De la conjuración judeo masónica al sínodo de la sinodalidad

 

De la conjuración judeo masónica al sínodo de la sinodalidad

Cuando a un político las cosas no le salen del todo como él se pensaba, la tendencia es a culpabilizar de todo a elementos externos. De tiempos de Franco era conocido lo de la conjuración judeo masónica y la pertinaz sequía.

Cada vez que Pedro Sánchez, presidente del gobierno de España, tiene problemas, y últimamente se le acumulan, recurre a los argumentos más peregrinos, empezando por Franco, y siguiendo por Filomena, el COVID, el volcán de La Palma y la guerra de Ucrania, al punto que en el Congreso de los diputados ya se cachondean abiertamente del argumentario.

En nuestra Iglesia las cosas no van del todo bien. Los peregrinos que acuden a la plaza de san Pedro de Roma cada vez son menos, los ingresos económicos se desploman, las actividades del santo padre, como viajes, por ejemplo, no son noticia salvo en portales muy especializados, cada día se cierran conventos y monasterios, la edad media del clero sube como la espuma, y cada uno de nosotros observa sin problemas en su parroquia cómo apenas hay bodas ni bautizos, bajan las primeras comuniones y el número de asistentes a las celebraciones litúrgicas cae día por día, a la vez que las nuevas ideas pastorales, como el sínodo de la sinodalidad, suscitan escasísimo entusiasmo.

¿Dónde está el problema?

Ni Franco iba a admitir posibles errores, ni Sánchez confesará que esto se le va de las manos ni el papa Francisco y toda su curia reconocerán que tal vez algo no se está haciendo correctamente. Busquemos culpables.

Tal vez comencemos por Trento, que si bien es verdad que unificó claramente doctrina, regaló esplendor universal, nos llenó de santos y nos ha permitido vivir con fuerza hasta hace cincuenta años, sigue sin superarse y no es válido para los tiempos de hoy.

Vale. Tuvimos un Vaticano II. Sí, pero nos dirán que no se ha aplicado del todo, porque tras Juan XXIII y Pablo VI, que eran los buenos, vinieron Juan Pablo II y Benedicto XVI, que acabaron con el aperturismo. Ya.

Llegaron los tiempos de Francisco. Los datos parece que dicen que lejos de conseguir era primavera eclesial tan deseada, nos estamos hundiendo aún más en el abismo. Claro.

Las razones son de todo tipo: el rigorismo heredado de papas anteriores, los ultracatólicos que torpedean iniciativas, el coronavirus, la guerra de Ucrania, los abusos ahora descubiertos y atajados.

Hay cosas que no dependen de nosotros, otras sí.

Hace unas semanas preguntaba en este blog a mis lectores por sus iniciativas para aportar a la reflexión sinodal. Quizá estas iniciativas nos permitan comprender qué está pasando.

Los lectores pedían básicamente tres cosas:

-        Unidad de doctrina, porque es imposible una Iglesia donde cada sacerdote, cada obispo o cada conferencia episcopal tenga su fe y su moral.

-        Disciplina. Porque parece que aquí nunca pasa nada.

-        Vida litúrgica. Oración y vida sacramental.

¿Es que estas cosas no las tenemos? Me temo que no. Voy a ejemplos.

Doctrina. El otro día el cardenal Marx afirmando que se puede dudar del catecismo.

Disciplina. ¿Se acuerdan de los sacerdotes alemanes bendiciendo en público parejas gays en abierta oposición a Doctrina de la Fe? ¿Pasó algo?

Vida litúrgica. Los templos cerrados durante el peor momento del COVID.

Y ahora podemos echar la culpa de todo lo que nos pasa a la pertinaz sequía, la conjuración judeo masónica, Filomena, la pandemia de COVID, la guerra de Ucrania, los ultracatólicos que torpedean al papa o los grupos de católicos tradicionales.


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