Los signos del tiempo presente Articulo interesante
Los signos del tiempo presente
Revista Criterio
Los signos del tiempo presente
Algunos dicen que la pandemia está cambiando el mundo. Sería más preciso decir que el mundo ya ha cambiado.
En su artículo “El cisne negro que nadie vio y cambió el mundo hasta límites impensados”, la corresponsal del diario La Naciónen Francia, Luisa Corradini, escribió: “Ningún líder mundial o economista fue capaz de detectar los signos que anunciaban la actual pandemia, que provocó miles de muertos, colocó a la mitad del planeta en cuarentena, originó una psicosis global y tiene un efecto multiplicador que pone de rodillas a la economía mundial. (…)
La epidemia revela la fragilidad del sistema económico occidental. En la época de mayor opulencia de la historia de la humanidad, ningún país está preparado para hacer frente a esta emergencia. (…)
En poco más de diez días, esa hoguera devoró más de diez billones de dólares de capitalización bursátil, congeló la economía planetaria y condujo al mundo al borde de una nueva recesión de consecuencias imprevisibles. El sistema que dominó la economía mundial desde la década de 1980, basado en la globalización y la desregulación, terminó desbordado por excesos que pueden conducirlo a la perdición.
En un contexto marcado también por el calentamiento global, el mundo parece haber entrado en un círculo vicioso que puede precipitar un derrumbe irreparable”.
La insuficiencia humana
Seguramente el mundo no saldrá indemne de esta crisis. Quedó demostrada la fragilidad de la sociedad moderna.
La expansión de la infección desencadenó, como es lógico, una ola de pánico que alcanza dimensiones alarmantes. Esto llevó a hacer pensar que “es más inquietante la coronopsicosis que la epidemia» (Patrick Zylberman). Y hasta surgen dudas entre “economistas duros”, con el temor de que el neoliberalismo comience a mostrar sus déficits.
Los seres humanos somos renuentes a aceptar nuestras limitaciones, y luego de los hechos buscamos “explicaciones” con la pretensión de “hacer creer que las cosas eran predecibles y explicables”.
Pero el hecho es que ha sido suficiente un virus, un microorganismo, para poner en peligro nuestras seguridades, planes económicos y estrategias políticas, desatar el pánico en todo el mundo y poner de relieve las miserias de la globalización.
Ya numerosos actores políticos europeos comienzan a reclamar una acelerada relocalización industrial.
Hemos alcanzado tanto al asomarnos al cosmos y a dominar distancias siderales como al penetrar en el interior del átomo y en las realidades nanotecnológicas, pero no hemos conseguido evitar las guerras y el hambre y vivir en paz. Y todo el progreso se nos puede derrumbar si no aprendemos a llevarnos bien entre nosotros.
La situación nos pone ante la evidencia de nuestra insuficiencia. El conocimiento científico no satisface nuestras necesidades. La ciencia nos da una explicación racional de los fenómenos. Pero no nos da la significación profunda de los hechos. Y para poder vivir una vida verdaderamente humana necesitamos la comprensión del sentido de las realidades humanas.
La precariedad de nuestro conocimiento nos impide entender profundamente la realidad.
Ni la biología, la economía o la sociología pueden explicar acontecimientos históricos como la pandemia actual, su “por qué hoy”. La Historia comienza cada día y siempre es imprevisible.
Además, deseamos tener claridad acerca de nuestra propia vida. Saber vivir, encontrarle el sentido a nuestra realidad, poder reflexionar y tomar decisiones atinadas, que no es poca cosa. La clave es la pregunta: ¿debemos seguir viviendo como hasta ahora o hay caminos erróneos que tenemos que abandonar? ¿Qué actitud asumir frente al nuevo mundo que comienza? Lo único que no podemos es no hacer nada.
Una perspectiva profética
Según E. Fromm, (“La actualidad de los escritos proféticos” en El amor a la vida y “Profetas y sacerdotes” en Sobre la desobediencia y otros ensayos) al igual que los Profetas del Antiguo Testamento, en todo pueblo habitualmente existen los profetas. O deberían existir, porque su función en la comunidad humana no ha perdido vigencia y resultan de tanta actualidad como en el pasado.
El profeta no es un “vidente” en el sentido de un “adivino”, conocedor de un futuro ya establecido. Tampoco un enviado que anuncia “la ira de Dios”. Ni el mensajero de un misterioso augurio. La voz de profeta es la expresión de las necesidades y las exigencias de la condición humana.
Es un comunicador de la verdad. Su función es enunciar el sentido de una situación que los hombres pueden no estar viendo en profundidad.
Es hacer tomar conciencia de la índole del problema en cuestión: en una situación concreta, ante qué alternativas el hombre debe decidir y cuáles son las derivaciones inevitables de cada opción. Busca que despertemos a la realidad de que somos libres respecto de nuestras decisiones, pero no acerca de las consecuencias de esas decisiones.
Los profetas modernos son los pensadores que son legítimos y no traicionan su misión. Como es habitual, el poder no recibe de buena gana sus advertencias. Y aquéllos se ven enfrentados en forma constante a la resistencia de los humanos a enterarse y tomar conciencia. La indolencia y la indiferencia son sus enemigos letales.
La voz de los profetas es la que dice que hoy se derrumba un sistema que ha estado en manos del poder financiero. Con ello se ha pretendido uniformar el mundo (globalizar) desconociendo y despreciando las diferentes culturas. Pero la cultura humana no es homogénea y ese intento de desnaturalizar la realidad se hace cada vez más difícil de sostener.
El colapso actual pone al desnudo una realidad: el sistema funciona a costa del sudor de los sometidos, de modo que los de arriba, que son menos, necesitan de los de abajo, que son más. Sin la colaboración de éstos, colapsa el sistema. Todos necesitamos de todos.
Y las pandemias son más fuertes que las finanzas. Por eso, los amos de hoy empiezan a preocuparse por su suerte futura. Ahora podemos darnos cuenta que la injusticia y la marginación se vuelven un mal negocio para todos.
Un Imperio mundial se derrumba. Las columnas de hoy pronto pueden ser las ruinas de mañana. La tarea inteligente consiste en que los daños sean los menos posibles, y el esfuerzo de la reconstrucción lo más eficiente.
Por otro lado, el creyente no ve en los grandes episodios o calamidades “castigos divinos”, sino misteriosas estrategias con las que el Señor de la Historia va guiando el camino del hombre. Y es la Sabiduría la que intenta leer en los Signos de los Tiempos, durante el proceso hacia la madurez humana, el sentido de cada suceso y de cada época.
La hora de la Sabiduría
Aquello que hoy necesitamos, aquella visión de la realidad que la ciencia no puede dar: “saber qué hacer” y “cómo vivir una vida realmente humana”, lo ofrece la Sabiduría.
Este es verdaderamente el momento para la Sabiduría, que conduce a una comprensión de la realidad con sentidos que desencadena un profundo camino hacia la ciencia y el arte de saber vivir con otros.
El valor de la Sabiduría como una “condición virtuosa” ha sido reconocida desde siempre en múltiples fuentes culturales, filosóficas y religiosas. Y no se trata de una teoría sino de una práctica, de una experiencia, de un saber aplicado a la vida. Sabio es quien posee una adecuada cantidad de conocimientos y se distingue por usarlos con prudencia y sensatez. Y lo opuesto a la sabiduría es la estupidez.
Si bien la inteligencia no basta, tenemos que aspirar a vivir lo más inteligentemente posible. Hay mucha inteligencia en las ciencias, en los negocios, en la economía, pero a veces también mucha falta de sensatez en la vida de los científicos.
El don de “darse cuenta” y de “ver la cosas como son” es de un valor inestimable. En cambio, las interferencias emocionales (deseos y temores, simpatías y antipatías, fuerzas del inconsciente, etc.) distorsionan el pensamiento, así como los prejuicios impiden una deseable comprensión de los otros.
La sabiduría puede ser llamada la ciencia del obrar humano. Nos libera de la inutilidad, del sinsentido, de la incompetencia, de la superficialidad y del vivir en vano.
Nos da una lucidez que nos permite una apreciación de lo que vale la pena en la vida.
Genera una existencia responsable y digna, y la posibilidad de gozarla. Lleva a cada uno a hacer su propia vida más feliz, lúcida y libre. Con ella, la realidad se hace más clara, simple y directa, en lugar de lo incierta, ansiosa y confusa que se nos muestra en el estilo de vida de actual.
Nos brinda un saber práctico que abre caminos para la vida cotidiana en un mundo incoherente y cambiante.
En síntesis: la Sabiduría trata de responder a la pregunta: ¿Qué es bueno para el hombre? Y nos lleva a aprender el arte de vivir. Y para el mundo actual, que sufre una crisis terminal que requiere una refundación, “la clave está en una Sabiduría que transforme la “globalización de la indiferencia” en “globalización de la fraternidad” (Jesús Cepedano).
El autor es Licenciado en Psicología
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