¿Quién es Santa Inés?
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(358) Santa Inés, mártir de 12 años

Una niña cristiana de 12 años, Inés, da en favor de Cristo un testimonio que sella con su sangre. Esto sucedió en Roma hacia el 304, en los años del emperador Diocleciano (284-305), y después de 1700 años seguimos recordando siempre en la Iglesia la firmeza de su fe y el heroísmo de su amor a Cristo. Faltaban unos pocos años para que el emperador Constantino cesara la persecución anticristiana (edicto de Milán, 313). Y ya durante su imperio se edificó una basílica en honor de Santa Inés, en la vía Nomentana, donde se conservaba su sepulcro. Poco después se invocaba su santo nombre durante la Misa en el Canon romano, cuya formulación, muy semejante a la actual, se inicia en la segunda mitad del siglo IV.
Entre tantos miles de cristianos, de toda edad y condición, que hasta entonces habían padecido el martirio, concretamente en Roma, algo tuvo que haber en el martirio de Santa Inés que fomentara una devoción tan pronta y grande en la Iglesia.
El papa San Dámaso (304-384), nacido el año del martirio de Santa Inés, le dedica un epitafio largo y precioso en dieciséis versos, que se conservan grabados en mármol en el sepulcro de la basílica Nomentana: «… ¡Oh digno objeto de mi veneración, santa gloria de la pureza, excelsa mártir, muéstrate benigna a las súplicas de Dámaso». Este santo Papa poeta, tan devoto de los mártires, se informaba muy cuidadosamente de los casos de martirio que cantaba en sus poesías, y esa alusión a la «santa gloria de la pureza» de Inés confirma la tradición conservada por varios autores de que Inés murió mártir por rechazar los requerimientos de un alto dignatario de Roma. Mártir de la pureza y de la virginidad.
Aurelio Prudencio (318-413), poeta, en el Peristephanon, le dedica uno de los catorce poemas, basándose en las Actas martiriales. Y no pocos Santos Padres le dedicaron homilías y escritos. Destaca entre ellos
San Ambrosio de Milán (340-397), en su tratado De virginibus, que recoge un conjunto de sus homilías, trata con especial admiración de Santa Inés, dando por supuesto que su auditorio conoce los gloriosos detalles de su martirio. Y aludiendo a la etimología de su nombre (en latín agnes, de agnus, cordero; en griego agnos, pura), escribe: «¿Qué podemos decir nosotros que sea digno de aquella cuyo nombre mismo entraña un elogio?… Esta mártir tiene tantos heraldos que la alaban como personas que pronuncian su nombre».
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