El místico y pequeño coro de San Damián

 

El místico y pequeño coro

Vittorino Facchinetti, O.F.M., Los Santuarios Franciscanos. Tomo II: Asís, en la Umbría. Barcelona, Biblioteca Franciscana, 1928, pp. 100-119.

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La profecía del Pobrecillo no tardó en cumplirse. Estamos en 1212. Clara Scifi, la virgen pura elegida por Dios para ser colaboradora de Francisco en la restauración religiosa y social que la Providencia le confiara, ha cumplido ya su heroico sacrificio sobre el altar de la Porciúncula. El Padre santo, después de la breve estancia en Bastia, la manda a vivir en el monasterio de benedictinas de San Pablo de Panzo, donde se le une su hermana Inés. Pero tampoco será esta la morada estable de las seráficas palomas, porque habrían de tener su nido en la soledad de San Damián.

Y un día de aquella florida primavera seráfica, las fundadoras de las Clarisas dejaron el hospedaje en la Abadía para encerrarse en pobre claustro franciscano, cercano al devoto santuario, que poco después había de ser rodeado por el dormitorio de las hermanas, el coro donde recitaban el oficio, y el refectorio encima del cual estaba la enfermería. Desde aquel día, no obstante las ampliaciones hechas posteriormente para adaptarlo a la morada de los religiosos, bien poco es lo que se ha cambiado en San Damián, «la roca espiritual de la señora pobreza», que habla a nuestro corazón el más místico de los lenguajes. En efecto, allí la piadosa plantita del bienaventurado Francisco, rodeada de sus virginales hermanas, hizo una vida de oración, de pureza, de caridad, de inmolación y de sacrificio. Confiando en su Esposo eucarístico, pudo un día desde aquellos muros echar a los sarracenos que rodeaban y asediaban la ciudad y habían ya asaltado el monasterio; desde la pequeña puerta que servía a las hermanas para recibir la santa comunión, Clara con sus hijas pudo mirar por última vez las reliquias del dulce Padre y Maestro, contemplar los restos transfigurados por el dolor y por el amor, besarle devotamente los prodigiosos estigmas.

El minúsculo coro, tan recogido, tan sencillo, tan pobre, con los toscos bancos, y los facistoles de madera apenas desbastada, que sirvió ya de prodigioso refugio a Francisco perseguido por la cólera paterna, bien merece una ilustración particular. Todo el que lo visita se queda aún hoy conmovido por tanta sencillez. Arrodillándose por algunos instantes en aquella tabla carcomida, dejándose embriagar el espíritu del silencio fascinador que envuelve el mísero oratorio ¿no sentís el perfume angélico de las Damianitas sepultadas allí cerca? ¿ No veis entrar de nuevo, devotas y modestas, a las piadosas religiosas, llamadas de sus celdas al son de la campanilla de Clara, para venir a saludar al Esposo, cantando los divinos oficios, leyendo en el breviario miniado por Fray León

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