¿Cuando surgen los monasterios?

 

 Antonio M. Poveda, profesor del departamento de Historia y Filosofía de la Universidad de Alcalá,  entre el 4 y 6 de noviembre organizó el I Curso Internacional de Cultura Monástica, bajo el título 'Los primeros monasterios y cenobios de Hispania, entre la Antigüedad Tardía y la Alta Edad Media (siglos V-X)’, donde se analizó la Tardoantigüedad de Hispania como un nuevo foco de investigación científica. 

Los primeros vestigios de la cultura monástica se recogen en el siglo III durante la vida y obra de San Antonio, un cristiano egipcio que abandonó todas sus posesiones en busca de la oración y contemplación de dios en el desierto. 

“Entre el siglo IV y V aparecen los primeros monasterios, muy modestos y pequeños, cuando estamos a menos de cien años de que el cristianismo se haya convertido en la religión oficial del Estado y, por tanto, no perseguida”, contextualiza el Antonio M. Poveda, “Roma comienza a evangelizar sus territorios creando centros de culto y actividad cristiana”. 

En la época, debido a la incapacidad del obispo que residía en el núcleo urbano de llegar a los confines sobre los que mantenía su autoridad -la diócesis-, se autorizó a que aquellas familias humildes que se organizaban para el autoabastecimiento fundaran monasterios, a pesar de que estas se convirtieran en competidoras económicas. 

Así, se convirtieron en un centro económico, social y cultural que, al mismo tiempo, permitía expandir el cristianismo. “El obispo es quien fundaba los monasterios, pero, al mismo tiempo, el cristianismo como un nuevo tipo de sociedad tenía que, al igual que los fenicios y los romanos en su momento, colonizar mediante la evangelización de los paganos -etimológicamente, aquellos que viven en el pagus, aldea o caserío de los territorios rurales.

 Es decir, el monasterio fue el invento de la época, tal y como atestiguan los investigadores, ya que cambiaron la vida en el territorio rural de la entonces Hispania”. 

Estos monasterios tenían sus zonas de enterramiento, de agricultura, ganado, hornos para cocinar y cocer utensilios, y lugares para dormir y disfrutar del ocio. Por lo tanto, se convirtieron en la piedra angular de producción y abastecimiento de aquellas latitudes, permitiendo explotar el territorio bajo el mensaje cristiano. De esta forma, aunque el obispo tuviera que renunciar expresamente al usufructo de estas tierras, seguía percibiendo los tributos derivados de las familias que vivían en estos monasterios que contaban con la aprobación de la diócesis. 

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