Carisma fundamental del franciscanismo

 Carisma fundamental del franciscanismo

Surge espontáneamente la pregunta sobre si no habrá que reconocer el carisma fundamental franciscano en el impulso de los principios a la penitencia, comprendida siguiendo las huellas de una conciencia eclesial muy profunda. 

El rápido e inmediato triunfo, inesperado para el mismo fundador, desplazó probablemente el núcleo central de su primitivo mensaje de conversión, la metanoia, en favor de formas más organizadas de vida, cuya expresión serán las diversas 

Órdenes religiosas. Las recientes investigaciones realizadas en tal sentido a propósito de movimientos análogos, confirmarían los puntos de contacto y las diferencias existentes entre dichos movimientos y el de san Francisco.

Conforme el mensaje era asumido por la creciente masa de los discípulos, tales nuevas formas cristalizaban en nuevos elementos jurídicos y doctrinales y hasta prevalecían. El Santo permanecía fiel en su interior a su propio ideal, prestándose a la vez -lo cual es uno de los rasgos más sublimes de su heroicidad y disponibilidad- a las directrices recomendadas por la Iglesia en sus intervenciones competentes, bajo la guía del Espíritu Santo.

La vasta fermentación franciscana se habría transformado, en parte bajo la potente personalidad del Santo y en parte por decisivas aportaciones externas, en los varios componentes históricos del fenómeno.

Los fratres poenitentiales se habrían convertido en fratres minores y su forma de vida, confiada inicialmente a simples recomendaciones, tendrá un primer módulo en la Regla no bulada, en la cual todavía se expresará con múltiples llamadas el elemento penitencial y espontáneo; después encontrará el modelo definitivo en la Regla bulada, en la que la exuberante riqueza exhortativa cristalizará en fórmulas estilísticamente estudiadas y jurídicamente precisas.

También las vírgenes que siguieron con Clara y sus primeras compañeras las enseñanzas de Francisco habían quedado prendadas por la atracción de la penitencia. También Clara había asumido, ante el altar de Santa María «la enseña de la santa penitencia» (LCl 8). Más aún, Clara misma dice que «el altísimo Padre celestial se dignó con su gracia iluminar mi corazón, para que, con el ejemplo y enseñanza de nuestro beatísimo padre san Francisco, hiciese yo penitencia» (RCl 6). Después, en su seguimiento, otras vírgenes y viudas se recluyeron «a hacer penitencia en monasterios» (TC 60).

Francisco ofreció a las Damas Pobres una sencilla forma de vida, confiada sobre todo a la gracia y frescor de sus corazones virginales, que gustaban realzar con su fervor los impulsos de la fidelidad al ideal elegido. Más tarde, cuando también allí madurarán nuevos acontecimientos y explicables presiones urgirán que se garantice la continuidad de la vida emprendida, vendrá la Regla, redactada por la hermana Clara según el modelo de la dejada por Francisco.

Además de los hermanos y de las esposas de Cristo, recuerda san Buenaventura que «numerosas personas, inflamadas por el fuego de su predicación, se comprometían a las nuevas normas de penitencia, según la forma recibida del varón de Dios» (LM 4,6).

El siervo de Cristo determinó que dicho modo de vida se llamara Orden de Hermanos de la Penitencia. «Pues así como consta que para los que tienden al cielo no hay otro camino ordinario que el de la penitencia, se comprende cuán meritorio sea ante Dios este estado que admite en su seno a clérigos y seglares, a vírgenes y casados de ambos sexos» (LM 4,6).

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