FUNDACIÓN DE LA PRIMERA ORDEN DE SAN FRANCISCO

 Pedro Sembrador, San Francisco de Asís. Breve vida, La verdad católica, 411(1948) 

 FUNDACIÓN DE LA PRIMERA ORDEN 

Pocos días después de aquella memorable lectura del Evangelio, comenzó Francisco a ir todos los días a la ciudad. 

La inspiración divina le inflamaba y aguijoneaba. A los que encontraba a su paso los saludaba afectuosamente con estas palabras: "Hermanos, el Señor os de paz" y se acercaba a muchos de ellos y les hablaba con sencillez, fervorosamente, sobre el Reino de Cristo, sin predicarles propiamente sermones. 

Fue así como fueron adhiriéndose a él algunos discípulos. Tocó en suerte ser el primero a Bernardo de Quintaval, varón riquísimo y principal; le siguieron después Pedro de Catania, Canónigo de Asís; Egidio, conocido por Fray Gil, hijo de un propietario de la ciudad, etc. Francisco no les impuso largas prácticas; le bastaba una prueba para recibirlos: que renunciaran a todos sus bienes y que se decidieran a ir a pedir su sustento de puerta en puerta. 

Francisco no esperó tener muchos discípulos para dar principio a su campaña apostólica; tan pronto como reunió algunos de ellos, empezó a enviarlos a misionar de dos en dos por los valles del Apenino y los llanos de Umbría de las Marcas y de Toscana. 

Su punto de reunión era la Porciúncula. Cuando llegaron a 12, consideró Francisco que era llegado el momento de constituir formalmente su familia religiosa y al efecto escribió una Regla compuesta de algunas sentencias del Evangelio en la que además de los 3 votos ordinarios de pobreza, obediencia y castidad, se prescribía la renuncia de toda posesión aún en común. 

En cuanto la hubo terminado, lo que fue durante el mes de mayo de 1209, partieron todos para Roma buscando la aprobación de Su Santidad el Papa Inocencio III. 

Los Cardenales pusieron para ello muchas dificultades y el Papa, a pesar de su buena voluntad, sólo dio a Francisco esperanzas de que algún día sería aprobada; pero Dios vino en ayuda de Francisco inspirando al Santo Padre un sueño, en el que vio que la Basílica de Letrán, madre y cabeza de todas las Iglesias, amenazaba gran ruina y se venía ya al suelo, cuando un pobrecito, vestido de tosco sayal, descalzo y ceñido por recia cuerda, ponía sus hombros debajo de las paredes de la Iglesia y la enderezaba de tal manera, que parecía luego más recta y sólida que nunca. 

Otra vez fue el Santo al Palacio de Letrán y expuso al Papa su demanda y viendo Inocencio III la humildad, pureza y fervor de Francisco y acordándose de la visión que había tenido, conmovido lo abrazó, lo bendijo así corra, a todos sus frailes, confirmó su Regla y les mandó que predicasen la penitencia. La Primera Orden había quedado formal y solemnemente fundada. Esto ocurría en el año de 1209. 

Después de la aprobación de la Regia, no volvieron los frailes inmediatamente a la Porciúncula, sino que se establecieron no lejos de Asís, en una choza abandonada al borde de un famoso torrente que se llama Rivo Torto. 

Unos pocos meses después, la Comunidad Franciscana volvió a la Porciúncula. Francisco rogó a los Benedictinos del Monte Subasio le dieran asilo para él y sus compañeros. Estos, gustosísimos, le cedieron la Capilla de Nuestra Señora de los Angeles, la casa contigua y algunas parcelas de terreno, a condición de que considerasen aquel convento como cuna de la Orden de Frailes Menores. 

Poco tiempo después Francisco comenzó a predicar no sólo en las plazas de la ciudad, sino también en los templos; sus pláticas hacían tanto bien a quienes las escuchaban, que los mismos Canónigos le invitaron a que predicase en la propia Catedral los domingos. 


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