¿Quienes eran los begardos?

Enciclopedia católica 

Los begardos eran todos laicos, y como las beguinas, no estaban ligados a votos, la regla de vida que observaban no era uniforme, y los miembros de cada comunidad estaban sujetos solo a sus propios superiores locales, pero, contrario a las beguinas, no poseían propiedad privada; los hermanos de cada claustro tenían un solo fondo común, vivían juntos habitaban bajo un mismo techo y comían todos en la misma mesa. 

En su mayoría, aunque no siempre, eran hombres de origen humilde ---tejedores, tintoreros, bataneros, etc.--- y por ende estaban íntimamente relacionados con los gremios de artesanos de la ciudad. 

De hecho, ningún hombre podía ser admitido al convento de begardos de Bruselas   a menos que fuese un miembro de la compañía de tejedores, y este probablemente no haya sido un caso único.

A menudo los begardos eran hombres a quienes la fortuna no les había sonreído --- hombres que habían sobrevivido a sus amigos, o cuyos lazos familiares se habían quebrado por algún evento adverso, y quienes, por razones de salud pobre o de avanzada edad, o tal vez por algún accidente, no podían mantenerse o vivir solos. 

Si, como dice un escritor reciente, "las ciudades medievales de los Países Bajos encontraron en el beguinaje una solución a su cuestión femenina", el establecimiento de estas comunidades les proveyó al menos una solución parcial de otro problema que requería una respuesta: el difícil problema de cómo tratar con el trabajador agotado. 

Si bien el objeto principal de estas instituciones no era temporal, sino espiritual, se habían juntado en primer lugar para construir al hombre interior. 

Tampoco mientras trabajaban por su propia salvación, no descuidaban a sus vecinos en el mundo, y gracias a su íntima relación con el gremio de artesanos, fueron capaces de influenciar abundantemente la vida religiosa, y en gran medida moldear la opinión religiosa de las ciudades y pueblos de los Países Bajos, en todo caso, en el caso del proletariado, durante más de doscientos años.

Teniendo en cuenta las desdichadas y pisoteadas clases sociales de las cuales los begardos eran generalmente reclutados, y el hecho de que estaban tan poco impedidos por el control eclesiástico, no es sorprendente que el misticismo de algunos de ellos se convirtiera rápidamente en una especie de panteísmomístico, o que algunos de ellos gradualmente desarrollaran opiniones que no armonizaban con la fe católica; opiniones que, de hecho, si podemos confiar en Ruysbroek, parece haber diferido poco de las opiniones religiosas y políticas que profesan los anarquistas de hoy.


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