Madre Teresa de Calcuta y Jürgen Moltmann, una experiencia compartida de amor y dolorcri


MIGUEL ÁNGEL ALACID ESPIN 

 Madre Teresa de Calcuta y Jürgen Moltmann, una experiencia compartida de amor y dolor

Proyección LXX (2023) 243-260 

No resulta fácil aceptar las radicales consecuencias de la encarnación del Hijo de Dios como una kénosis hasta el extremo. Los seres humanos somos capaces de soportar y comprender el dolor, de asumirlo e, incluso, de desearlo por un bien mayor o por una convicción de conciencia o de honor; pero el rechazo y el abandono son diferentes, pues suponen: bien el fracaso personal cuando es sufrido en primera persona, o bien una gran indignación cuando lo percibimos hacia otros, sobre todo cuando se trata de aquellos más débiles e inocentes. 

Podemos comprender y nos solidarizamos con el gran sufrimiento que supuso el dolor físico de Jesús de Nazaret. En este sentido, hemos construido alrededor de este dolor toda una piedad de la contemplación y del acompañamiento a este Jesús dolorido y extenuado hasta la muerte. 

Este tipo de piedad corre el riesgo de propiciar una visión de Jesús como héroe, y con ello, se limita nuestra posibilidad de comprender hasta dónde ha llegado la entrega que el Padre ha hecho del Hijo. Comprender la kenosis de Cristo supone reconocer que Dios no se hizo hombre segñen la medida de nuestras ideas de la humanidad. Se hizo hombre como nosotros no queremos serlo: un rechazado, maldito, crucificado. Pues el rechazo y el abandono le roban la dignidad al sufrimiento y lo convierten en algo despreciable; este es el sufrimiento de la cruz. 

En la cruz, Dios participa de todo sufrimiento humano, especialmente del sufrimiento de no ser amado, de ser rechazado y abandonado. “El “Hijo del Hombre sufriente” se ha convertido de tal forma en uno de nosotros, que los innumerables y anónimos seres humanos que son torturados y abandonados son sus hermanos”. Él sufre con nosotros y, al mismo tiempo, sufre por nosotros. 

Cristo es capaz de amar porque es capaz de sufrir, y esta capacidad de sufrir no va en detrimento del poder de su divinidad; al contrario, como explica Von Balthasar citando a San Gregorio de Nisa: En el hecho de que la naturaleza todopoderosa fuera capaz de descender hasta la bajeza del hombre, se encuentra una prueba mucho mñas clara de su poder, que en la grandeza de sus milagros[...] El descenso de Dios es cierto exceso de poder, para el cual no representa obstáculo alguno ni siquiera lo que parece contrario a su naturaleza. 

En esta experiencia, tanto Madre Teresa de Calcuta como Jürgen Moltmann, han descubierto el amor apasionado de un Dios todopoderoso que asume toda la fragilidad y finitud que le permiten sufrir y morir; y con ello, participar de todo dolor humano hasta el extremo, compartiendo así con los hombres su filiación y su amor infinito. 

Ellos han descubierto que solo aquél que es capaz de sufrir puede amar, y que solo en el dolor de la desesperación, nace la auténtica esperanza, como solo en la oscuridad brilla la luz con todo su poder. 

La implicación de Dios en el sufrimiento y en el dolor de los hombres empuja al cristianismo a un compromiso radical con la realidad, con la historia. Este compromiso, que implica la esperanza, queda plasmado con nitidez en el proemio de la Constitución pastoral Gaudium et spes: 

Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. 

Esta implicación compromete a nuestros personajes con una fuerza especial y misteriosa que les impulsa hacia una nueva forma de vivir en el amor y les capacita para ser luz y esperanza en medio de un mundo necesitado en una doble dimensión: La luz hace brillar lo concreto entre lo universal. Esta fue la especialidad 
de Madre que no se preocupó tanto de conseguir grandes cosas, como de hacer las cosas pequeñas y ordinarias con un amor extraordinario. 

“Dios no la había llamado a abordar los problemas políticos o sociales del mundo, sino a tocar a la persona concreta que sufre en su necesidad más inmediata. Sabía que su trabajo era solo una gota en el océano y, sin embargo, decía que `sin esa gota el océano tendría una gota menos. 

....
Dios está presente en cada historia de desprecio, injusticia, violencia y abandono. Por esto, nuestros actos de servicio a favor de la unidad de los cristianos, el diálogo con todos, la lucha contra la injusticia, la dignidad de los pobres y la protección de la naturaleza, son actos en favor de Dios, porque, en definitiva, “cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40). 



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