Juan Pablo II y la igualdad de hombres y mujeres
Carta Apostólica Mulieris dignitatem, sobre la dignidad y la vocación de la mujer (1988) https://www.equipoagora.es/La-ideologia-de-genero-A389.html
El Papa Juan Pablo II trazó en este documento las raíces antropológicas y teológicas de la verdad de la persona humana: hombre y mujer. Clave del texto pontificio es que el ser humano es creado por Dios, está constituido con una verdad: una humanidad única diferenciada, hombre-mujer.
El texto pontificio parte del libro del Génesis: el hombre –varón y mujer– ha sido creado, no se ha hecho a sí mismo, por Dios; es la «culminación de la creación que vio Dios que era buena». El género humano, que tiene su origen en la llamada a la existencia del hombre y de la mujer, corona toda la obra de la creación, ambos son seres humanos en el mismo grado. También la descripción bíblica habla de la institución del matrimonio por parte de Dios, en el comienzo de la creación del hombre y de la mujer, como condición indispensable para la transmisión de la vida. Se trata de una relación recíproca, del hombre con la mujer y de la mujer con el hombre. Por todo ello «ser hombre» y «ser mujer» son realidades «queridas por Dios»: «en su igualdad y en su diferencia, uno y otro tienen una común dignidad».
La Carta de Juan Pablo II fue altavoz del hecho de que hombre y mujer «son creados como personas a imagen de Dios Amor para vivir en comunión». De ahí su reciprocidad, y de ahí que la persona esté llamada también a existir para los demás, convirtiéndose en un don. No es que Dios haya hecho “incompletos” al hombre y a la mujer, sino que los ha creado «para una comunión de personas, en la que cada uno puede ser “ayuda” para el otro porque son a la vez iguales en cuanto personas y complementarios en cuanto masculino y femenino». El amor, por lo tanto, es lo que define la verdad de la persona –hombre y mujer–, la esencia y el cometido de la familia; «por eso la familia recibe la misión de vivir, custodiar, revelar y comunicar el amor como reflejo vivo de Dios, que es amor».
Con estas ideas se entiende mejor el propósito de la ideología de género –liberar al hombre de su biología– y la crítica que hizo el entonces Cardenal Ratzinger: “Ya no se admite que la naturaleza tenga algo que decir; es mejor que el hombre pueda modelarse a su gusto (...). Todo esto, en el fondo disimula una insurrección del hombre contra los límites que lleva consigo en cuanto ser biológico. Se opone, en último extremo, a ser criatura. El hombre tiene que ser su propio creador, versión moderna de aquel «seréis como dioses»”
[Peter Seewald, La sal de la tierra, Palabra, Madrid 1997, p. 142.].
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