“Los problemas religiosos en época de Felipe II”
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Olegario González de Cardedal , “Los problemas religiosos en época de Felipe II”en Cuenta y Razón 106(1988) 99-104.
En la época de Felipe II, se
produce una situación de mezcla de movimientos complejos, polivalentes en su
origen y diferentes en su desarrollo posterior. Se asiste también a una
situación de simultaneidad de los mejores ideales de reforma, de perfección, de
santidad y expresión en fórmulas nuevas bíblicas, espirituales, escolásticas o
jurídicas.
Olegario González de Cardedal
“Los problemas religiosos en época de Felipe II”
Si hubo una época en la historia de España en la que los
problemas religiosos fueron decisivos, no sólo en el orden institucional o en
el orden político sino en lo más profundo de las conciencias individuales, ésta
fue la del siglo XVI. En este importante período de la historia no sólo estaba
la nación ante un enemigo exterior, como pudo haber ocurrido durante los
siglos de la Reconquista, sino ante la mutación de elementos internos de la
propia experiencia cristiana que hasta entonces se habían considerado indubitables.
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En ese sentido, González de Cardedal sostuvo que si hubo un
rey en quien su conciencia cristiana fue absolutamente decisiva a la hora de su
gestión, como responsable de los destinos de un país, justamente ese fue Felipe
II, quien configuró su hacer desde una clara conciencia de su responsabilidad
como rey personalmente cristiano, como rey de un imperio que le había legado
su padre que era cristiano con la convicción de que tenía que transmitir a sus
sucesores lo que él había recibido.
A juicio del teólogo Olegario González, existe una clara
dificultad para enjuiciar aquel mundo desde el nuestro. Según señaló: “nuestro
siglo ha resuelto para bien muchos, aunque no todos, los problemas que quedaron
pendientes de aquel siglo. Se han resuelto, por ejemplo, los problemas de la
convivencia en la diferencia religiosa, por tanto, de la tolerancia, de la
aceptación de la libertad de conciencia, incluso el de la unidad de la iglesia
como tarea en la fe más que como propuesta que haya de ser realizada por las
armas”.
Como toda época, ésta permite una doble lectura; o bien la
lectura de las distintas realidades colectivas sin subrayar el papel de la
figura que está en el centro o, por el contrario, el estudio de la figura que
está en el centro sin subrayar, en este caso, las realidades colectivas,
generales, espirituales, que la propulsan, la frenan, la obligan a ir en una
dirección u otra. El conferenciante trataría más que sobre Felipe II en su
estricta dimensión individual, personal, sobre las grandes cuestiones desde las
cuales esta figura fue lo que fue.
González de Cardedal se preguntaría: “¿Qué hizo Felipe II
ante los grandes movimientos transformadores de su siglo? La primera gran cuestión
—observó— estribaba en diagnosticarlos. ¿Eran cambios positivos, expresión de
una madurez, de una plenitud mayor de la fe cristiana, de la comunidad
nacional, de la vida eclesial, o eran cambios que ponían en peligro esas
realidades?”. Para D. Olegario, el discernir la naturaleza de esos cambios era
la gran cuestión y el gran problema del siglo XVI, es decir, el discernimiento
de los cambios que estaban teniendo lugar y, por tanto, su valoración. Aquél no
siempre era fácil porque se trataba de la repercusión dentro de España de
problemas surgidos lejos de ella, de los cuales sólo se tenía un rumor lejano
con todo lo que de amenazador, de problemático, de misterioso, tenían las
realidades lejanas. En El camino de
perfección de Santa Teresa de Jesús, escrito en torno a 1562, ella comienza
teniendo en cuenta lo que había acontecido con los luteranos en Francia. Sobre
ese fondo de sorpresa, de misterio, de amenaza, es bajo el que vive, al tiempo
que siente cierta fascinación por parte de una minoría que identifica humanismo,
renacimiento, reforma de la iglesia, avance de la conciencia histórica.
El académico de Ciencias Morales y Políticas estructuró en
los siguientes puntos su intervención:
1. Periodización y caracterización del siglo de Felipe II.
Todo momento histórico está determinado por unas
“situaciones remanentes”, situaciones sociales, culturales, de conciencia, que
arrastrándose, siguen determinando el destino de las personas y de los pueblos,
que están ya de manera caduca perdiendo vigencia y que se encuentran aferradas a aquellos grupos humanos o
personas en fases donde la creatividad y la iniciativa es menor.
Por otro lado, están las “situaciones dominantes”, que son
aquellos hechos, tanto materiales como espirituales, que despliegan todo su
poder en la vida social y económica, desde las que se ejerce el poder y la
autoridad, en las que están instaladas las conciencias de los individuos, en
las que logran su evidencia, los decretos de la autoridad que son los que
expresan la literatura general.
Junto a ellas, comienzan a aparecer las denominadas
“situaciones emergentes”, difícilmente identificables, que crecen y que, en un
primer momento, provocan cierta perplejidad.
Si hacemos una caracterización general de este siglo, según
González de Cardedal, podrían distinguirse diversas fases: en primer lugar, el
tiempo del César Carlos. Según señaló: “Es el entusiasmo de la España
reunificada en la conquista del noventa y dos. Es el entusiasmo de un emperador
que, si bien por ser extranjero suscita rechazo, implica la apertura a Europa.
Es el humanismo. Es Erasmo. Es la nueva literatura espiritual. Es Europa ante
los ojos. Son las nuevas ediciones y los grandes movimientos reformistas. La
confianza de España al haber vencido a los moros… Hay una sensación de inmenso
avance gozoso hacia adelante en todos los órdenes”.
Curiosamente, al hacer un repaso de nombres vemos que
muchas de las grandes figuras han nacido entre finales del siglo XV y primera
mitad del siglo XVI. Pensemos, entre otros, en los siguientes personajes:
Erasmo (1466-1536), Martín Lutero (1483-1546), Francisco de Vitoria
(1483-1546), Luis Vives (1492-1540), Ignacio de Loyola (1496-1556), Bartolomé
de las Casas (1474-1566), Bartolomé Carranza (1503-1576), Melchor Cano
(1509-1560), Calvino (1509-1547). Hay un momento en que la sensación de
prosperidad va a entrar en crisis.
Justamente, en las fechas en que Felipe II nace (21-5-1527)
está reunida en Valladolid una comisión de teólogos para verificar la ortodoxia
de veintiún proposiciones de Erasmo. Dos semanas antes del nacimiento de Felipe
II había tenido lugar el famoso saqueo de Roma por las tropas del emperador.
Anteriormente, el 3 de septiembre de 1525 se había publicado el famoso Edicto de los Alumbrados de Toledo contra
lo que se llamaban “Alumbrados dejados perfectos”. En esta década de los años
veinte tiene lugar la ruptura definitiva entre Erasmo y Lutero. Erasmo se ve
entre dos fuegos. Para unos, es el real iniciador del movimiento luterano y,
por ello, le piden que se adhiera a Lutero. A lo que dirá Erasmo: “Veo muchos
luteranos, pero pocos evangelios”. “Estoy dispuesto a ser mártir por la Reforma
pero no ser mártir de Lutero”. Posteriormente, el choque va a ser frontal entre
la última dimensión de los humanistas y el luteranismo de Lutero. En los
humanistas existe un talante de moralización, de reforma, con una suma de
socratismo y evangelio, que si tuviéramos que caracterizar es un talante de
reforma moral de costumbres con el evangelio como ayuda. Frente a ello, Lutero
implica un problema mucho más profundo. Es el problema de la salvación, de la
justificación, de la incapacidad del hombre y de toda moral para tener manos
limpias, para sentirse justo frente a Dios, y, por tanto, la significación
fundamental de Cristo no como maestro de moral, no como maestro de doctrinas,
sino como nuestro redentor, cuya justicia es nuestra justicia, cuya muerte es
nuestra vida, de quien son nuestros pecados y de quien tenemos nuestra
justicia. Y, por tanto, toda la inmensa defensa de la libertad frente a
instituciones, frente a la autoridad de la iglesia, frente a su magisterio, que
estaba en la entraña misma del humanismo, es, para Lutero, una minucia. Porque
la libertad de un hombre bajo pecado no es libertad. Esto supone un choque
frontal entre Lutero y Erasmo. En el momento en que rompen, el segundo es
considerado como el encubridor de un movimiento cuya radicalidad es
exactamente el protestantismo.
Según explicó el conferenciante, en la época en que nace
Felipe II, se produce una situación de mezcla de movimientos complejos, complicados,
polivalentes en su origen, diferentes en su desarrollo posterior. Se asiste
también a una situación de simultaneidad de los mejores ideales de reforma, de
perfección, de santidad y expresión en fórmulas nuevas bíblicas, espirituales,
escolásticas o jurídicas. Con ello, van a aparecer las características de
novedad y perplejidad, de sospecha y de recelo, incluso de delación. Es un
siglo que vive bajo el miedo y la sospecha, bajo el temor.
El punto álgido de esta situación lo constituyen los años
1558 y 1562. Santa Teresa va a caracterizar esos años con la fórmula clásica de
“los tiempos recios”, con la fórmula también de Luis Vives de “son tiempos en
que no se puede hablar sin temor y sin temor no se puede callar”.
2. El legado paterno de Felipe II, esto es, del emperador
al rey.
La convicción fundamental del conferenciante es que para
Felipe II es sagrada la palabra que le deja su padre Carlos V, el programa que
le traza y el reino que tiene que organizar. Se puede hablar de un primer
magisterio de Carlos V en 1543, en las famosas Instrucciones Secretas del 1 de mayo. El emperador le pone como
proyecto de vida el temor de Dios, la defensa de la fe y la garantía de la
unidad del imperio.
Son varias las grandes tareas que acometería Felipe II por
considerarlas razón de su existencia. Para entenderlas habría que partir del
presupuesto de que la causa de Dios es la causa del rey, y, a la inversa, lo
que, a juicio del conferenciante, no está tan claro, es decir, que la causa del
rey o las causas del rey sean vividas y defendidas por él como la causa de
Dios. Los problemas religiosos son problemas políticos y éstos son problemas
religiosos. La herejía y la rebelión son ruptura de una unidad sagrada. La
Inquisición es, a la vez, un tribunal religioso y un tribunal político.
Las siete tareas a las que se refirió González de Cardedal
fueron las siguientes:
1) Defensa de la verdad del evangelio frente a la herejía
luterana y las de ella derivadas, que son: Calvinistas en los Países Bajos,
Hugonotes en Francia, Anabaptistas dispersos por todos los sitios y Anglicanistas
en Inglaterra.
2) La amenaza del turco, principal enemigo para Felipe II.
Su preocupación gira en torno a una guerra que dura, intermitentemente, desde
1551 hasta Lepanto en 1571.
3) La obediencia al Papa y la lucha contra el señor de unos
reinos que es enemigo político suyo.
4) La reforma de la iglesia universal, ya que el rey se
autocomprende como el viceemperador de la Cristiandad católica.
5) La unidad católica frente a los movimientos alumbrados,
erasmistas y luteranos en España. En un sentido, los judíos conversos y, en
otro sentido, los moriscos.
6) La reforma interna de la jerarquía y de las órdenes
religiosas en España.
7) Felipe II se comprende a sí mismo como propagador de la
fe católica en todo su imperio, autoproclamándose como el rey de un Estado misionero.
Para concluir, el catedrático de la Universidad Pontificia
de Salamanca, recogió algunas fórmulas-símbolo donde se concretarían estas
tareas:
En primer lugar, se refirió a las guerras de Flandes, de
Inglaterra y de Lepanto, que son resultado de quien se ha comprendido como
desvelador de la herejía (Flandes), como defensor de la unidad de la Iglesia
(Cisma en Inglaterra), como defensor del cristianismo frente a la incredulidad
(Lepanto).
Otros grandes símbolos de estas tareas son los procesos
contra alumbrados, contra biblistas (Fray Luis de León, por ejemplo), los
índices expurgatorios y el abandono a su suerte de la primera figura de la
Iglesia en España, que era el primado de Toledo. Está en juego la fe y, sobre
todo, cuando el Papa, Pío V, reclama para sí la suprema jurisdicción se emprende
una batalla de fondo en España. No se cede a la idea de que el Papa tenga jurisdicción,
pues se presupone que de los asuntos de España es responsable España.
Otro gran símbolo de esa identidad última es la afirmación
simbólica de la majestad y la soberanía de Dios en El Escorial y del propio rey
como un morador más dentro de El Escorial.
Por último, otro nombre-símbolo de la aportación cultural y
religiosa de Felipe II es la aportación a la ciencia y a la teología mediante
una obra simbólica, la políglota de Amberes, dirigida por Arias Montano,
sucesora y superadora de la políglota Complutense de Cisneros.
Y en medio de estas grandes situaciones, críticas, de
perplejidad, habría que recordar, según González de Cardedal, que el siglo XVI
es el siglo de nuestras máximas creaciones espirituales. Pensemos en la
Compañía de Jesús, en las Carmelitas Descalzas, en las obras de Santa Teresa,
en las obras de San Juan de la Cruz, en el Cántico
Espiritual.
Se produce, simultáneamente, el repliegue de una España,
que bajo la angustia de perder su identidad, va cerrando progresivamente sus
fronteras y va aislándose de la conciencia de Europa. En 1598 muere Felipe II y
en 1600 nace Calderón de la Barca. También importantes símbolos de grandeza en
España.
El conferenciante, para acabar, hizo una breve reflexión
sobre en qué medida en nuestro siglo, con el Concilio Vaticano II, hemos
llevado a cabo en parte un proyecto de reforma no concluida en el Concilio de
Trento. En segundo lugar, añadiría González de Cardedal, se trataría de
dilucidar diversas cuestiones teóricas (gratuidad de la fe, libertad de la
conciencia), que en aquel momento histórico no se resolvieron. Y en tercer
lugar, se trataría de crear una forma de inserción de la iglesia en la sociedad
donde la afirmación de la fe del creyente y del no creyente puedan tener su
espacio propio.
Por todo lo cual, la reflexión en nuestro siglo sobre el
siglo XVI y sobre Trento, inevitablemente, lo queramos o no, la estamos
haciendo desde la experiencia histórica, de reforma, de plenitud, de
perplejidad, de duda, de temor, de entusiasmo, que el Concilio Vaticano II y el
Postconcilio han tenido entre nosotros. Don Olegario González de Cardedal terminó
su compleja e interesante intervención animando al numeroso auditorio a
realizar una tarea de reflexión sobre esta confrontación de un mismo hecho
histórico desde dos perspectivas distintas.
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