Texto y visión mística en san Agustín y en santa Hildegarda

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 Se trazamos la línea de continuidad entre san Agustín y santa Hildegarda; en principio, señalamos que la actividad propia de quien ha alcanzado la comunicación extraordinaria con Dios consiste, a su vez, en lograr un lenguaje que lo exprese, pues hablamos propiamente de interioridad solo cuando se la comunica. Así se pone de manifiesto la experiencia de la visio

El conmovedor esfuerzo neoplatónico, que registramos en la raíz del impulso agustiniano, encuentra su límite cuando se empeña en remontarse a un ante absoluto: inteligible y espiritual no son realidades intercambiables. 

El camino de la santidad, el camino difícil de la ascesis, implica el esfuerzo de un alma especialmente bendecida, para liberarse de las zonas inferiores del ser: en san Agustín lo llamamos “instancia moral de su conversión” y en santa Hildegarda, los padecimientos por el agotamiento físico causado por las visiones. 





En cada ser creado está impresa la marca de la creación; esto significa tanto que el ser creado es una creación cuanto que la criatura revela al creador.


La creación del cosmos expresa el desarrollo creador de Dios, el dinamismo interior de la vida divina.

San Agustín no refleja una experiencia personal, su interpretación está delimitada con vigor por la verdad cristiana en su alma. 


En santa Hildegarda hemos seguido esa experiencia como propia, esto es, autoconocimiento por el dolor: se trata de la realización de cierta semejanza con Dios (en el sentido que se da entre Creador y criaturas), en tanto éxtasis en el amor creador del Padre.


En Hildegarda los signos constituyen su certeza, por lo que el acto de fe queda en diálogo entre experiencia interior y evidencia objetiva. 

Esto significa que la sabiduría, en cuanto don del Espíritu Santo, descansa en el vínculo ontológico Creador- creaturas.

Éste resulta el camino conjunto de ambos santos y que, como tal, expresa el secreto de Cristo: el nacimiento de Dios en el hombre y, al mismo tiempo, del nacimiento del hombre en Dios; los místicos manifiestan este clamor del ser humano para que Dios nazca en él y la audición que expresa
el deseo de Dios para que el hombre nazca en Él.


El desafío consiste en entender la trascendencia divina en el sentido de que la individualidad propia no puede perderse en la divinidad: una personalidad se une a Dios, pero no desaparece en Dios. 
La unión libre resulta inconcebible sin un Dios personal.

 En la palabra del místico (como si Agustín interpretara a Hildegarda) no se trata sólo de Dios y de lo divino, sino del descubrimiento del principio humano, es decir, del hombre que nace en Dios.


Dios sobrepasa al mundo, pero el mundo es criatura, por lo que resulta como consecuencia que Dios transita el mundo; en este sentido místico, Dios es, en palabras de Agustín, interior al mundo.

La exégesis de san Agustín y la experiencia de Santa Hildegarda hacen pensar que la mística es, en última instancia, una justificación del ser humano, al ubicarlo en la plenitud del cosmos creado.

Claudio César Calabrese y Ethel Junco

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