¿Aparece la Verónica en los evangelios?
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¿Aparece la Verónica en los evangelios?
No aparece en los relatos evangélicos pero sí en la piedad popular.
Martín Descalzo escribe:
Una antigua tradición coloca aquí a la Verónica, un personaje del que nada nos dicen los evangelistas y que, con toda probabilidad, es un invento de la piedad y ternura cristianas. Durante muchos siglos se experimentó entre los creyentes el deseo, la necesidad, de poseer la verdadera imagen, el auténtico rostro de Jesús. Y de este deseo surgió la piadosa leyenda de una mujer que en el camino del Calvario habría limpiado, conmovida, el rostro de Jesús, rostro que habría quedado impreso en el blando lienzo. Este verdadero rostro, este “vero icono” se habría transmutado en el nombre de la mujer: Verónica, la más bella leyenda de la cristiandad joven. Ninguna otra, en efecto, refleja mejor la ternura de la Iglesia, el afán de la esposa de Cristo por limpiar este rostro dolorido y ensangrentado.
Nótese el origen del nombre: Verónica sería el “vero icono”, el rostro auténtico de Jesús.
En la una de las estaciones del Vía Crucis se contempla la figura de la Verónica. La leyenda surge posiblemente, en un primer momento, porque se supone que habría una carta de Jesús a Abgar, rey de Edesa y leproso, y al sanar de la lepra mandó pintar un cuadro con la figura de Jesús, al que pronto se le reconoce como causa de algunos milagros, entre ellos la sanación de la princesa Berenice en el s. IV.
Esta reproducción del rostro de Jesús fue denominada en bizantino “vera icon” (‘verdadera imagen’). «De la verónica (imagen) se acabó por hacer una mujer» (Verónica, en: Gran Enciclopedia Larousse, 12, p. 11439). Y en la Edad media se sitúa esta mujer al lado de las mujeres presentes en la pasión de Jesús.
En Roma se veneraba una imagen de Jesucristo llamada “velo de la Verónica”, conservada primero en la iglesia de San Silvestre y desde 1870 en la Basílica de San Pedro. Aquí estaría el origen del culto a la Santa Faz, nombre que llevaría desde su profesión religiosa santa Teresa de Lisieux, “Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz”.
Los artistas representarán a la Verónica sosteniendo con ambas manos el velo donde se habría impreso milagrosamente el rostro de Jesús. En la antigua Pinacoteca de Múnich (Alemania) se conserva un cuadro de santa Verónica y la Santa Faz, pintado hacia el año 1410. Posteriormente fue repetido el motivo por el Greco, Zurbarán, etc.
Olegario González de Cardedal escribe:
…ha merecido el respeto de todos los que queremos conocer su rostro, enjugar su sudor y recoger su sangre vivificadora, acompañándole en su camino y siendo como Él. Ésta es la razón de que hayan proliferado tantas Verónicas y de que tantos pintores hayan intentado pasar al paño el fulgor de la divinidad humanada de Cristo unos y de su humanidad divinizada otros .
Hay una relación estrecha entre la faz de Cristo de la Verónica y la Sábana Santa De Turín Sobre su faz, el teólogo escribe;
La Faz de Dios es Dios mismo considerado como fuente de luz y benevolencia, de irradiación y de revelación para el hombre. Dirigida a sus criaturas, esa divina faz se hace palabra y mirada que suscita a su vez la palabra y la mirada del hombre. Dios dirige su faz a quien ama y la desvía de aquel que le desprecia, reniega y odia. Ese dirigir su faz es un acontecimiento creador, sanador y esperanzador, mientras que la aversión del rostro divino lleva al oscurecimiento y la pérdida de la vida verdadera (Olegario González de Cardedal, o. c., pp. 31-32).
Es al mismo tiempo un rostro que se evita, y un rostro bello (cf. Sal 45,3) y majestuoso. Este rostro santo nos mueve a desear ver el rostro del Dios invisible, por el que suspiramos como Moisés: “Muéstrame tu rostro” (cf. Ex 33,11-23; Ex 24,16). Jesús «es imagen del Dios invisible» (Col 1,15) y Rostro personal de Dios Padre.
¿Aparece la Verónica en los evangelios?
No aparece en los relatos evangélicos pero sí en la piedad popular.
Martín Descalzo escribe:
Una antigua tradición coloca aquí a la Verónica, un personaje del que nada nos dicen los evangelistas y que, con toda probabilidad, es un invento de la piedad y ternura cristianas. Durante muchos siglos se experimentó entre los creyentes el deseo, la necesidad, de poseer la verdadera imagen, el auténtico rostro de Jesús. Y de este deseo surgió la piadosa leyenda de una mujer que en el camino del Calvario habría limpiado, conmovida, el rostro de Jesús, rostro que habría quedado impreso en el blando lienzo. Este verdadero rostro, este “vero icono” se habría transmutado en el nombre de la mujer: Verónica, la más bella leyenda de la cristiandad joven. Ninguna otra, en efecto, refleja mejor la ternura de la Iglesia, el afán de la esposa de Cristo por limpiar este rostro dolorido y ensangrentado.
Nótese el origen del nombre: Verónica sería el “vero icono”, el rostro auténtico de Jesús.
En la una de las estaciones del Vía Crucis se contempla la figura de la Verónica. La leyenda surge posiblemente, en un primer momento, porque se supone que habría una carta de Jesús a Abgar, rey de Edesa y leproso, y al sanar de la lepra mandó pintar un cuadro con la figura de Jesús, al que pronto se le reconoce como causa de algunos milagros, entre ellos la sanación de la princesa Berenice en el s. IV.
Esta reproducción del rostro de Jesús fue denominada en bizantino “vera icon” (‘verdadera imagen’). «De la verónica (imagen) se acabó por hacer una mujer» (Verónica, en: Gran Enciclopedia Larousse, 12, p. 11439). Y en la Edad media se sitúa esta mujer al lado de las mujeres presentes en la pasión de Jesús.
En Roma se veneraba una imagen de Jesucristo llamada “velo de la Verónica”, conservada primero en la iglesia de San Silvestre y desde 1870 en la Basílica de San Pedro. Aquí estaría el origen del culto a la Santa Faz, nombre que llevaría desde su profesión religiosa santa Teresa de Lisieux, “Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz”.
Los artistas representarán a la Verónica sosteniendo con ambas manos el velo donde se habría impreso milagrosamente el rostro de Jesús. En la antigua Pinacoteca de Múnich (Alemania) se conserva un cuadro de santa Verónica y la Santa Faz, pintado hacia el año 1410. Posteriormente fue repetido el motivo por el Greco, Zurbarán, etc.
Olegario González de Cardedal escribe:
…ha merecido el respeto de todos los que queremos conocer su rostro, enjugar su sudor y recoger su sangre vivificadora, acompañándole en su camino y siendo como Él. Ésta es la razón de que hayan proliferado tantas Verónicas y de que tantos pintores hayan intentado pasar al paño el fulgor de la divinidad humanada de Cristo unos y de su humanidad divinizada otros .
Hay una relación estrecha entre la faz de Cristo de la Verónica y la Sábana Santa De Turín Sobre su faz, el teólogo escribe;
La Faz de Dios es Dios mismo considerado como fuente de luz y benevolencia, de irradiación y de revelación para el hombre. Dirigida a sus criaturas, esa divina faz se hace palabra y mirada que suscita a su vez la palabra y la mirada del hombre. Dios dirige su faz a quien ama y la desvía de aquel que le desprecia, reniega y odia. Ese dirigir su faz es un acontecimiento creador, sanador y esperanzador, mientras que la aversión del rostro divino lleva al oscurecimiento y la pérdida de la vida verdadera (Olegario González de Cardedal, o. c., pp. 31-32).
Es al mismo tiempo un rostro que se evita, y un rostro bello (cf. Sal 45,3) y majestuoso. Este rostro santo nos mueve a desear ver el rostro del Dios invisible, por el que suspiramos como Moisés: “Muéstrame tu rostro” (cf. Ex 33,11-23; Ex 24,16). Jesús «es imagen del Dios invisible» (Col 1,15) y Rostro personal de Dios Padre.
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