Secularismo

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Entrevista a Mons. André Léonard, Obispo de Namur (Bélgica), el 11 de diciembre en el Coloquio 2000 años de cristianismo, organizado por el Centro de Encuentros de Dongelberg, en Bélgica por Xavier L. Ruys

SECULARISMO

-Vivimos en una sociedad secularizada. De cara al nuevo Milenio, ¿no representa el secularismo el mayor desafío de la fe cristiana?

-Precisamente el texto de Soloviev a que acabo de referirme evoca que es frente a la exaltación del secularismo cuando se produce la confesión de Cristo, de la persona única de Cristo, la sola capaz de realizar la unidad de los cristianos.

El Concilio Vaticano II, cuando habla del fenómeno de la secularización, distingue diversos sentidos de esta palabra. 

Hay una secularidad del todo positiva, integrada realmente en el espíritu del catolicismo, que subraya la consistencia propia de los diferentes órdenes de la realidad y de las diferentes disciplinas del conocimiento humano.
 Existe además un secularismo excesivo, que afirma también la autonomía de cada dominio de la realidad o de cada disciplina del conocimiento humano, pero cerrándola a cualquier inspiración exterior, especialmente si proviene de la Revelación. 

Hay todavía una tercera forma de secularismo, vivida intensamente hoy día, que traslada la realidad cristiana a categorías racionales o filosóficas, pero absorbiéndola, suprimiéndole la transcendencia; esto es, sustituyendo a Cristo por el cristianismo o, como a veces se dice, por los valores cristianos. 

Evidentemente, esos valores existen. Lo malo es que actualmente sirven muy a menudo de coartada para olvidar a Cristo. Así, cuando se pregunta a una institución cristiana que explique su identidad y describa los valores que promueve, se obtiene como respuesta la enumeración de una serie de ellos, sin duda importantes, pero igualmente compartidos por los librepensadores, por el laicismo y por quienquiera, ya que forman parte del acervo de la razón humana.

Es decir, hoy corremos el riesgo de disolver a Cristo en el cristianismo de valores; valores que realmente promueve la fe cristiana, pero que no agotan el corazón del cristianismo, que es la persona de Cristo, lo más querido que tenemos, de quien proceden todas las cosas y en quien habita corporalmente la plenitud de la divinidad.

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