7. La aprobación de la Regla por Inocencio III (LM 3,10)San Francisco por Sam Buenaventura y Giotto

 7. La aprobación de la Regla por Inocencio III (LM 3,10)

tomado de https://www.franciscanos.org/buenaventura/buenaventura2.html

Inocencio III había quedado impresionado por las palabras del Cardenal Juan de San Pablo en favor del proyecto de Francisco: «Si rechazamos la demanda de este pobre como cosa del todo nueva y en extremo ardua, siendo así que no pide sino la confirmación de la forma de vida evangélica, guardémonos de inferir con ello una injuria al mismo Evangelio de Cristo. Pues si alguno llegare a afirmar que dentro de la observancia de la perfección evangélica o en el deseo de la misma se contiene algo nuevo, irracional o imposible de cumplir, sería convicto de blasfemo contra Cristo, autor del Evangelio». Luego, quedó admirado el pontífice al oír de boca de Francisco la interpretación de la parábola antes referida de los hijos del rey y de la mujer pobre: «No hay por qué temer que perezcan de hambre los hijos y herederos del Rey eterno, los cuales -nacidos, por virtud del Espíritu Santo, de una madre pobre, a imagen de Cristo Rey- han de ser engendrados en una religión pobrecilla por el espíritu de la pobreza. Pues si el Rey de los cielos promete a sus seguidores el reino eterno, ¿con cuánta más razón les suministrará todo aquello que comúnmente concede a buenos y malos?» Finalmente, al reconocer en Francisco al hombre que sostenía la basílica ruinosa, el papa quedó convencido de que allí estaba la mano de Dios.

Por eso, lleno de singular devoción, Inocencio accedió en todo a la petición del siervo de Cristo, y desde entonces le profesó siempre un afecto especial. De modo que le otorgó todo lo que le había pedido y le prometió que le concedería todavía mucho más. Aprobó la Regla, concedió al siervo de Dios y a todos los hermanos laicos que le acompañaban la facultad de predicar la penitencia y ordenó que se les hiciera la tonsura para que libremente pudieran predicar la palabra de Dios.

El aprobar oralmente una regla, como hizo Inocencio en esta ocasión, no significaba entonces una especie de simple tolerancia. Venía a ser una verdadera aprobación, gracias a la cual no afectó después a los hermanos menores la prohibición de que se redactaran nuevas reglas monásticas, dictada por el concilio IV de Letrán en 1215, prohibición que sí afectó, por ejemplo, a la Orden de Santo Domingo. Por otra parte, la tonsura de los hermanos los constituía clérigos, sustrayéndolos a la jurisdicción de los príncipes y poniéndolos bajo la tutela de la Iglesia. 

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