La soledad en los ancianos
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Nuestros mayores: jaque a la soledad
Nuestros mayores: jaque a la soledad
19 noviembre, 2019 laicos2020 0
El siglo XXI ha traído consigo cambios en la sociedad que han supuesto una inversión de la pirámide de la población en España y en general en Europa Occidental, debida al descenso de la natalidad y a la longevidad de las personas. Esto ha dado lugar a un envejecimiento de la población y un gran número de personas mayores, cuya trayectoria vital está marcada inevitablemente por pérdidas, algunas de ellas universales, que tendremos todos los que alcancemos edades avanzadas, y otras accidentales o inconstantes.
Entre la pérdidas universales está la merma de las capacidades físicas. Un día descubrimos que no podemos subirnos a la escalera o no podemos correr para coger el autobús o incluso no llegamos a agacharnos para atarnos los cordones de los zapatos. Si vivimos el tiempo suficiente nos costará salir a la calle, incluso caminar, o tendremos dificultades para comer solos.
Según avanza nuestra edad, nuestra mente deja de ser ágil y brillante, y comenzamos a entender peor lo que nos rodea, a razonar con más lentitud, a tener menos capacidad para aprender y adaptarnos a los cambios vertiginosos de nuestro mundo.
Muchas personas mayores han perdido a seres queridos. La muerte de padres, abuelos y personas de generaciones previas también consiste en una pérdida universal, por la que normalmente todos tendremos que pasar. Algunas personas mayores han visto desaparecer a hermanos, amigos, cónyuge, incluso hijos. La pérdida de hijos y familiares a veces no es por fallecimiento, sino por alejamiento de estos: en ocasiones los hijos viven en el extranjero o su trabajo es absorbente, o los hermanos han envejecido y no tienen la movilidad o la capacidad de comunicarse necesaria. Lo mismo pasa con los amigos y vecinos de su misma edad.
Una u otra pérdida, universal o inconstante, genera sufrimiento en las personas mayores. Son situaciones de duelo, a veces agravado por circunstancias de enfermedad y/o pobreza material. Y muchas veces agravado por la soledad, en un mundo de comunicaciones virtuales que han sustituido en gran parte al contacto directo entre las personas. Comunicación que nuestros mayores no comprenden, mediada por avances tecnológicos a los que ellos no tienen acceso.
Estas circunstancias les producen aislamiento, hay personas mayores que no salen de sus casas porque no pueden, cuando se lo impide su situación física, o cuando viven en un piso alto sin ascensor. Otros se aíslan porque no tienen adónde ni con quien ir, o tienen miedo de una sociedad que no comprenden. El sufrimiento que genera este aislamiento por fuerza debe remover nuestras consciencias.
Hay un número creciente de ancianos solos que viven en esta situación. Entre ellos y la sociedad hay un muro infranqueable de incomprensión e ignorancia mutua. De una sociedad que prefiere no verlos porque no admite ni tolera el sufrimiento y también porque ve en ellos su propio futuro. Y por parte de ellos desconfían de un mundo que no comprenden y en el que no se encuentran acogidos. Muchas veces les cuesta reconocer su dependencia y limitación.
Igual que Jesús se compadece de la discriminación y soledad de la viuda de Naín (Lc 7,11-17), de la hemorroísa (Mc 5, 21-43), de los leprosos (Lc17, 11-19), del ciego Bartimeo (Mc 10, 46-52), a los cristianos del siglo XXI nos corresponde compadecemos del sufrimiento, aislamiento y discriminación de nuestros mayores que viven en soledad. Los voluntarios de pastoral de la salud somos sensibles a esta realidad de sufrimiento y nos queremos comprometer con nuestros mayores.
Después de una formación inicial realizada en el Centro de Humanización de la Salud de los religiosos Camilos, en Tres Cantos, y una formación continuada siempre insuficiente que no ha terminado ni terminará nunca (siempre nos parece incompleta la formación para acercarnos al misterio del Jesús sufriente que vemos en nuestro hermano), nos hemos acercado a estas personas para mirarlos como creemos que lo haría Jesús: con los ojos y los oídos y sobre todo con el corazón abierto. Para escuchar y acompañar. No les damos consejos, no les explicamos un dolor que, como el de Jesús en la cruz, tampoco nosotros alcanzamos a comprender. Sencillamente, estamos a su lado, reímos y lloramos con ellos, sufrimos con ellos, en una actitud de escucha y aceptación incondicional de su persona.
Es un encuentro de corazones que nosotros hacemos desde nuestra fe, en el que admiramos el poder curativo de la escucha y el acompañamiento sincero, siendo testigos de la acción del Espíritu Santo.
Y en el que descubrimos otro poder curativo: el del agradecimiento. Es la palabra que más escuchamos, y la que, desde aquí, decimos a todos ellos: ¡GRACIAS!, por la confianza de abrirnos las puertas de sus casas, y sobre todo las de su corazón.
En febrero de 2020 celebraremos en Madrid el próximo congreso de laicos. Esperamos que se dé a la Pastoral de la Salud la importancia que demanda la realidad de nuestra sociedad. Mayor atención para el colectivo de mayores y también para los voluntarios de pastoral de la salud, así como un mayor peso al papel de los laicos en la organización del voluntariado.
Antonia García
Voluntaria de Pastoral de la Salud
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