Comentario de Gonzalez de Cardedal sobre el poema de Richter Navidad

Soledad y compañía


El poeta alemán Jean Paul Richter (1763-1825) nos dejó un relato estremecedor titulado «Discurso del Cristo muerto desde la cúpula del mundo diciendo que no hay Dios». Figuras de dolor inextinguible gritan estas dos preguntas: «¿Estamos solos en el mundo?» «¿Somos huérfanos o tenemos Padre?»

 Y Cristo responde a ambas con una negativa: estamos solos y no tenemos Padre. Este texto traducido al francés por Madame de Staël se convirtió en el manifiesto del ateísmo para las generaciones siguientes. Se lo consideró como el anticipo de la frase siempre citada de Nietzsche sobre la muerte de Dios. 

Pero M. de Staël hizo una maligna operación de metamorfosis invirtiendo su sentido, al eliminar el prólogo y epílogo en los que el autor nos da las claves literarias para interpretar su sentido.

Lejos de ser una simple y vulgar negación de Dios, con este relato el autor se proponía mostrar el ensombrecimiento y perturbación personales que sobrevendrían al hombre, si de verdad él y el mundo no estuvieran habitados por una presencia real, si no pudiéramos decir que no somos huérfanos, que en nuestro origen está un «querer». 

Existimos porque Dios nos ha «querido» en el doble sentido del verbo querer: como «decidir» y como «amar». Nos ha creado y ha nacido entre nosotros. El propósito de Jean Paul era despertar irónicamente a ciertos intelectuales de su época que se entretenían con el ateísmo y no percibían con qué mortales silencios y sombras estaban jugando. El relato, suma de poesía y drama, quería ponerles ante los ojos los resultados mortales de su negación de Dios.

De esta fuente vivificadora y de esta raíz nutricia vienen nuestra afirmación y celebración de la Navidad. No es la mitología del Sol vencedor u otra cualquier efemérides cósmica. Es la proclamación de que ese Dios que nos ha «querido» se inserta en nuestra historia, la asume y goza, la padece y trasforma.

 Y desde ahí nacen también la alegría y los cantos cristianos de los días navideños. Lejos de cualquier ingenuidad, de un folclore paganizante o de una ceguera para lo Eterno, los cristianos invitamos a conocer y a cantar al niño de Belén, en quien Dios se hizo vecino nuestro y compañero de nuestro camino. En este año celebramos el VIII centenario de la Reforma de Lutero, quien decía que no se aprende quien es Dios sobre todo con la Metafísica de Aristóteles sino a la luz «del pesebre y de los pañales». Antes que Dios excelso del ser abstracto es el Dios humilde del hombre concreto.

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