NIÑOS MONTAÑESINOS EN ÁLAVA

FERNANDO R. BARTOLOMÉ GARCÍA. NIÑOS MONTAÑESINOS EN ÁLAVA

"La infancia siempre ha suscitado amor, ternura y un sentimiento de afectividad presente en todas las sociedades y épocas.
 No es por tanto extraño que un tema tan amable y cercano a los sentimientos paternofiliares haya tenido siempre tanto éxito en todos los ámbitos del arte. En su representación se ha optado por mostrar al Niño en solitario como objetivo preferencial o junto a sus seres más queridos, afianzando la importancia de la familia en el desarrollo de este infante divino. Fue en el Renacimiento y especialmente durante el Barroco cuando se produjo el verdadero desarrollo iconográfico de las representaciones exentas del Niño Jesús. El Concilio de Trento tuvo especial protagonismo gracias al fervor religioso que tomaron los temas de la infancia de Cristo. En su gran difusión a lo largo de Europa y América tuvieron mucha importancia las comunidades religiosas, especialmente la orden carmelita, apoyada en la devoción que Santa Teresa profesó al Niño Jesús.

....La gracia y empatía de estas imágenes facilitaron su amplia difusión sobre todo en el ámbito conventual y entre la clientela particular. Las comunidades de religiosas fueron el destino de muchas de estas tallas, que en ocasiones sirvieron incluso de dote para las novicias o se convirtieron en inseparables compañeros de celda. No es por eso extraño que a veces se los denomine como “el novio”, “el esposico” “el esposo celeste” o “su Jesusito” entre otras denominaciones. Esta empatía con las clausuras femeninas se ha puesto en relación con motivos de afectividad y de frustración maternal de las propias monjas, volcadas en el cuidado de sus eternos infantes o con la necesidad de consuelo de las jóvenes novicias tras despegarse de sus padres y hermanos. 

Una idea que parece haber quedado desechada en pos de la religiosidad y la piedad que estas imágenes transmiten, coincidentes con los valores que sustentan estas órdenes religiosas. 

Lo cierto es que estos niños fueron tratados con gran familiaridad y cariño por parte de las monjas, que no dudaron en rebautizarlos con apelativos cariñosos que hacían referencia a alguna característica física como “el Lloroncito”, “el Risitas”, “el Parlero”. También se podían referir al lugar en el que se encontraban dentro del convento, como “el de la Ropería”, “el Porterico” “el del Torno”; a su carácter divino, “el Fundador”, “el Salvador”, “el Provisor ” “el Grande”, “el Peregrinito” “el Buen pastor”; a su forma de vestir “el Torerito” o a algún sobrenombre cariñoso con el que se conoce a ese niño “Felipito”, “Manolito” o “Juanito”.

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