SAN FRANCISCO, ¿UN SUFÍ?

 

SAN FRANCISCO, ¿UN SUFÍ?

por Jacinto Fernández-Largo, OFM

[En Selecciones de Franciscanismo, vol. VI, núm. 16 (1977) 106-112]


[Idries ShahLos Sufíes. Introducción de Robert Graves. Barcelona, Luis de Caralt Editor (Rosellón, 246), 1975; 382 pp., 16 x 22 cm.

El libro  escrito por Shah, nacido en Simla, en la India, en 1924 ha difundido los principios del sufismo por países de Occidente desde Londres, su residencia desde hace años. 

Gran Jeque -«cabeza de familia»- de la «Tariqa» o Regla sufí, su obra puede parecer tendenciosa y exagerada, pero millones de ejemplares de sus escritos, vertidos a todas las lenguas, demuestran el interés con que las doctrinas sufíes se acogen en el mundo de hoy

Uno de los apartados de la obra, el cuarto, se titula «Francisco de Asís» y está consagrado a demostrar que el Pobrecillo recibió influencias del sufismo. Es difícil demostrar esta aseveración.

Sin embargo, no olvidemos que Francisco fue un trovador italiano conocedor del provenzal, que estuvo en España, entonces ocupada parcialmente por los musulmanes, que pudo recibir influencias a través de Sicilia, otro de los grandes centros difusores de las ideas musulmanas, que intentó viajar a Marruecos, que lo hizo al Oriente Medio, siendo bien recibido por el sultán de Egipto.

 Ni cabe negar su evidente simpatía y comprensión hacia los musulmanes, en estridente contraste con la belicosidad que suscitaron las Cruzadas.

 Numerosos rasgos de su espiritualidad, si no toda ella, coinciden sorprendentemente con el estilo de vida sufí, basado en el amor y en la fraternidad. 

Su talante de peregrino, desasido de las cosas de este mundo, casa a la perfección con el género de vida de los Derviches Danzantes, santones musulmanes de filiación sufí, itinerantes y despegados de todo, aunque también cabe explicarlo sociológicamente por el influjo de las peregrinaciones medievales -a Jerusalén, a Roma, a Santiago- y, bíblicamente, remontarlo hasta la mentalidad trashumante del Éxodo. 

Incluso el atuendo fue idéntico: sufíes y franciscanos endosaron túnicas de lana.

 La parábola con que, según san Buenaventura, Francisco intentó convencer al Papa para que otorgara aprobación a su Orden delata inspiración oriental: no cristianas, sino sarracenas son sus frases y terminología. 

Y el «Cántico del Hermano Sol», supremo fruto del estro de Francisco y considerado el primer poema italiano, halla sus precedentes en las composiciones poéticas de Jalaliddin Rumi, jefe de los Derviches Danzantes y máximo poeta de Persia, autor de una «Colección del sol de Tabriz». Francisco, que no quiso ser sacerdote, imitó a los sufíes al enrolar legos a su espiritualidad, los Terciarios Franciscanos.

¿Coincidencias? Cabe si se piensa en la frecuencia con que se condensan simultáneamente ideas flotantes en el ambiente de una época determinada. Pero tampoco hay que desechar la posibilidad de una transmisión o aculturación, por sorprendente que parezca. 

A principios del siglo XIII, el papa Inocencio III, convencido de la validez de la misión del santo, le otorgó el permiso para la fundación de los Hermanos Menores, o Franciscanos. Los «Hermanos Menores», título al que se da una intención de piadosa humildad, podría llevarnos a preguntar si existía alguna Orden conocida como los «Hermanos Mayores». En caso afirmativo, ¿cuál podría ser la conexión?

Las únicas personas conocidas de este modo y coetáneas de san Francisco eran los Hermanos Mayores, nombre de la Orden sufí fundada por Najmuddin Kubra, «el Mayor». 

La conexión es interesante. Una de las principales características de este gran maestro sufí era que tenía una misteriosa influencia sobre los animales. Los grabados le representan rodeado de pájaros. Domesticó a un perro salvaje sólo con la mirada, del mismo modo que san Francisco doma a un lobo en un conocido relato. Los milagros de Najmuddin eran muy famosos en todo el Oriente sesenta años antes del nacimiento de san Francisco.

Se cuenta que cuando san Francisco era elogiado por alguien, replicaba con esta frase: «Nadie es más de lo que es a los ojos de Dios».

La sentencia de Najmuddin el Mayor era: El Haqq Fahim ahsan el-Haqiqa: «Es la Verdad la que conoce lo Verdadero».

Alrededor de 1224 fue compuesta la canción más importante y característica de san Francisco: el Cantico del Sole, el Cántico del Sol. 

Jalaluddin Rumi, jefe de los Derviches Danzantes y el poeta más grande de Persia, escribió numerosos poemas dirigidos al sol, el sol de Tabriz. Incluso dio a una colección de sus poemas el nombre de Colección del sol de Tabriz. En su poesía, la palabra «sol» aparece una y otra vez.

Si fuese cierto que san Francisco intentaba establecer contacto con las fuentes de su poesía, no sería de extrañar que deseara visitar Oriente, como tampoco que fue bien recibido por los sarracenos en el caso de que llegase a visitarlos. 

Entonces lo lógico sería que, como resultado de su viaje a Oriente, empezase a escribir poesía súfica. Ahora veremos si estos hechos coinciden con la historia y si fueron comprendidos por sus coetáneos.

Cuando tenía treinta años, Francisco decidió viajar a Oriente, y concretamente a Siria, que lindaba con el área de Asia Menor donde estaban establecidos los Derviches Danzantes. Problemas económicos le obligaron a volver a Italia. Pronto se puso de nuevo en camino, esta vez hacia Marruecos. Salió con un compañero y atravesó todo el reino de Aragón, en España, aunque nadie sabe por qué lo hizo, y algunos biógrafos están realmente desconcertados. España rebosaba de ideas y escuelas sufíes.

No le fue posible llegar a Marruecos, pues la enfermedad le obligó a regresar a su patria, lo cual hizo en la primavera de 1214.

Ahora se fue a las Cruzadas, marchando en dirección a la sitiada Damietta. El sultán Malik el-Kamil estaba acampado al otro lado del Nilo, y Francisco fue a visitarle. Le recibieron muy bien, y la teoría es que se dirigió allí para convertir al sultán al cristianismo. «El sultán -dice un cronista- no sólo despidió a Francisco en paz, con asombro y admiración de sus excepcionales cualidades, sino que le otorgó todo su favor, le dio un salvoconducto para que pudiese ir y venir, y permiso para predicar a sus súbditos, y le rogó que volviese con frecuencia a visitarle».

Algunos biógrafos atribuyen esta visita a los sarracenos a su deseo de convertir al sultán, y, sin embargo, dicen de él que «estos dos viajes inútiles interrumpen extrañamente el curso de su vida». Serían extraños si no fuesen los viajes de un trovador en busca de sus raíces. Su deseo de ir a Marruecos ha sido descrito con estos términos: «Es imposible decir qué incidente de su historia puede haber sugerido esta nueva idea a la mente de Francisco».

Los ejércitos sarracenos y las cortes de sus príncipes eran en aquel tiempo focos de actividad sufí. No cabe duda de que fue aquí donde Francisco encontró lo que buscaba. Sin haber convertido a nadie en el campamento musulmán, su primer acto al cruzar de nuevo el Nilo fue tratar de disuadir a los cristianos de atacar al enemigo. Esto es explicado por los historiadores, siguiendo el proceso usual de la percepción retrospectiva, como un acto debido a una visión del santo de la inminente derrota de las armas cristianas. «Su advertencia fue acogida con desdén, como ya había previsto; pero en el mes de noviembre los hechos le dieron la razón cuando los cruzados tuvieron que retirarse con grandes pérdidas de las murallas de Damietta. Bajo estas circunstancias, la lealtad de Francisco debió dividirse, pues es imposible que careciese de simpatía personal hacia el amistoso y tolerante príncipe que con tanta bondad le había recibido».

El «Cántico del Sol», tenido por el primer poema italiano, fue compuesto después del viaje del santo a Oriente, aunque, a causa de su pasado trovador, a sus biógrafos les resulta imposible creer que no había compuesto antes una poesía similar:

«Es absurdo suponer que durante todos estos años (antes de 1224, cuando escribió el "Cántico") Francisco, que en sus mocedades fue el jefe de los jóvenes trovadores de Asís, y que después de su conversión recorrió bosques y campos cantando, todavía en francés, canciones que no podían ser las mismas que cantaba por las calles con sus alegres compañeros -cantos de amor y de guerra-, es absurdo, decimos, suponer que en esta fecha tan tardía compuso por primera vez cánticos en honor y a las glorias de Dios; pero estamos seguros de que estas atractivas y torpes rimas fueron las primicias de la poesía vernácula en Italia».

El ambiente y el marco de la Orden franciscana se parecen más que a ninguna otra a una organización derviche.

 Aparte de los relatos sobre san Francisco, compartidos por los maestros sufíes, todos los puntos coinciden. 

La especial metodología de lo que Francisco llama «plegaria santa», indica una afinidad con el «recordar» derviche, completamente aparte de los giros. El hábito de la Orden, con capucha y mangas anchas, es el de todos los derviches de Marruecos y España. 

Como el maestro sufí Atta, Francisco intercambió sus ropas con un mendigo. Vio a un serafín con seis alas, una alegoría usada por los sufíes para comunicar la fórmula del bismillah. Desechó unas cruces claveteadas que muchos de sus frailes llevaban para mortificarse. Este acto pudo no haber sido ejecutado exactamente como se cuenta. Es posible que recordara la práctica derviche de rechazar simbólicamente una cruz con las palabras: «Puedes tener la Cruz, pero nosotros tenemos el significado de la Cruz», que todavía está en uso. Este, incidentalmente, podría ser el origen de la costumbre templaria, relatada por testigos, según la cual los caballeros «pisaban la Cruz».

Francisco no quiso ser sacerdote. Como los sufíes, enroló a legos para su apostolado, y también como los sufíes, pero contrariamente a la Iglesia, intentó propagar el movimiento entre todas las gentes, en alguna forma de afiliación. 

Ésta fue «la primera reaparición en la Iglesia, desde su establecimiento jerárquico, del elemento democrático: los cristianos como algo más que simples ovejas que han de ser alimentadas, y almas que han de ser dirigidas».

Lo notable de las reglas fijadas por Francisco era que, como los sufíes y a diferencia de los cristianos ordinarios, sus seguidores no debían pensar ante todo en su propia salvación. Este principio es subrayado una y otra vez entre los sufíes, que consideran la preocupación por la salvación personal una expresión de vanidad.

Por doquier comenzaba sus sermones con el saludo que, según él, le había revelado Dios: «¡La paz de Dios sea contigo!». Naturalmente, se trata de un saludo árabe.

Además de ideas, leyendas y prácticas sufíes, san Francisco retuvo muchos aspectos cristianos en su Orden.

La consecuencia de esta amalgama fue producir una organización que no maduró completamente.




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