25. La aparición a Gregorio IX (LM, Milagros 1,2)Textos de San Buenaventura e ilustraciones de Giotto
VIDA DE SAN FRANCISCO DE ASÍS Textos de San Buenaventura e ilustraciones de Giotto https://www.franciscanos.org/buenaventura/buenaventura7.html |
| . | 25. La aparición a Gregorio IX (LM, Milagros 1,2) A la hora de narrar los milagros obrados después de la muerte de Francisco y aprobados en el proceso de su canonización, parece obligado dar comienzo por los que se relacionan con aquel en que de modo particular se pone de relieve el poder de la cruz de Jesús y se renueva su gloria: nuestro Santo fue condecorado con las sagradas llagas de la pasión de Cristo y su cuerpo quedó marcado exteriormente con el signo de la cruz, impreso ya en su corazón desde el principio de su conversión. A corroborar la firmeza indestructible de este estupendo milagro de las llagas y a alejar de la mente toda sombra de duda, no sólo contribuyen los testimonios, dignos de toda fe, de aquellos que las vieron y palparon, sino también las maravillosas apariciones y milagros que resplandecieron después de su muerte. El señor papa Gregorio IX, de feliz memoria, a quien el varón santo había anunciado proféticamente, cuando aún era el cardenal Hugolino, que sería sublimado a la dignidad apostólica, antes de inscribir al portaestandarte de la cruz en el catálogo de los santos, llevaba en su corazón alguna duda respecto de la llaga del costado. Pero una noche, según lo refería con lágrimas en los ojos el mismo pontífice, se le apareció en sueños el bienaventurado Francisco con una cierta severidad en el rostro, y, reprendiéndole por las perplejidades de su corazón, levantó el brazo derecho, le descubrió la llaga del costado y le pidió una copa para recoger en ella la sangre que abundante manaba de su costado. Le ofreció el sumo pontífice en sueños la copa que le pedía, y parecía llenarse hasta el borde de la sangre que brotaba del costado. Desde entonces se sintió atraído por este sagrado milagro con tanta devoción y con un celo tan ardiente, que no podía tolerar que nadie con altiva presunción tratase de impugnar y oscurecer la espléndida verdad de aquellas señales sin que fuese objeto de su severa corrección. * * * * * |

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