Joseph Ratzinger y Jurgen Habermas (2006). Dialéctica de la secularización. Sobre la razón y la religión.
Citación reseña: Cibanal, L. (2025).Reseña sobre el libro de Joseph Ratzinger yJurgen Habermas (2006). Dialéctica de lasecularización. Sobre la razón y la religión.Ediciones Encuentro. Cultura de los Cuidados,(70), 353-358. https://doi.org/10.14198/cuid.29104
Joseph Ratzinger y Jurgen Habermas (2006). Dialéctica de la secularización. Sobre la razón y la religión.
Se trata de un libro de bolsillo en el que estos prestigiosos autores abordan Los viejos y muchas veces controvertidos temas sobre la relación entre la Razón y la Religión o la Fe y la Razón.
Hacemos aquí una breve reseña sobre cómo abordan estos temas estos grandes autores. Los dos textos recogidos en este librito proceden de un diálogo que tuvo lugar en la Academia Católica de Baviera la tarde del 19 de enero de 2004. Sus autores son el entonces cardenal y teólogo J. Ratzinger prefecto de la Congregaciòn para la Doctrina de la Fe, (más tarde Benedicto XVI) y el filósofo J. Habermas conocido exponente del pensamiento laico de raíz ilustrada.
Recordemos que el propio Habermas ha dejado oír su voz en los principales debates que han interesado a la opinión pública de su país a lo largo de muchos años. La actitud de Alemania hacia su historia reciente, la política alemana de inmigración, la guerra de Irak, el proyecto de Constitución Europea o los problemas más candentes de la bioética son algunas de las muchas cuestiones de actualidad sobre las que Habermas ha vertido opiniones que han sido escuchadas con respeto en todo el mundo.
¿Y no es una cuestión que hoy interesa especialmente a la opinión pública europea la del lugar de la religión en las sociedades democráticas? Es notorio que a la sociedad europea le urge meditar sobre las base de la convivencia entre ciudadanos creyentes (sean de la religión que sean) y no creyentes y el respeto hacia las diversas religiones.
Habermas reconoce como un hecho más que probable la pervivencia futura de las religiones en las sociedades secularizadas. No estamos, por tanto, ante una dificultad pasajera que pueda abordarse con medidas coyunturales, sino ante un problema estructural que afecta a la definición del Estado liberal moderno. Teniendo esto en cuenta, no es de extrañar que un filósofo político como Habermas se ocupe de este problema.
Según Habermas en los debates públicos que afecten a las creencias religiosas de un sector de la ciudadanía, el Estado habría de mantenerse equidistante, sin prejuzgar en favor de una u otra parte.
Habermas sostiene que los ciudadanos laicos han de esforzarse por entender la perspectiva religiosa por más que no la compartan, contribuyendo activamente al proceso de traducción de los contenidos normativos de las tradiciones religiosas a un lenguaje comprensible para todos.
Con el paso de los siglos, en el cauce de esas tradiciones religiosas se han ido sedimentando percepciones morales, ideales de justicia y de vida buena que hoy van siendo borrados de la lógica del mercado. Habermas está persuadido de que la humanidad occidental, enfrentada a una creciente pérdida de sentido, se encuentra hoy muy necesitada de ese bagaje moral.
Por eso la secularización ha de entenderse como traducción. Sólo así se instaura la verdadera simetría en las relaciones políticas y se alcanza un modelo de secularización exportable a los países en los que el proceso de modernización ha adquirido tintes dramáticos y amenaza con descarrilar. La conclusión que se desprende de manera clara del discurso de Habermas es: supuesto que la sociedad postsecular tiene el mayor interés en defender la igualdad y dignidad de sus miembros, ¿por qué habría de ignorar los recursos para esta tarea que le brinda lsabiduría moral decantada en las tradiciones religiosas?
Echemos ahora una rápida mirada a la trayectoria intelectual del otro interlocutor, el teólogo Ratzinger, o más bien al aspecto de esa trayectoria que aquí más interesa.
Es una constante en la obra de este autor el subrayar el papel que desempeña la razón en el seno de la religión cristiana. Aunque hoy pueda sonar a paradoja, según Ratzinger el cristianismo es entendido a sí mismo desde muy pronto como una religión ilustrada, como prueba su temprana alianza con la filosofía griega. Al optar por el Dios de los filósofos frente al Dios de las religiones, el cristianismo se suma al esfuerzo desmitologizante del pensamiento racional. El cristianismo no desea ser entendido como un mito más, capaz de convivir con muchos otros en el marco del politeísmo pagano, sino como la verdad que salva.
El cristianismo entra en escena como síntesis de fe y razón, como religión ilustrada que hace creíble su pretensión de ser la religio vera recurriendo al discurso racional. La que por fin accede a la verdad anhelada.
Ratzinger ha insistido siempre en que esta síntesis de razón y fe es consustancial almcristianismo que no quiera degradarse en fideísmo. El futuro de la religión cristiana, la capacidad del evangelio para seguir proponiéndose como una noticia creíble, depende esencialmente de que sea fiel a esa vocación suya de proponerse como verdad a la que cabe aproximarse también por el camino de la razón.
Frente a las tendencias del pensamiento contemporáneo del mundo occidental en el que cunde la desconfianza respecto a la capacidad de la razón para iluminar el camino hacia la verdad; o el relativismo que se complace en afirmar el insuperable condicionamiento histórico de todo pensamiento. Se subrayan los límites infranqueables dentro de los cuales opera la razón humana y, en consecuencia, se juzga desmesurada la pretensión del cristianismo de ser la verdad; pues bien frente a estas tendencias del pensamiento contemporáneo, el creacionismo cristianismo insiste en que el sentido precede al sinsentido, en que el Logos del amor es anterior al azar y la necesidad.
En la medida en que el ser humano, imagen de Dios participa del Logos creador, es capaz de conocer la verdad y guiarse por su luz. Pertenece a la esencia del cristianismo el reivindicar la dignidad de la razón humana, el presentarse como religión ilustrada, sin rehuir el encuentro con la filosofía y la ciencia. El cristianismo ha de exponerse a la crítica racional, ha de descender a la arena de la discusión. El encuentro con la razón, también con la razón increyente. Es en realidad una exigencia interna del propio cristianismo.
El diálogo con Habermas no lo debemos ver como un hecho aislado, sino una nueva expresión de una firme voluntad de diálogo con el mundo laico, voluntad que deriva, según hemos visto, de una concepción que subraya el compromiso del cristianismo con la razón.
Según Habermas, el propio proceso democrático es capaz de salir garante de sus presupuestos normativos, sin necesidad de recurrir para ello a tradiciones religiosas o cosmovisivas. Es más, la vida democrática posee una dinámica propia que la capacita asimismo para suscitar “virtudes políticas” en los ciudadanos, es decir para animarles a la participación activa y comprometida en la gestación de la cosa pública.
Pero el hecho de que los fundamentos teóricos del Estado liberal sean sumamente sólidos no lo hace inmune a todo peligro. Habermas es muy sensible al riesgo que entraña la secularización, la cual puede provocar la indiferencia política por parte de aquellos ciudadanos que no se sienten suficientemente reconocidos en la esfera pública. La debilidad de los mecanismos reguladores del derecho internacional aumenta en los ciudadanos la sensación de estar sometidos a dinámicas incontrolables y fomenta la tendencia a la apatía política.
Es este contexto preocupante el que lleva a Habermas a sostener que la secularización ha de entenderse hoy como un proceso de aprendizaje recíproco entre el pensamiento laicon heredero de la ilustración y las tradiciones religiosas. Estas pueden aportar un rico caudal de principios éticos que, al ser traducidos al lenguaje de la razón, fortalezcan los lazos de la solidaridad ciudadana sin los que el Estado secular no puede subsistir.
También Ratzinger se refiere en su intervención al contexto histórico presente y a las exigencias que de él se derivan. El encuentro de las culturas de un mundo globalizado, sumado
al poder destructivo de la técnica humana, hace necesario encontrar una base ética común que regule la convivencia de los hombres y los pueblos. No está claro que la democracia pese a ser el mejor régimen político esté en condiciones de garantizar una base ética semejante.
La democracia opera de acuerdo con el principio de las mayorías, pero la historia también nos enseña que también las mayorías pueden ser ciegas e ignorar los derechos legítimos de las minorías.
El fenómeno del terrorismo internacional, alimentado por el fanatismo religioso, hace que no falten quienes ven en la religión una semilla de discordia, una rémora para el progreso de la humanidad. Y el propio Ratzinger reconoce que se dan tales patologías religiosas y sostiene por ello que la religión ha de mantener un diálogo permanente con la razón, diálogo que la purifica y la resguarda de tales excesos. Pero, a la vez, no deja de advertir que también se dan en nuestro tiempo patologías de la razón: baste pensar en la bomba atómica o en la fabricación
de seres humanos en el laboratorio. De aquí se sigue que también la razón ha de ser consciente
de sus propios límites y dispuesta a escuchar a las tradiciones religiosas de la humanidad y a dejarse purificar por ellas.
......
Ratzinger afirmará, en consecuencia, la necesaria correlatividad de razón y fe. En Europa, ese diálogo habrá de tener como interlocutores principales a la razón occidental secularizada y a la religión cristiana. Pero esto no significa que quepa excluir a las demás culturas. Antes bien, todas deberían participar en un diálogo polifónico que fomente a escala universal el proceso de mutua purificación de razón y religión.
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