El jardin de San Damián

 

El jardincillo

También Francisco, sobre todo en los primeros tiempos de la fundación de la Orden, solía retirarse a San Damián para conversar sobre temas espirituales con la hermana Clara y las demás religiosas, para descansar algo de las fatigas del apostolado, y edificarse contemplando y admirando los ejemplos de virtud de los que cada una de aquellas místicas esposas de Nuestro Señor era una radiante encarnación. La visita más memorable de todas fue la del otoño de 1225, cuando habiendo ya recibido de Cristo el último sello sobre la roca de la Verna, el Pobrecillo de Dios se retiró cerca de aquel asilo de paz, donde Santa Clara se apresuraba a construir con sus manos virginales, próxima al minúsculo jardincito, una pequeña cabaña para el dulce Maestro.

Ocurrió que una mañana, mientras el sol se levantaba sobre el horizonte, y los pájaros entonaban sus canciones de amor, y el viento cantaba entre los cipreses, y las flores sonreían en torno, y la hermana agua murmuraba cerca, y todas las maravillas del poético valle espoletano se desplegaban ante sus ojos, Francisco, en aquel mismo pequeño jardín, improvisó las primeras estrofas del Cántico del Hermano Sol:



Altísimo, omnipotente, buen Señor,
tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición.

A ti solo, Altísimo, corresponden, 
y ningún hombre es digno de hacer de ti mención.

Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas,
especialmente el señor hermano sol,
el cual es día, y por el cual nos alumbras.

Y él es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.

Loado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las has formado luminosas y preciosas y bellas.

Loado seas, mi Señor, por el hermano viento,
y por el aire y el nublado y el sereno y todo tiempo,
por el cual a tus criaturas das sustento.

Loado seas, mi Señor, por la hermana agua,
la cual es muy útil y humilde y preciosa y casta.

Loado seas, mi Señor, por el hermano fuego,
por el cual alumbras la noche,
y él es bello y alegre y robusto y fuerte.

Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la madre tierra,
la cual nos sustenta y gobierna,
y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba.



Inútil todo comentario al himno maravilloso, celeste poema de fraternidad y de amor, alba radiante de la Divina Comedia, primera página de la literatura italiana. Notaremos solamente con Nediani que «jamás cántico humano y divino a la vez fue entonado en lugar más santo y más puro, más lejos del mundo y más cerca de Dios». Las dos estrofas del perdón y de la muerte fueron añadidas poco después en circunstancias diversas; pero entonces ciertamente que del corazón del Seráfico Padre brotó otra estrofa peregrina que no fue transcrita por la pluma de los hagiógrafos:



Laudato si', mi Signore, per sora nostra Chiara,
silenziosa l'hai formata, operosa et ingeniosa
a far che la sua luce allumini il cor nostro.




Vittorino Facchinetti, O.F.M., Los Santuarios Franciscanos. Tomo II: Asís, en la Umbría. Barcelona, Biblioteca Franciscana, 1928, pp. 100-119.

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