Carta de 1216 de Jacobo de Vitry sobre San Francisco

 

Carta I (Génova, primeros de octubre de 1216)

[...]

Me detuve algunos días y prediqué la palabra de Dios en varios lugares. A duras penas se encuentra en toda la ciudad a alguien que tenga el valor de resistirse a los herejes, excepto algunos hombres santos y mujeres religiosas que los seglares llaman, no sin cierta malicia, "patarinos". Pero el Sumo Pontífice, que les ha concedido la facultad de predicar y combatir a los herejes (y que ha aprobado también su Congregación) los llama "Humillados". Éstos renuncian a todos sus bienes, re reúnen juntos en diversos lugares, viven del trabajo de sus manos, predican con frecuencia la palabra de Dios y la escuchan de buena gana, y son perfectos y firmes en la fe, eficaces en las obras. Esta religión se ha extendido tanto en la diócesis milanesa que se pueden contar hasta 150 congregaciones conventuales de hombres por un lado y de mujeres por otra, sin contar a los que permanecen en sus casas. 

Saliendo de aquí llegué a Perusa. Encontré al papa Inocencio muerto, pero aún sin sepultar. Por la noche los ladrones habían despojado su cadáver de todos sus preciosos ropajes, dejando en la iglesia (catedral) su cuerpo casi desnudo y en estado de putrefacción. Yo entré después en la iglesia y pude comprobar con plena fe lo breve que es la gloria engañosa de este mundo.

El día siguiente de los funerales los cardenales eligieron a Honorio (III, 18 de julio de 1216), hombre de edad avanzada y piadoso, simple y muy humilde, que había repartido a los pobres casi todo su patrimonio. El domingo después de la elección fue consagrado Sumo Pontífice.
Luego yo, el domingo siguiente (31 de julio), recibí la consagración episcopal... (sigue hablando de su familiaridad con el papa, de sus repetidos coloquios y de las facultades obtenidas, sobre todo de poder predicar en todas partes, y de los preparativos de la expedición a Acre)

[...]

Habiendo frecuentado algún tiempo la Curia, encontré muchas cosas contrarias a mi espíritu. Todos estaban tan ocupados en cosas materiales y mundanas, en cuestiones de reyes y reinos, en litigios y procesos, que apenas permitían hablar de cualquier tema de tipo espiritual.
He encontrado, sin embargo, en aquellas regiones una cosa que ha sido un gran consuelo para mí, pues pude ver que muchos seglares ricos de ambos sexos huían del siglo, abandonándolo todo por Cristo. Los llamaban Hermanos Menores y Hermanas Menores.

Son tenidos en gran honor por el señor papa y los cardenales. No se ocupan para nada de las cosas temporales, sino que, llenos de un fervoroso anhelo y de un vehemente empeño, se dedican diariamente a rescatar de las vanidades del siglo a las almas que están en trance de perecer y a llevarlas con ellos. Y por la gracia de Dios han cosechado ya un abundante fruto y han ganado a muchos, pues sucede que el que escucha dice: "ven" y un grupo atrae a otro grupo.

Viven según la forma de la primitiva Iglesia, según aquello que de ella se escribió: "La multitud de los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma". Durante el día van a las ciudades y a las aldeas para conquistar a los que pueden, dedicados así a la acción; y durante la noche, regresando al despoblado o a lugares solitarios, se dedican a la contemplación.

Las mujeres, por su parte (las "damianitas") viven juntas en algunos hospicios cerca de las ciudades, y no reciben nada, sino que viven del trabajo de sus manos. Les causa mucho desagrado y turbación el hecho de que clérigos y laicos las honran más de lo que ellas quisieran.

Los hombres de esta religión una vez al año, y por cierto para gran provecho suyo, se reúnen en un lugar determinado para alegrarse en el Señor y comer juntos, y con el consejo de santos varones redactan y promulgan algunas santas constituciones, que son confirmadas por el señor papa. Después de esto, durante todo el año se dispersan por Lombardía, Toscana, Pulla y Sicilia.

Hace algún tiempo, el hermano Nicolás, paisano del señor papa, hombre santo y religioso, abandonó la curia y se retiró con estos hombre .

s, pero el señor papa, como le era muy necesario junto a sí, lo hizo volver.

Tengo por cierto que, para oprobio de los prelados, que son como perros mudos que no saben ladrar, quiere el Señor salvar a muchas almas antes del fin del mundo por medio de estos hombres sencillos y pobres

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