Los estigmas sello de santidad

 

Piero BargelliniLos santos también son hombres. Madrid, Ediciones Rialp (Col. Patmos, Libros de espiritualidad - 116), 1964; pp. 107-123: San Francisco, hombre fantaseador.

Los estigmas eran, en efecto, el último, claro, evidente, visible, palpable sello de una santidad que había tenido siempre otras tantas claras, evidentes, visibles y palpables manifestaciones. 

Y todavía podría decirse, rozando con temblor la paradoja, y no por gusto del escándalo, sino por deseo de claridad, que los estigmas eran un milagro que se entonaba perfectamente con el estilo de Francisco, es decir, que entraba en su tendencia a la manifestación exterior.

Por algo les dio Dante el nombre común y material de «sello». Pues con el sello, los Reyes autentificaban visiblemente sus escritos. Y con los estigmas, el Rey de Reyes autentificaba visiblemente el decreto de la caridad sobre los miembros de su fiel.

Pero los Reyes no eran los únicos que usaban de sellos. También los comerciantes, y en particular los comerciantes de lana, garantizaban la pureza de sus mercancías por medio de sellos.

El Arte o Corporación de los laneros, por ejemplo, no permitía la exportación de sus «torcidas», sino después de tres rigurosos exámenes de los productos. En cada examen los «priores» aplicaban un sello que llevaba la figura del Agnus Dei o Cordero de Dios. Y tan sólo tras el tercero, es decir, después de puesto el último sello, se consideraba auténtica la mercancía y quedaba garantizada por el Arte. Podía entonces entrar en el mercado.

Dante debía conocer bien esta práctica. Cabe creer así que, al usar de la expresión «último sello», se refiriese más a esa práctica mercantil que no a la regia de los Reyes, que sólo sellaban una vez.

Los estigmas constituían así el último sello, tras el cual la santidad de Francisco ya no tenía necesidad de más autentificaciones. La lana del vellón franciscano era la misma del Agnus Dei, la misma del Cordero divino, y el Serafín, de seis resplandecientes alas inflamadas, al grabar las cinco rojas llagas en el penitente de la Verna, ponía verdaderamente de manera visible el último sello a la admirable vida del hijo de un gran comerciante de lana de Asís.

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