Francisco de Asís, juglar De Dios


Piero Bargellini, Los santos también son hombres. Madrid, Ediciones Rialp (Col. Patmos, Libros de espiritualidad - 116), 1964; pp. 107-123: San Francisco, hombre fantaseador.

Besó al leproso, se desposó con la pobreza, predicó a los pájaros, trató con el lobo; se apoyó un pedazo de madera en el hombro y fingió que tocaba el violín; se fabricó fantoches de nieve para expulsar de sí la tentación de la familia, y cuando se sintió moribundo, hizo que lo pusieran en el suelo.

Parecía como si representase, y, en efecto, representaba el papel de alter Christus, de otro Cristo, pero no para ostentar su virtud, sino para hacerse comprender por la gente importante que encontraba por el camino, que tropezaba en los mercados o a la que visitaba en los castillos.

«¿Qué otra cosa son los siervos de Dios –decía–, sino juglares suyos, que tienen que levantar el corazón de los hombres y que llevarlo hacia la alegría espiritual?»

Pues el corazón de los hombres se halla abrumado con muchos agobios: armas, bolsas, instrumentos de trabajo, competiciones, concupiscencias. El juglar de Dios les ofrece el espectáculo de su alegría, les recuerda que tienen un alma y que ese alma carece de hebillas. Que es una riqueza imperecedera.

El juglar de Dios representaba el Evangelio: y lo representaba a destiempo, dónde y cómo se le ocurría, en un bosque, a lo largo del camino, en medio de una plaza, dentro de un castillo, en un lugar sagrado y, a veces, hasta en el claustro de una Abadía. Los mismos monjes, los elegidos, se quedaban sorprendidos de aquella ingenua representación evangélica que ellos, entre tanta simbología y tanta liturgia, habían olvidado ya.

Era una pura representación evangélica, sin glosa, y apenas si era un anuncio. Pues «anunciaba vicios y virtudes, pena y gloria, con palabras abreviadas»."

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