POR Valeria Pereiras
Alfonso III, "El Magno", y su apuesta por Santiago
"A finales del siglo IX, Alfonso III, rey de Galicia y Asturias, tenía un objetivo claro: consolidar el culto a Santiago como motor espiritual y político de su reino. En medio de las amenazas musulmanas, la fe en el Apóstol se convirtió en símbolo de unidad y resistencia.
El monarca, conocido como Alfonso III “El Magno”, pensaba que consolidar Compostela como centro de devoción implicaba algo más que erguir una iglesia sobre el supuesto sepulcro del Apóstol: necesitaba el respaldo de Roma y envió una carta con su petición al pontífice Juan VIII, el papa número 107 de la iglesia católica".

Un papa sitiado que pide caballos
Durante su papado, que duró una década entre los años 872 y 882, Juan VIII vivió asediado por las incursiones sarracenas, que llegaban hasta las mismas puertas de Roma. El pontífice era un hombre de fe, pero también un líder político que sabía que para sobrevivir necesitaba aliados.
Para cumplir con el protocolo, además de la misiva, Alfonso III envió una embajada a Roma encabezada por el Conde Gisuado. La solicitud para consagrar la iglesia de Santiago fue recibida con un tono cordial, pero también práctico: el papa la autorizaba... a cambio de ayuda militar. Específicamente, de caballos rápidos y resistentes —los conocidos “alfaraces”— que los hispanos criaban y que tanto valor tenían para el combate.
Además de con la autorización, el enviado del rey regresó con las reliquias de los santos Adriano y Natalia, que darían origen a los monasterios de Boñar y Tuñón, y, según algunos relatos, acompañado por presbíteros que asegurarían la correcta consagración de la Catedral de Santiago".
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