En la muerte de un amigo Gonzalez de Cardedal








En la muerte de Juan Luís Ruiz de la Peña Olegario escribe un panegírico titulado TRÍPTICO PARA EL AMIGO MUERTO en Ediciones Universidad de Salamanca Enseñanza, 23, 2005, pp. 41-44

Comienza afirmado que hay territorios poblados y territorios despoblados, hay ciudades habitadas y hay ciudades deshabitadas; hay casas encendidas y hay casas apagadas. Es necesaria para que la casa esté encendida la presencia, la luz, la palabra, el trabajo de unos pocos hombres y mujeres libres para ser e ilusionados para trabajar conscientes de una misión encargada y decididos a llevarla gozosos hasta el final con todas sus consecuencias de gozo, de dolor o de gloria.
"José Luis era uno de esos hombres con cuya presencia profesional, trabajo personal y amistad cercana yo contaba. Todo ello en la sobriedad del trato ya que no nos vimos mucho. Nos bastaba sabernos existentes, cada uno en el lugar propio asignado por Dios y asumido por uno mismo gozosamente. Su presencia me fue una gracia, su ausencia la asumo como una exigencia de mayor verdad en la común vocación universitaria. En su memoria y agradecimiento describo tres trazos de su vida significativos para mí".

Empieza recordando que fue maestro de pueblo empezó por abajo en un pueblo de Extremadura, aficionado al teatro, haciendo personas a sus alumnos.Después fue profesor de universidad,donde asumió responsabilidades para hacer justicia.

Pero sobre todo fue un hombre de fe pasando de una fe heredada, recibida, a una fe personalizada y a una tradición constituida. Igual que Don Olegario pasó de una he heredada a una personal desde la interioridad cultivada, en aquella soledad, silencio y oración que son la condición necesaria para el encuentro lúcido con uno mismo, para el reconocimiento del prójimo en gratuidad, para el encuentro con Dios, en el doble sentido del término encuentro: nuestro descubrimiento de su realidad (sentido activo) y su llamada, palabra y misión para nosotros (sentido pasivo).
En este sentido José Luis mantuvo la coherencia, con la dignidad y sobriedad que reclaman tanto una conciencia crítica como una fe personalizada.

"Cuando hemos conocido a un hombre bueno, justo, miséricorde, santo, ya nunca podremos negar la posibilidad de la bondad, de la justicia, de la misericordia y de la santidad; ni podremos engañarnos a nosotros mismos, remitiéndonos a la injusticia y vulgaridad generalizadas. José Luis fue uno de aquellos hombres".

Olegario González de Cardedal Roma, noviembre de 2005


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