¿Quién otorga esperanza?

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¿Quién otorga esperanza?
En la estructura del existir humano, el hombre tiene conciencia de su muerte. El hombre ha sido definido de muchas formas, siendo habitual referirse a él como animal mortal, dándose la paradoja de que estos son precisamente los que más han insistido en su inmortalidad. Muerte e inmortalidad conceptos contrapuestos pero referidos al hombre frecuentemente van unidos.
La filosofía ha hablado de la inmortalidad pero no desde la composición física, sino como capacidad y destino del hombre, buscador de la verdad absoluta y eterna por lo que al tender a ella, espera la eternidad. Esa Verdad es superior al hombre, anterior y posterior a él, que viene de ella, se abre a ella y hacia ella camina.
El hombre cristiano se encuentra con esa Verdad, y de ahí nace la esperanza.
Cuando el hombre recapacita sobre su propia muerte, no encuentra nada dentro de él que la pueda superar, y comprende que solo desde “otro” puede esperar, naciendo la confianza y la esperanza en ese otro. En todo los ámbitos de la vida, las necesidades del hombre se ven cumplidas en los otros, y confía y espera en ellos. Cuando se habla del Absoluto, de la Verdad, es necesario la fe y el amor, y de ellas, de esa fe y de ese amor, nace la esperanza.
Y es fe teologal porque la da Dios a la vez que el objeto de ella es el mismo Dios. González de Cardedal escribe:

El hombre es inmortal por relación antes que por constitución. Es inmortal porque constitucionalmente es personal, religado y relacional a otra realidad: al poder de lo real, a la potencia sagrada y a la santidad de Dios.


Por tanto, la esperanza se piensa desde la persona que es el hombre, como una unidad donde no es divisible en partes, ni cuerpo ni alma. Y la persona es persona en cuanto es relación y misión.
El hombre es verdaderamente hombre por lo que es y por lo que puede ser, lo que le da un carácter sumamente complejo. OGC afirma:

Su existencia real es fruto de su conocimiento, acción y elección, pero sobre todo lo que la relación con los demás le ha hecho posible, ya que la capacidad receptiva y agraciable del hombre es más enriquecedora que su capacidad activa y dominativa, si es que tiene la ontológica humildad de recibir y dejarse ensanchar por el prójimo. (O. González de Cardedal, La gloria del hombre, Madrid 1985, 3).

Se puede definir como el ser de horizontes y de fronteras. Se encuentra en la cima de dos mundos, donde convergen las dos laderas, la de la materia y el espíritu, la finitud y la infinitud. Es frontera, siendo las últimas la materia y Dios.
Para Santo Tomás, al hacerse Dios hombre, hace al hombre recapitular en sí todo el universo por la encarnación, porque en Jesús Dios se identifica todo lo creado y ese Jesús Dios se ha unido con todos y cada uno de los hombre.
Luego el hombre funda su esperanza cuando inicia una relación y encuentra una misión, y será esperanza absoluta cuando encuentra una realidad personal y sagrada, que colma sus anhelos, los cotidianos y los impensables, y le abre a otra dimensión diferente a la que vive.
Pero para tener esa esperanza es necesario que Dios le haya hablado, y el la acepte orando, porque en esa oración se da crédito absoluto a Dios.
Ese esperar en algo esta definido como Reino y así al rezar el credo se dice. Su “Reino no tendrá fin”, pero hay que aclarar, que no es ni un reinado social, ni la perduración de la iglesia. Lo que se afirma con esa frase es:
• Que al encarnarse el Verbo asumió la humanidad para siempre
• Que existirá en ella eternamente
• La humanidad de Jesús es igual a la de los hombres, por tanto le pertenece para siempre a Dios
• Dios existe ya para siempre en humanidad
• Lo humano es afirmado absolutamente y definitivamente por Dios en Dios
• A las criaturas no las abandona Dios
• El hombre es libre hasta el extremo de negar su ordenación a Dios, siendo capaz de ganar o perder todo
• La ganancia es la esperanza, la pérdida es la desesperación
• Cristo está vivo. Cristo ha vencido a la muerte y al mal. Cristo ha vencido al mundo y al pecado. Cristo estará con nosotros hasta la consumación de los siglos. Y por todo eso su Reino no tendrá fin.
El Reino de Dios viene a conquistar corazones, a seducir al hombre con su amor, a buscar su rendición voluntaria. Jesús no impone, propone.
No tendrá fin porque su reino es Amor, expresado en su muerte y resurrección. Dice “si alguien quiere seguirme...” (Lc 9,23). En el Reino de Dios brilla la verdad
(Mt 5,37), la justicia (Mt 5,20), la misericordia (Mt 5,7), la compasión (Lc 6, 36).
Lo que esperamos solo lo puede dar Dios, dándose Él mismo con el don.



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