Base cristológica de la creación

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Fundamentos de la fraternidad en Francisco

Eduardo García Peregrín.  



Teológicamente se presenta la presencia de Dios en su Creación de manera especial cristológicamente y por medio de la pneumatología.

 La teología franciscana, con resonancias provenientes de la filosofía platónica, ve todo prefigurado y creado en la Palabra de Dios.

 Apoyándose en el Prólogo del Evangelio según San Juan esta palabra creadora es identificada con el mismo Jesucristo, Palabra e Hijo de Dios. 

Por ello, cada creatura, según su modo propio de ser y existir, lleva en sí misma algo de esa Palabra por la que ha sido creado todo. 

La Palabra habla y se expresa en las creaturas, y por medio de ellas es perceptible por los sentidos. Esta base cristológica de la Creación ha sido desarrollada en la reflexión franciscana en forma consecuente, pues la Palabra se ha hecho carne, materia, en el verdadero sentido, en la encarnación. Dios está presente en la Creación por medio de su Palabra, por el Hijo Encarnado. 

Según la tradición franciscana el ser humano, de manera especial, esta creado por medio de la Palabra, y se interpreta cristológicamente su realidad de ser imagen y semejanza de Dios. El ser humano es creado a imagen y semejanza de aquella misma palabra de Dios que se hizo carne en Jesucristo. Por esto mismo, la materia, el cuerpo, la carne son santificados y signos, aún más, lugares de la inmanencia divina. En la superación de la muerte y en la resurrección esta Palabra permanece presente en la Creación. Cristo, proclamado como el Resucitado, es, por decirlo así, inmanente en el cosmos. 

Esta interpretación cristológica se vincula íntimamente a la enseñanza sobre El Espíritu Santo. En el relato de la Creación del Génesis se habla del Espíritu que aleteaba sobre las aguas y que está presente y actuante como Espíritu de Dios en la Creación. El Espíritu de Dios vivifica la Creación en cuanto que está presente en todo y en cada acto creador. El Espíritu de Dios presente es principio de vida que mantiene la existencia, empuja y conduce todo a la meta, que es la perfección en Dios mismo. El Espíritu de Dios creador, que fue derramado nuevamente sobre la Creación después de la muerte y resurrección de Jesús, penetra y plenifica la Creación. Así, la Creación es interpretada como Epifanía de Dios, y en ella, sobre todo de manera especial en el ser humano, Dios toma su “morada”. 

La espiritualidad franciscana quiere abrir los sentidos del ser humano para que éste pueda percibir la presencia de Dios en la Creación. Pretende ayudar a descubrir y reconocer la inmanencia, la morada de Dios en las creaturas y mucho más en el ser humano mismo. 

Nada ni nadie es excluido de esta presencia de Dios. De nuevo se agudiza la mirada sobre el/lo otro, aún cuando éste pueda aparecer como extraño u hostil. Pese a todo, Dios está siempre presente en todos y en todo de forma misteriosa. Esta comprensión y percepción prepara y abona el terreno para una convivencia reconciliadora y pacífica, pues Dios puede ser entrevisto como presente en todo y en todos.

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