Iglesia de San Damián en Asís

 

SAN DAMIÁN
Santuario franciscano de Asís
 
por Vittorino Facchinetti, o.f.m.

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San Damián, verdadero oasis de serenidad y de paz, surge en medio del verde de los cipreses, de los viñedos y de los olivos, bajo el declive del Subasio, fuera de Porta Nuova, al oriente de la ciudad. 

Llégase allí después de diez minutos de camino por una senda campestre, llena de encantos y sonrisas, y aparece rodeado de toscos muros, como de austero y blanco collar.

En los tiempos del Pobrecillo no era más que una pobre capilla, dedicada al Santo Mártir cuyo nombre lleva; pertenecía a los Canónigos de la Catedral, los cuales, como estaba casi completamente en ruinas y por todos abandonada, la cedieron con gusto a Francisco, en los primeros tiempos de su conversión.

El piadosísimo joven había aprendido a amarla en aquellos días de lucha y de congoja en que pensaba abandonar el mundo y se dedicaba con entusiasmo al servicio de los pobres y de los leprosos, alternando aquellos cuidados con largas y ardientes oraciones solitarias ante la imagen del Crucifijo que se levantaba sobre el altar de la pequeña capilla.

Una mañana, mientras Francisco rogaba con extraordinario fervor al Altísimo para que se dignase hacerle conocer su divina voluntad, se animó el rostro del Cristo y por tres veces dejó salir de los labios estas palabras: «Ve, Francisco, y repara mi iglesia que se cae». El joven, volviendo tembloroso la mirada en torno suyo, notó que la capilla tenía urgente necesidad de ser restaurada, y se ofreció en seguida a seguir el mandato del cielo.

Empezó regalando a D. Pedro, el viejo custodio del santuario, su bolsa, rogándole tuviese siempre encendida una lámpara, por él, delante de la imagen del Crucifijo. Luego corrió a su casa, cargó su caballo de telas preciosas, las vendió todas en el mercado de Foligno y entregó lo recaudado en manos del sacerdote. Después de la prisión en la cárcel familiar, la renuncia de la propiedad hecha a los pies del Obispo y el noviciado en el hospital de Gubbio, el Pobrecillo de Dios volvió nuevamente

 a San Damián para empezar la restauración de la capilla, con las piedras mendigadas en limosna. Con la alegría del pajarillo que construye a sus pequeñuelos un blando nido viósele laborar día y noche en torno de la capillita, y a los que se maravillaban de ver al antiguo rey de los convites y de las fiestas transformado en un sencillo albañil, Francisco se contentaba con responderles: «Venid más bien a ayudarme también vosotros en esta obra, porque pronto surgirá aquí un monasterio de mujeres, cuya santa vida dará gloria, en toda la Iglesia, al Padre Celestial».

Vittorino Facchinetti, O.F.M., Los Santuarios Franciscanos. Tomo II: Asís, en la Umbría. Barcelona, Biblioteca Franciscana, 1928, pp. 100-119.

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