23. El llanto de las clarisas (LM 15,5) San buenaventura y Giotto

23. El llanto de las clarisas (LM 15,5)

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Los hijos de San Francisco, que fueron convocados para asistir al tránsito del Padre, a una con la gran masa de gente que acudió, consagraron aquella noche en que falleció el santo confesor de Cristo a la recitación de las alabanzas divinas, de tal suerte que aquello, más que exequias de difuntos, parecía una vigilia de ángeles.

Una vez que amaneció, la muchedumbre que había concurrido tomó ramos de árboles y gran profusión de velas encendidas y trasladó el sagrado cadáver a la ciudad de Asís entre himnos y cánticos.

Al pasar por la iglesia de San Damián, donde moraba enclaustrada, junto con otras vírgenes, aquella noble virgen Clara, se detuvieron allí un poco de tiempo y les presentaron a aquellas vírgenes consagradas el sagrado cuerpo, adornado con las llagas, para que lo vieran y lo besaran. Así se cumplió la promesa que había hecho Francisco a Clara de que, antes de morir ella, lo verían tanto ella como sus hermanas para consuelo suyo.

Llegados por fin, radiantes de júbilo, a la ciudad, depositaron con toda reverencia el precioso tesoro que llevaban en la iglesia de San Jorge. Éste era precisamente el lugar en que siendo niño aprendió las primeras letras Francisco y donde más tarde comenzó su predicación; aquí mismo, finalmente, encontró su primer lugar de descanso.

El bienaventurado Francisco pasó de este mundo al Padre el día 3 de octubre del año 1226 de la encarnación del Señor al atardecer del sábado, y fue sepultado al día siguiente, domingo. 

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