Espiritualidad cristiana como encuentro personal, fundamentada en una relación de Amor. Una espiritualidad enraizada en la historia.
Espiritualidad cristiana como encuentro personal, fundamentada en una relación de Amor. Una espiritualidad enraizada en la historia.
En el cristianismo Dios sale al encuentro del hombre y se revela dándose a conocer. Al analizar esta proposición surgen unas preguntas como: ¿La revelación es solo un experiencia espiritual, o simplemente unas ideas sobre Dios?, ¿ese Dios que se revela es real?, ¿cómo es la relación de Dios-hombre?, ¿Jesús es un ejemplo de vida para ir hacia Dios?, ¿qué significa promesa escatológica?...
El Concilio Vaticano II consideró la revelación como la manifestación que Dios hace de Sí mismo y de sus planes de salvar al hombre, para que el hombre se haga partícipe de los bienes divinos, planes que superan totalmente la inteligencia humana (DV 6).
Se considera la revelación como manifestación de Dios a los hombres con un motivo fundamental, que no es otro que hacerlos participar de su propia vida. Y en esa manifestación se da un “encuentro”, dimensión esencial en la revelación cristiana, presente en el pensamiento bíblico:
La revelación es, por consiguiente la manifestación y el don que el Eterno hace de sí mismo a los hombres para hacerles partícipes de su propia vida, mediante la solidaridad de destino con nuestra vida y nuestra muerte, siendo hombre en Jesús y dándose a la historia y a la conciencia humana para que cada hombre le pueda descubrir y responder, mediante el Espíritu Santo, que es el espíritu de Jesús, que es Dios mismo interiorizado a nuestro propio espíritu, pasando de la historia particular a la inmanencia universal, desbordando el allí y el entonces de Jesús, para que cada hombre pueda verse en él desde si mismo y desde el tiempo y lugar en que es y existe. La historia de la revelación exterior es inseparable de la historia de la iluminación interior, es decir, de la historia de la fe. Más aún no existe una palabra que arranque al hombre a sí mismo desde la mera facticidad exterior si no va acompañada de aquella luz y aquella fuerza que connaturalizando su espíritu con la realidad percibida por los sentidos exteriores le permita sentir presente, operante y destinada a él la presencia del Eterno, reconociéndola como Amor y como gracia, es decir, con aquella misteriosa ordenación a la propia vida que se pueda coger o rechazar, pero que no se puede silenciar como un hecho universal o una simple evidencia lógica. La revelación, antes que un hecho o noticia exterior, es una presencia al espíritu y una determinación de la libertad personal del sujeto[1].
Esta categoría fue olvidada en Teología y recuperada después de la primera guerra mundial con las corrientes personalistas[2]. Exige repectividad en los dos sujetos, es decir, una alteridad insuperable, sin fusión de los sujetos que se encuentran; reciprocidad, intervienen activamente los dos en completa libertad; e intimidad porque son dos personas las que se encuentran.
Ese encuentro personal entre Dios y el hombre solo es accesible a través de la vida humana, de la existencia de cada día en el trabajo, en el estudio, en la solidaridad, en el sufrimiento, en la alegría, en el culto, en la plegaria, la cuestión de que Dios ya no está en lo sagrado, siempre fue así desde que su Hijo Jesucristo anduvo por este mundo como un ser humano sumergido en la profanidad y marginalidad de su tiempo.[3]....
Es ahí el lugar del encuentro del hombre con el Misterio[4]. En lo cotidiano, en el día a día. El Papa Francisco insiste en esta idea afirmando: “El Señor nos habla de modos muy variados, en medio de nuestro trabajo, a través de los demás, y en todo momento”[5].
La espiritualidad denota el proceso relacional que existe entre Dios y el hombre. Una relación que suele entenderse como un proceso de personalización intensivo, purgativo y unificador, que -aunque situado en el ámbito de la intimidad-conduce a la transformación de la conducta y de las propias potencias personales -memoria, entendimiento y voluntad[6].
b) Es histórica
La espiritualidad cristiana es histórica, encarnada, social y culturalmente situada, capaz de dialogar con las realidades del mundo[7].
No se revela en un punto único del tiempo sino en intervenciones sucesivas, es progresiva desde la creación hasta la venida de Dios al hombre en la persona de Cristo.
Desde la primera mitad del siglo XX se exige pensar la revelación del Dios Jesús de Nazaret a partir de las condiciones históricas, sociales y culturales del creyente, y por tanto, la historia es un lugar teológico ya que el mismo Dios se hace presente en ella.
Dios se ha revelado como Ser personal, a través de una historia de salvación, creando y educando a un pueblo para que fuese custodio de su Palabra y para preparar en él la Encarnación de Jesucristo. Es decir, utilizó una pedagogía divina para preparar a su pueblo para su Encarnación.
El decir, que la espiritualidad se da en la historia, pero es necesario aclarar que la historia de Dios es diferente a la historia del hombre, es tangencial a ella. El espacio y el tiempo, en cuanto coordenadas históricas, han sido en el pasado, son en el presente y serán en el futuro, momentos de la revelación de Dios[8], por lo que el espacio y el tiempo constituye lugares teológicos para escuchar a Dios, y es necesario distinguir entre la palabra escrita y la palabra vivida, es decir, el cristiano tiene la certeza de que recibe la palabra de Dios en lo concreto de su existencia, como un evangelio, como una buena noticia.
Hoy día se afirma generalmente que los hebreos fueron los primeros en oponer una concepción lineal del tiempo a una concepción cíclica del mismo; fueron los primeros en dar a la historia valor de epifanía de Dios. Por primera vez se realiza en Israel el encuentro de la revelación con la historia. Fuera de Israel no se encuentra la idea, sólidamente arraigada, de una sucesión de acontecimientos temporales que abarcan el pasado, el presente y el futuro, y que se desarrollan según una dirección y finalidad determinadas[9].
En este sentido la espiritualidad cristiana está enraizada en la historia, hace que lo espiritual puede reproducirse, repetirse, como igual y al mismo tiempo distinto, como pasado y sin embargo presente. Cuando a lo largo de la historia van apareciendo distintas facetas de un contenido espiritual, este cambia la forma de expresión, y con frecuencia una forma posterior expresará mejor el contenido original que la forma primera[10]. El contexto histórico actual ha de considerarse un lugar en el cual Dios se “revela” hoy[11].
También hace que esta adquiera una dirección, un sentido, y a la vez una actualización porque la revelación no son ideas abstractas, no se ha desarrollado en un sistema filosófico, sino en hechos concretos con un significado religioso. Dios se reveló en la historia al pueblo elegido en la zarza ardiendo, en la elección de los Patriarcas, en Egipto, en el desierto, a través de los profetas, en Jesucristo, revelación definitiva de Dios enseñada a través de su pedagogía divina. Dios es aquel que puede intervenir en cada instante y puede cambiar el rumbo de los acontecimientos, está cerca, está ahí, imprevisible en sus intervenciones y en sus efectos. Hay que esperar siempre su venida.
Por tanto, no es el Dios del deísmo que se desentiende del mundo; pero tampoco es el Espíritu hegeliano, que se despliega en la historia y se confunde con ella, un Dios que cobra conciencia de sí mismo al desplegarse, de modo que casi necesita de la historia para ser Dios. No es eso; es un Dios trascendente en su inmanencia. Más presente a nosotros que nuestra propia intimidad, pero también trascendente, distinto, “otro”, respetando siempre la libertad del hombre.
Jesús Resucitado sigue estado presente en la historia de un nuevo modo, está presente por medio de su Espíritu, no como compensación de la ausencia de Jesús, sino el modo en el que el Jesús histórico se hace presente en la Iglesia después de su subida al cielo, actuando a través de los creyentes que se dejan conducir por el Espíritu de Jesús, que adapta y actualiza en nuestra vida la obra de Cristo prestando atención a los signos de los tiempos y actuando en conciencia y responsabilidad.
Unos signos de los tiempos en estas primeras décadas del siglo XXI, como la mundialización de las comunicaciones a través de Internet, la fragmentación de la política, la presión migratoria hacia la Unión Europea, la violencia religiosa y anti-religiosa, las nuevas pobrezas, los atentados ecologistas, el pluralismo cultural y religioso, las nuevas maneras de comprender el matrimonio, la familia, la vida en pareja y de valorar la sexualidad, el feminismo, el ecologismo, etc. Hay que escrutar estos signos de este tiempo para dejarse conducir por el Espíritu de Jesús.
Se da en esta revelación por tanto, dos movimientos circulares:
1) uno, que parte del Dios trinitario que se revela
2) otro, de la respuesta libre del hombre con la fe.
Por otra parte, filosóficamente se define al hombre como “ser-en- relación”[12]. Esa relación está presente en autores contemporáneos como Buber, quien entiende ese encuentro cuando cada persona percibe su yo en la relación con un tú, quedando involucrada la interioridad[13]; o Forte quien afirma que la persona es un ser hacia el otro, o bien Levinas[14] quien define la alteridad como la idea de lo Infinito en el mismo, en el Yo, esa alteridad se cifra en la relación entre lo Infinito y el Yo.
Hoy números teólogos entienden esta relación como apertura al otro, como reciprocidad[15].
González de Cardedal explica esta relación con la categoría de “encuentro” que presupone por un lado, la apertura, la interpelación, el alertamiento para la aceptación de Dios como el «Tú» inapelable al que “no se busca simplemente buceando en las aguas de nuestros fondos marinos, sino respondiendo a su Palabra, acogiendo sus imperativos, realizando su presencia, tal como Él nos la ha querido mostrar en la historia para que, a través de nuestra fe, la prolonguemos a los demás”[16].
Simplemente por Amor como testimonian los Evangelios. El Tú de Dios frente al yo humano es la última instancia constituyente, fundante en el origen y concluyente en el término.
Implica una comunicación que, desbordando al hombre más allá de los márgenes de su finitud, le hace partícipe de las posibilidades personales de quien se le revela y le enriquece abriéndole a una transformación existencial, constituida por la gratuita participación en el vivir personal de quien revelándose se le entrega.
¿Y cómo responde el hombre en este encuentro? La experiencia de Dios lleva a una salida del sujeto, de sí mismo y le da la posibilidad de abrirse al otro. Salvador Ros afirma que cuando nos acercamos al otro, a los demás y se busca su bien, se obtiene mejor conocimiento de Dios[17]. Es una espiritualidad de Encuentro por Amor.
Wojtyla al hablar de Amor escribe: “La esencia del amor se realiza lo más profundamente en el don de Sí mismo que la persona amante hace a la persona amada… Es como una ley de éxtasis: salir de sí mismo para hallar en el otro un crecimiento de su ser”[18].
[1] O. González de Cardedal, “Actualización de la revelación divina”, en Iglesia Viva, 82 (1979) 319-356.
[2] www. mercaba. com: “Entre otros autores queremos destacar las aportaciones de H. Fries y de R. Latourelle. El primero, bajo el influjo de J. H. Newman, de l R. Guardini y de E. Brunner, ha hecho del encuentro la clave teológica de su extensa producción de TF sobre la revelación y la fe. Y R. Latourelle ha tenido el indudable mérito de introducir en el campo de la enseñanza de la teología la concepción de la revelación como encuentro, en profunda conexión con el testimonio bíblico, a través de su manual de Teología de la revelación (1966), con numerosas ediciones en diversas lenguas. En el ámbito español es preciso señalar el planteamiento que hace O. González de Cardedal (Jesús de Nazaret. Aproximación a la cristología, Madrid 1975) al concebir la cristología desde la realidad del encuentro del hombre con Dios en Cristo; la reflexión en filosofía de la religión de J. Martín Velasco (El encuentro con Dios. Una interpretación personalista de la religión, Madrid 1976) sobre el fenómeno religioso como encuentro del hombre con el misterio trascendente; y, la exposición sintética y documentada de S. Pié Ninot sobre la revelación como encuentro en su obra Tratado de Teología fundamental, Salamanca 1989.
[3]F. Rivas,. “Dios ya no está en lo sagrado”, . en Ignis, 5, 5 (2020) 1-8.
[4] R. Panikkar, La nueva inocencia, Estella 1993.
[5] Papa Francisco, Gaudete et exsultate” n. 171.
[6] K. Waaijman. Espiritualidad. Formas, fundamentos y métodos. Salamanca 2011, 386-391.
[7] J. P. Espinosa.”Espiritualidad ¿Ahora! Para un desarrollo humano integral y sostenido” en Franciscanum 61,171 (2019).
[8] Cf. DCG 44
[10] A, Brunner, “Offenbarung durch Geschichte”, en Stimmen der Zeit, 177 (1966) 161-173. Tradujo y condensó: RafaeL Puente.
[11] J. Costadoat, “Dios habla hoy. En busca de un nuevo modo de entender la revelación”, en Franciscanum 169 (2018) 171-202.
[12] M. J. Mariño "Recuperar el corazón. La interioridad como cuestión hoy" en Revista de espiritualidad, 75 (2016), 161-187.
[13] M. Buber, Yo y tú, Buenos Aires, 1984. Buber en 1923 dio un giro en la filosofía occidental pasando de un pensamiento monológico al dialógico, porque cada uno es quien es en su relación con el otro. El hombre se relaciona en tres dimensiones, con la naturaleza, (Yo-Ello); con los hombres ( Yo-Tú) cuya relación es siempre abierta y en diálogo y el hombre con Dios (Yo-Tú eterno) con la divinidad.
[14] E. Lévinas, De otro modo que ser o más allá de la esencia, Salamanca 2003.
[15] Entre otros se pueden citar a E. Brunner, B. Forte, E. Gómez Navarro, F. Meier, A. Jiménez Ortiz, J. Zazo Rodríguez, O. González de Cardedal,Hans Urs Von Balthasar, E. Schillebeeckx, etc.
[16] O. González de Cardedal, Jesús de Nazaret. Aproximación a la Cristología, Madrid 1993.
[17] S. Ros García, “La exhortación Evangelii gaudium. Guía espiritual de nuestro tiempo” en Revista de espiritualidad 77 (2018) 371-395.
[18] A. Woytila, Amor y responsabilidad, Madrid 1978, p.136.
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