ENVEJECIMIENTO DE LA POBLACIÓN Y VEJEZ DE LA PERSONA. PERSPECTIVAS ÉTICAS
ENVEJECIMIENTO DE LA POBLACIÓN Y VEJEZ DE LA PERSONA. PERSPECTIVAS ÉTICAS
* Sesión del día 26 de enero de 1999 González de Cardedal
p.250-252
El envejecimiento demográfico saca a la luz un problema circunstancial y un problema perenne: cómo configurar el final de nuestros días y cómo descubrir el fin de nuestra vida. Es un dato esencial de la vejez que quien llega al final de la vida se pregunta inevitablemente por el fin, es decir, por el sentido y con tenido de la vida, que concluye con tal debilitación y su negación aparen te por la muerte. Una sociedad que quiera responder al reto contemporáneo del envejecimiento de la población tiene que actuar en múltiples planos: desde la eco nomía y el derecho a la cultura, la ética y la religión, porque lo que está en juego es el vivir y el morir, el sentido de la vida personal o su negación por la muerte, la configuración de la propia existencia y la relación con los demás, la organización de la familia y el plan de la natalidad, la integración de la mujer en el trabajo y la capacidad para engendrar o el miedo a la vida por no saber qué contenidos otor garle, cómo educar a los hijos y cómo iniciarlos en el sentido de la existencia. Al anciano de nuestros días hay que corresponderle con servicios y pensiones, pero a la vez hay que responderle a aquellas necesidades que sólo se superan desde entre gas personales, desde renuncias vividas y desde la abertura a lo eterno. Y ésta es la última cuestión: ¿qué cultura o qué fe son capaces de suscitar esas actitudes y servicios, conducirnos a estas renuncias de unos para atender a los otros, de mane ra que la existencia no sea sólo una lucha por la propia afirmación, sino también una responsabilidad por el prójimo y con el prójimo? Nuestra cultura ha hecho grandes conquistas en el orden de la libertad; ahora bien, yo espero que no las pague con una inmensa soledad colectiva. Yo confío en que a la multitud solitaria de las grandes ciudades no sucedan los individuos solitarios en los pisos cerrados o en las residencias anónimas.
Como teólogo y creyente, me permito concluir con una serena esperanza en el hombre y una confianza optimista en la sociedad: donde crece el peligro abunda la salvación, y donde la tiniebla se adensa siempre irrumpe un rayo de cla ridad. Mi libro Madre y muerte concluía con una sentencia griega repetida por Hegel y otros muchos filósofos —Hic Rhodus hic saltus—para indicar que aquí tene mos un reto al que hemos de corresponder con generosidad y dignidad. Pero mis propias palabras últimas entonces, y sean las de hoy también, eran éstas:
Toda nueva era, toda cultura nueva y toda fase nueva de la vida personal nacen de
un amor y de una ruptura, de una memoria y de una decisión hacia el Futuro.
El cre yente se adentra en él, sereno y confiado, porque cada tiempo y toda
misión tienen su gracia propia.
Mi madre lo hubiera dicho más lacónicamente: •Dios da la ropa según es elfrío
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