La educación y el despertar de la consciencia

Rafael Á. Pulido Moyano, La educación y el despertar de la consciencia Espiral. Cuadernos del Profesorado | ISSN 1988-7701 | 2020, 13 (26), 12-28.


Este trabajo gira en torno a una pregunta y una respuesta. La pregunta es acerca de cuál debería ser el sentido último de la educación y la respuesta apunta hacia la dimensión espiritual del ser humano. Tanto la pregunta como la respuesta son recurrentes en la historia de la pedagogía, no así la forma en que van a presentarse aquí, pivotando sobre la consciencia y sobre una teoría sobre el desarrollo humano, la llamada “teoría integral” de Ken Wilber,donde la consciencia es el núcleo central. 

Se describen tres tipos de “ataques” contra la consciencia dentro de lainstitución escolar: a) las dinámicas del currículum oculto, b) la no promoción explícita de la autorreflexividad yc) la exclusión de cualquier aproximación “espiritual” a la consciencia. Igualmente, se describe a grandes rasgos una propuesta para reconfigurar el sentido de la educación a partir de la teoría integral de Ken Wilber, presentada como un interfaz entre el estado actual de las cosas y la deseable incorporación a los sistemas educativos de distintas tradiciones de sabiduría.

En última instancia, educar es ayudar a la eliminación del sufrimiento, que es lo mismo que ayudar a la superación del miedo y del sentimiento de carencia con los que todos nacemos. Y la medida en que un ser humano alcanza ese objetivo es directamente proporcional a la distancia que haya recorrido en el camino que conduce a su “despertar” es decir, el camino que lleva a la eliminación definitiva de separaciones como mente/cuerpo, yo/otros y sujeto/objeto. En cualquier caso, la escuela nunca descuidará su principal tarea, la de favorecer el “ascenso” del alumnado en su desarrollo cognitivo, de ahí que, si alguna vez fomentase también la “expansión horizontal” de su consciencia nos encontraríamos con que, a cada edad, aquello que nuestros estudiantes experimentasen en sus prácticas meditativas en particular o espirituales en general lo interpretarán desde la perspectiva cognitiva- emocional-ética en que se encuentren.
Como diría Wilber, en sentido estricto hay tantas espiritualidades como niveles o etapas de desarrollo de la consciencia. La espiritualidad de un niño o de un adolescente no es la misma que la de un anciano, como tampoco es igual la espiritualidad de una sociedad donde predomine un sistema de pensamiento mítico que la de otra cuyo “centro de gravedad” se encuentre en la etapa mental/racional:
La espiritualidad integral entiende que los individuos crecen y se desarrollan a través de varias etapas, y esto incluye su Visión y su comprensión de la espiritualidad. Las propias enseñanzas espirituales deberían, por tanto, adaptarse y presentarse con un lenguaje y un nivel de dificultad apropiados para cada etapa.” (Wilber, 2017, p.183).
Del mismo modo, según Wilber, el ascenso vertical alcanza un punto a partir del cual solo se puede avanzar si va acompañado de una práctica perseverante de la meditación u otras formas de despertar espiritual. Los dos ejes del desarrollo de la consciencia, por lo tanto, están indisolublemente unidos. La espiritualidad, a fin de cuentas, no deja fuera nada: crecimiento cognitivo, despertar autoconsciente y compromiso de acción deben ir de la mano.

La educación y el despertar de la consciencia
 ¿Qué tendríamos que hacer en nuestras escuelas, institutos y universidades, para ayudar a nuestra infancia y a nuestra juventud a alcanzar la máxima altura -el camino del crecimiento- y la máxima profundidad -el camino del despertar- de su consciencia? Ésa es la gran pregunta, pero antes deberíamos averiguar cuántos educadores, administradores y políticos consideran que esa pregunta sea pertinente, relevante o tenga sentido. Mientras crece el número de quienes así lo creen, seguimos asistiendo al espectáculo de un sistema educativo que agoniza porque la sociedad a la que viene sirviendo está ella misma agonizando, tras la caída de los principios que la han sustentado en los dos últimos siglos.
En el ámbito universitario, como formadores de futuros maestros, creemos que lo mejor que podemos hacer en nuestra labor es precisamente administrar a nuestros estudiantes esa inyección espiritual universalista y no dogmática de la que hablaba Claudio Naranjo. En otros países ya hay precedentes muy interesantes (por ejemplo, los trabajos de Beer et al., 2015; Brady 2007; Duerr, Zajonc & Dana 2003; Fahim & Shakouri, 2012; Gunnlaugson & Vokey, 2014; Kasworm & Bowles, 2012; Tolliver & Tisdell, 2006; Sarath, 2006) en los que se demuestran los beneficios que conlleva fomentar la dimensión espiritual en los estudiantes universitarios.
Como educadores, no basta con estar convencidos de determinadas cosas. Debemos atrevernos a traducir esa convicción en experiencias concretas dentro del aula, priorizando precisamente el cultivo de la atención y la consciencia plena en los estudiantes, la puerta de entrada al espíritu, por decirlo de alguna forma.

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