"Los alcances de la fe en la posmodernidad."


 Carlos  A., "Los alcances de la fe en la posmodernidad." Revista Lasallista de Investigación 5, no. 2 (2008):131-145. Redalyc, https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=69550216




Quizás el cristianismo se estaba volviendo una ideología o una visión más del mundo que com- petía por el mercado religioso. Heidegger sitúa la caída del cristianismo precisamente en que por volverse moderno y acomodarse a los tiempos nuevos, transforma su ideal de vida en una cosmovisión o una visión del mundo. 
La fe se vuelve algo subjetivo, una experiencia estética personal y el vacío que deja se llena con estudios e investigaciones sobre el mito o sobre la historia de las religiones. Queda una fe sin ningún Dios o un Dios sin quien lo experimente. El cristianismo ha de volver a su esencia de ser experiencia vivida, experiencia comunitaria y experiencia transmitida de la donación del amor de Dios en Jesucristo, sin preocupaciones de marketing, rating o estadística. “Estos son los que buscan al Señor, conviven con El y luego proclaman en el desierto o en la ciudad que el amor es posible.” “En consecuencia, la mejor defensa de Dios y del hombre consiste precisamente en el amor. Las organizaciones caritativas de la Iglesia tienen el cometido de reforzar esta conciencia en sus propios miembros, de modo que a través de su actuación —así como por su hablar, su silencio, su ejemplo— sean testigos creíbles de Cristo” .

Ser testigos creíbles de Cristo. He ahí el meollo. Por mucho tiempo se confió la defensa de Cristo a los argumentos teológicos y conceptuales, a la perfecta construcción de los edificios dogmáticos o a la rica historia espiritual y cultural de la iglesia. Pero esto no va más. Todo lo anterior tiene sentido y valor si está respaldado por la acción concreta de los cristianos y que se vea que nace de la experiencia y no del deber o de la competencia del mercado o de la tarea profesional. La misión en esta perspectiva no busca crear una sociedad cómoda o lograr un bienestar material humano, o reducir los índices de necesidades básicas insatisfechas, sino crear un hogar humano para Dios y un hogar divino para el hombre. 
¿No es esto el inicio-fin del Reino de Dios?

La experiencia del amor es una experiencia universal. Dios no es una experiencia restringida a una confesión sino que es una posibilidad humana. El cristianismo tiene conciencia de ser la experiencia total de Dios en Jesucristo, pero no puede negar la presencia de ese amor en otras religiones o confesiones religiosas. Y mucho menos, puede considerar, en forma exclusivista, que posee únicamente la verdad, como tampoco puede aceptar que todas las expresiones históricas y culturales de la experiencia de Dios sean iguales. Hay una experiencia humana común, una apertura a una exigencia infinita de sentido, que se manifiesta plenamente, para los cristianos, en la donación de Dios en Jesucristo. Allí radica la especificidad cristiana que se propone a la humanidad. No es una imposición sino una propuesta de plena salvación.

Además, estamos en una sociedad pluralista, donde hay libertad de elección y de vivencia. El cristiano aprende a compartir con quien no tiene su propia fe, enriqueciéndose del otro y aportándole lo propio de su fe. En un mundo pluralista, se comparte la riqueza espiritual que se tiene pero no se discrimina ni destruye al otro. Y la verdad que el cristiano presenta, es la verdad existencial de una presencia que se da y se da cambiando al hombre de sujeto potente en sujeto dado, pasivo, que recibe la totalidad de Dios y por eso puede ser testigo de la misma totalidad de Dios. Así el cristiano se presenta con la totalidad de su verdad existencial provocando en los otros una experiencia semejante. De la actitud mística, se presentan algunos elementos para una antropología nueva:

El hombre creyente se constituye por la llamada de Dios, anterior a todo. La esencia humana se da por la llamada y la respuesta a esa llamada. Ser hombre significa estar abierto a la recepción de Dios y desde esa experiencia recibir a los demás, en un proceso de donación e interdonación.


Dios hace al hombre libre, lo libera de sí mismo y para sí mismo. La libertad no es encapsulamiento pues la donación permanente de Dios constituye al hombre en un ser nuevo en cada momento de su vida. Dios lo abre a cada momento. Esa libertad no lo cie- rra sino que lo abre en la donación del amor a los semejantes.


Todos son llamados, cada uno recibe a Dios en un proceso de unidad-pluralidad que no niega las diferencias pues hace diferente a lo diferente. Es el proceso humilde del amor que no deja nada para sí sino que se retira dándose y se dona ocultándose.

Las líneas para una evangelización que surgen de una posición mística:

El hombre es un sujeto humilde puesto por Dios (abierto, pasivo, humilde, histórico...) y que es constituído en la llamada del amor (mística de la apelación). Sentir la experiencia. Crear actitud mística de respuesta: escuchar, atender, responder, agradecer, oír a Dios que llama (arte, sufrimiento, liturgia be- lla, naturaleza, silencio, palabra, oír...). Mostrar que Dios se revela en lo más profundo del ser humano (“Más cerca de mí, que yo mismo”).


Testimoniar esa experiencia ante los demás creando un mundo humano.

En síntesis, la Evangelización hoy no es más que el anuncio de una experiencia mística que transforma a todos los hombres por el testimonio eficaz de una comunidad de fe que es la iglesia.

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