Los Manolitos


Manolitos, la antigua tradición de las esculturas devocionales del Niño Jesús


Por Isabel Fernández
Asociación Nártex

Artículo publicado en la edición número 70 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España

Durante el barroco en los monasterios femeninos se hizo cada vez más habitual la tradición de que las novicias llevaran una escultura del niño Jesús en sus dotes, hasta el punto de contar algunos monasterios con hermosas y nutridas colecciones de estas tallas: el porterito, el infante, el nazareno… Son algunos de los cariñosos nombres que recibían estas pequeñas esculturas en monasterios como el de las Descalzas Reales de Madrid. Incluso son conocidas las anécdotas de cómo algunas monjas llevaban los de tamaño más pequeño en el bolsillo de su delantal como acostumbraba, en este mismo monasterio, la infanta Margarita de Austria allá por 1584.

Hasta el siglo XV lo habitual era contemplar siempre al Niño Jesús en los brazos de su Madre. Sin embargo, su figura poco a poco se iría independizando. Tal es el caso del llamado Santo Bambino de Aracoeli, tallado por un monje franciscano en madera de olivo de Jerusalén a finales del siglo XV, y protagonista de numerosos y singulares milagros. Desde entonces se iría extendiendo este modelo iconográfico alimentado por las visiones de algunos santos. 
La infancia de Cristo

Si bien en los Evangelios canónicos no se encuentran apenas detalles de la infancia de Jesús, la devoción a algunos momentos de su infancia es, sin lugar a duda, uno de los referentes para comprender estas imágenes. San Bernardo o san Francisco escribieron acerca de esta etapa de la vida de Jesús, ambos movidos por visiones en torno a la Natividad. Santa Clara, santa Rosa de Lima o santa Catalina les siguieron. Y otros menos conocidos como santa Gertrudis la Magna o la beata Hosanna de Mantua, tuvieron recurrentes apariciones del Niño en torno a la edad de 6 años. Todos ellos vinieron a enriquecer la preciosa devoción a Dios niño. 
Devociones profundas

Todas estas corrientes, popularizadas en el siglo XVI, dieron lugar a una gran variedad iconográfica a la hora de representar la figura del Niño Jesús. De las más habituales es el llamado Salvator Mundi, como el de Martínez Montañés para la catedral de Sevilla tantas veces reproducido, que de pie bendice con una mano y en la otra porta el globo terráqueo. Muy frecuentes son los Niños de cuna, a veces fajados como indicaba la tradición, dormidos, acurrucados o despiertos, como los que se colocan en las casas. Entre estos dos extremos surgen infinidad de variaciones como los Niños de pasión, portadores de algunos atributos como la cruz, un cáliz, los clavos o la corona de espinas. Los Niños triunfantes, vestidos de blanco, y portadores de la cruz a modo de báculo o el Buen Pastor, abundante también, que llevan un corderito. 

Un ajuar digno de un rey 


Junto con estas pequeñas obras se conservan en los monasterios también sus ajuares, camitas, sillitas primorosamente decoradas que las acompañaban y formaban parte de la devoción a estas imágenes. ¿Quién no ha preparado la cunita del Niño en Adviento para recibirle como merece en Navidad? Los vestidos también son dignos de mención: ricas telas a veces retales de vestidos de nobles damas, otras veces sencillas telas de clausura, siempre primorosamente adornadas, eran el material con el que las monjas vestían y veneraban a estos niños como si se tratara realmente de un bebé. La familiaridad con la que las monjas acababan tratando con Jesús a través de estas pequeñas tallas dio como resultado el cariñoso nombre por el que son conocidas: Manolitos. Una preciosa tradición que nos lleva a meditar profundamente en la humanidad de Cristo en estas fechas

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