La espiritualidad cristiana tiene que actualizarse

Otro aspecto importante que se plantea, dadas las características actuales de la sociedad, es que debe y tiene que cambiar la espiritualidad cristiana para adaptarse a los tiempos sin perder su esencia.


Se ha de evitar considerar lo nuevo y lo antiguo como compartimentos estancos dentro de la espiritualidad cristiana: lo nuevo solo es auténtico cuando conserva lo antiguo; y lo antiguo solo sigue teniendo vida cuando es vivido en forma nueva. En lo antiguo y en lo nuevo ha de mantenerse siempre inmutable lo que ha sido antes, lo es actualmente y lo será siempre, es decir, lo permanente en el tiempo,  y sobre lo cual nunca cabe insistir demasiado: la bendita incomprensibilidad de la vida, Dios, el misterio del Crucificado y Resucitado, la gracia divina en y sobre toda la vulgaridad de la vida diaria, la esperanza en la vida eterna, que es la incomprensibilidad misma de Dios ahora revelada. Donde se da todo esto de forma vital, se da un cristiano y un buen cristiano. Y lo mismo en el futuro[1].


Tendrá que partir de un cristianismo personalizado, donde se reconozca la trascendencia de Dios sin menoscabo del ser humano, profundizando en la condición humana para reconocer la realidad de Dios; un cristianismo donde el modelo de religión no sea una religión organizada totalmente y donde el individuo permanezca pasivo, sino el reconocimiento de la presencia del Misterio en lo profundo de la persona; el descubrimiento de la dimensión mística que produzca una reconversión de la institución eclesial, pasar de iglesia sociedad, al modelo de fraternidad que sepa responder al reto de las injusticias, porque la experiencia de Dios está ligada al amor, a los demás, a un cristianismo, que en el pluralismo de la sociedad moderna, sea capaz de crear un clima de comprensión y diálogo interreligioso.


Una de las cosas urgentes en este cambio es modificar el lenguaje arcaico con el que se presenta, ser osado en la defensa de su ideas, salir a la plaza pública sin complejos, profundizar en la Palabra sin olvidar la Tradición, formar a las nuevas generaciones para una espiritualidad de alegría sin temor y falsas moralinas, dar elementos de discernimiento para impedir las falsas espiritualidades, etc. En definitiva, una espiritualidad emanada de la Palabra.


Pero al hablar de espiritualidad cristiana existe el peligro de desfigurarla, porque la crisis actual de las iglesias tradicionales es la ausencia de experiencia profunda de Dios;  hoy se confunde la verdad de Dios con la seguridad de su sistema religioso[2].

 Se inculturiza tanto, que desfigura y deforma la esencia y el núcleo esencial de ella. 

Por este motivo en la actualidad, más que nunca, es necesario clarificar la espiritualidad, conocer la esencia de la religión de la que deriva, adaptar el lenguaje espiritual a los tiempos e incidir sobre ello, conocer los límites para que no se vea enmarañada y difuminada en esa espiritualidad difusa e indefinida que atrae a las nuevas generaciones. Heidegger decía que toda experiencia cristaliza, se da realmente en la comunicación, y esta a su vez renueva la experiencia, la enriquece con la inteligibilidad que le proporciona[3]

Esa espiritualidad cristiana se comunica con hechos, pero también con palabras. Y esos hechos y esas palabras deben confor


[1]K. Rahner “Espiritualidad antigua y actual”. en  Escritos de teología. Vol. 7. Madrid 1969, 13-35, p 35.

[2]L. Boff, Mística y espiritualidad, Mendoza 1995.

[3]M. HeideggerDe camino al habla, Barcelona, 1987, p.147.

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