero sin trastocar la estructura y fundamento de la tarea docente. Tal vez, lo que se pide de nosotros ahora, es revisar los fundamentos.

El P. Adolfo Nicolás, S.J., dice que, para mejorar nuestra labor educativa, lo primero que debemos hacer es preguntarnos sobre la calidad de nuestra presencia entre los jóvenes y qué tanto conocemos su cultura, sus valores y su lenguaje.


La Federación Internacional de Universidades Católicas (FIUC), realizó una investigación sobre las culturas de las jóvenes en las universidades católicas en el mundo, con el fin de marcar rutas que permitan conocer mejor a nuestros alumnos. Entre los principales puntos rescato los siguientes.


Nuestros estudiantes, pertenecientes en su mayoría a una clase social “privilegiada”, con padres profesionistas, trayectorias educativas sin interrupciones, accesos a diversos bienes culturales, dicen que lo que más les importa es la familia, sus proyectos personales y el acceso a un trabajo bien remunerado; orientan sus estudios a obtener titulaciones y competencia profesional, pero no a movilizarse en busca de verdades y responsabilidad social. Están lejos del compromiso que implica el ideal humanista.


En términos generales, su vida universitaria se limita a aprobar cursos. No les interesa la oferta de actividades extracurriculares como lo artístico, deportivo, social, que ha sido sello de nuestras universidades; van “a lo suyo” mostrando una actitud profundamente individualista. Un reto que debemos afrontar es interesar al estudiantado en actividades que lo forme integralmente. Lo cierto es que como están las cosas, la vida universitaria no promueve en los estudiantes actitudes más comprometidas.


Nuestros estudiantes se asumen independientes, sin embargo, dependen económicamente de la familia que adopta una actitud protectora. Dicen haber elegido su carrera sin presión familiar ni social, pero obvian que para entrar a ella es necesario contar con recursos para su pago. Se constituyen en un grupo que, antes que cuestionar su estatus, lo “naturaliza”, constituyéndose en reproductores de las desigualdades económicas existentes, y nuestras universidades sirven de apoyo para mantener esta tendencia.


En cuanto a sus actividades, queda evidenciado que para los estudiantes la universidad no es el centro. Frente a su esparcimiento, diversión, relaciones interpersonales no tienen tiempo para el estudio. Son jóvenes que encuentran en la “conexión” el medio idóneo para conjugar la mayoría de sus actividades y desmarcarse lo más posible del mundo adulto. Una de las características de estas actividades es su carácter informal, lejos de las instituciones.


La construcción del yo en los estudiantes es crucial. La universidad les sirve para fortalecer su autoestima. Hay que tomar en cuenta que nuestros estudiantes han construido una mirada de sí mismos positiva, contraria a la de otros jóvenes que más bien tiene una visión degrada del “yo”. Se trata claramente de una diferencia de clase que antes que debilitarse, se fortalece.   


Para monseñor Guy-Réal Thivierge, secretario General de la FIUC, algunos datos del estudio generan preocupación, "sobre todo cuando nosotros quisiéramos formar personas responsables, social, política y religiosamente. Tenemos que cambiar de método, formar a la gente de otra manera, pero no podemos solos, necesitamos que toda la sociedad se involucre".



Los jóvenes viven procesos de transición que no coinciden con lo establecido socialmente; hay desajustes, tensiones y paradojas que experimentan con una fuerte dosis de dramatismo. Reviso brevemente cinco de ellas expuestas en un estudio realizado por CEPAL sobre Juventud Iberoamericana, a fin de identificar posibles vías de acción.

Los jóvenes tienen más educación y menos acceso al empleo: El progreso técnico requiere mayor capacitación. Los jóvenes la tienen, pero no encuentran empleo. Se entienden capaces para desarrollarse en el ámbito profesional, pero no tienen oportunidades para probarlo. En la universidad fortalecemos los posgrados para darles mejores competencias, promovemos la necesidad de continuar estudiando, pero, ¿es esa la mejor vía?, ¿proponemos respuestas creativas para una sociedad tan cambiante? La estrechez del campo laboral, desmotiva al estudiante y le lleva a buscar rutas alternas que nosotros no estamos dando.

Más acceso a información y menos acceso a poder: como profesores reconocemos y pregonamos que hoy los jóvenes manejan mucha información, se mueven a sus anchas en las “redes sociales”, son quienes mejor entienden la nueva comunicación; pero cuando de decidir se trata, marcamos los límites. Creemos poco en ellos, los vemos con sospecha, les damos a entender que son el futuro, anulando con ello su presente. Imaginemos cómo nos ven: atrincherados en nuestro espacio de poder, incapaces de dialogar, como figuras de autoridad cada vez menos legítimas.


Más expectativas de autonomía y menos opciones para materializarlas: los estudiantes aspiran a ganar independencia de sus padres, ampliar su marco de acción, pero a la vez, encuentran un entorno hostil que poco les ofrece; por eso, muchas veces, deciden permanecer en casa. La familia paga sus estudios, provee casa y alimento, y en la mayoría de los casos también su vida social; además tenemos miedo de dejarlos solos. El joven encuentra un espacio de confort y aprende a vivir con ese horizonte, pero ¿será lo que le hace sentir bien?, ¿no incrementará esta situación las tensiones familiares?, ¿cuánta frustración estará contenida en nuestros jóvenes?


Más aptos para el cambio productivo, pero más excluidos de éste: el mercado exige trabajadores capaces de cambiar y adaptarse, y también de manejar información precisa y con rapidez. Estas cualidades colocan a los jóvenes como los más aptos para el trabajo, quienes mejor entiende el ritmo de los tiempos. Pero los adultos mantenemos el control, no les permitimos acceder. En el fondo tenemos miedo de los jóvenes, aunque nuestro discurso diga lo contrario.


Ambigüedad entre receptores de políticas y protagonistas de cambio: Si antes identificábamos a los jóvenes como portadores de cambio social, hoy son más bien parte del discurso público, objeto de políticas sociales, sujetos de derecho. Hemos cambiado su papel, preferimos verlos como sujetos necesitados de ayuda, que como personas capaces de opinar y actuar por cuenta propia.


Despojados del horizonte épico, los jóvenes se ven forzados a buscar trayectorias diversas. Exploran territorios para hacerlos propios alejados del mundo institucionalizado de los adultos, al cual, sin quererlo, se mantienen atados por la precariedad de oportunidades.


Como instituciones educativas, hemos trazado con estudios macro líneas orientadoras, sin embargo, no son suficientes. Parte de nuestra tarea es reconocer los itinerarios biográficos de los jóvenes para entender el sentido que tienen para ellos. Necesitamos asumir el reto de revisar nuestras posturas educativas que, más que comprensivas, están cargadas de preceptos. Si la intención genuina es dialogar, debemos entender que las rutas que siguen los jóvenes están en construcción y, para entender este proceso, es menester olvidar el papel de guías expertos y retomar la actitud abierta del que explora. Hagámonos cómplices de nuestros estudiantes y transitemos junto con ellos el camino que tenemos por delante.
Yo creo que un buen profesor es aquel que, además de enseñar, está dispuesto a aprender.

Fuente: AUSJAL


Bibliografía
Basaldúa. Jorge. (2013). El sentido del proceso educativos de los estudiantes en la Ibero Puebla. Puebla, México: Universidad Iberoamericana Puebla.
Nicolás, Adolfo. (2011). Documento: Respuesta a las cartas “Ex Oficcio”: sobre los jóvenes. Roma.
Openhayn, Martín. (2004). La juventud en Iberoamérica. Tendencias y Urgencias. Santiago de Chile: CEPAL y Organización Iberoamericana de juventud.
Thivierge, Guy-Reál; Aparicio, Rosa; Tornos, Andrés. (2014). Las culturas de los jóvenes en las universidades católicas. Un estudio mundial. París: FIUC.

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