¿Qué es el hombre y quién es Dios en san Juan de la Cruz



González de Cardedal:

San Juan de la Cruz diferencia con dura nitidez lo que es el hombre y lo que es Dios, y para ello instaura todas las negaciones, renuncias y noches a fin de que el hombre reconozca la realidad sagrada de Dios en su insondable santidad y majestad, en las que él creado y mortal, se alberga originariamente y se recoge definitivamente, pero que tienen que ser reconocidas por sí mismas. 


Porque Dios es Dios y el hombre es su creatura: mortal, finita y pecadora. 

También aquí la percepción de la diferencia radical entre el hombre y Dios es la condición para una relación objetiva.

 Y la percepción de la cualitativa diferencia infinita entre Dios y el hombre, de su santidad, es la condición previa para que la experiencia de su amor sea recibida percibiendo toda su gratuidad y no sea utilizada nunca por el hombre como un elemento más de su autocomprehensión o autorrealización cerradas. 


+Dios sólo es Dios, es decir fundamento, salvación y garantía de la vida humana, cuando es reconocido en su divinidad previa, trascendente e inaccesible. 

+Cuando no es reconocido así, queda convertido en un juguete, un instrumento, una imagen del propio hombre. Y el juguete termina rompiéndose, el instrumento se torna, inservible, la imagen se emborracha. 

Hacia ese reconocimiento, preferencia y adoración del verdadero Dios divino, se orienta San Juan de la Cruz.

Desde aquí se entiende el radicalismo de las fórmulas que encontramos sobre todo en Subida y Noche«Sólo Dios es el que se ha de buscar y granjear»

Buscar a Dios en sí mismo y no a sí mismo en Dios, buscar la viva imagen de Dios dentro de sí, que es Cristo crucificado. 

Dos son las referencias fundamentales a la hora de orientar esta búsqueda de Dios: los salmos y San Agustín. 
Del salmista ha quedado en la tradición litúrgica y espiritual de la iglesia una doble afirmación: la necesidad de buscar el rostro de Dios siempre y el hecho de que el rostro de Dios ha sido sellado sobre nosotros, de tal forma que desde este sello que sella nuestra alma y nuestra búsqueda tenemos la capacidad de ir a su encuentro y de reconocerle. 

Por ello San Juan repite la necesidad de buscar a Dios sin cesar: «Lo cual como decimos el alma hace sin cesar, como lo aconseja David diciendo: "Buscad siempre la cara de Dios" (Sal 105, 4) y buscándole en todas las cosas en ninguna reparar hasta hallarle».


La búsqueda de Dios se orienta sobre todo hacia adentro antes que hacia afuera. Porque la naturaleza sólo refleja a Dios si Dios previamente ha sido identificado como tal en el corazón del hombre. 

La naturaleza es siempre y sólo el tercer invitado, silencioso y obediente, en el banquete y coloquio entre Dios y el hombre. Y repite las fórmulas agustinianas: «Que por eso San Agustín hablando en los Soliloquios con Dios decía: "no te hallaba, Señor, de fuera, porque mal te buscaba fuera, que estabas dentro"».«Y no le vayas a buscar fuera de ti, porque te distraerás y cansarás y no le hallarás más cierto, ni más presto, ni más cerca que dentro de ti».

 Esa búsqueda se hará en fe, porque sólo ella es la actitud connatural para reconocer al que nos desborda absolutamente a la vez que absolutamente nos identifica desde sí mismo. 

Y esa búsqueda es siempre eficaz, si se sale a buscarle «con un corazón desnudo y fuerte, libre de todos los males y bienes que puramente no son Dios».

Y sin embargo esta búsqueda nada tiene que ver con la búsqueda meramente filosófica. 

Quien busca a Dios va impulsado desde dentro con una luz que hace necesaria la búsqueda, que otorga la confianza del encuentro y que ofrece la luz necesaria para el reconocimiento y la identificación. 

No es la búsqueda escéptica, la que se hace por el placer de buscar y no por la necesidad de encontrar, la sospechosa o desesperada sino la búsqueda confiada de quien se sabe previamente encontrado, llamado y alumbrado por Dios. 

El fundamento de la búsqueda es múltiple: 

el hombre por ser imagen de Dios se orienta por naturaleza hacia su ejemplar. Esto hace nacer en él un deseo permanente de tender hacia Dios, deseo que se identifica con el más secreto movimiento de su ser.  

La impronta del origen crea en el hombre una memoria vida de su condición divina y de su origen eterno, por lo cual el hombre, extendido en mundo mediante la duración sabe de su originaria posición y radicación en Dios, es decir de su condición eterna. 

Al recordar el hombre lo que es deja que aflore hacia su conciencia la memoria de su origen divino, la secreta presencia de Dios, el anhelo de ir a su encuentro con todas sus potencias. San Juan de la Cruz podrá decirlo con otra palabra querida para él: 'toque'. La entraña del hombre está tocada por Dios y ese toque remueve su entero ser y alienta sus entradas de tal forma que nada fuera de Dios le es suficiente en su existencia




Es esta precedencia ontológica de Dios en el corazón del hombre la que propulsa el buscar y la que no para hasta encontrar a Dios. 

El encuentro es seguro si la búsqueda es auténtica, porque Dios se ha dejado conocer desde siempre por el hombre, y haber sido encontrados primero por él es la condición para que nosotros podamos reencontrarle. Dios es el primero también aquí. «¡Oh Señor Dios mío! ¿Quién te buscará con amor puro y sencillo que te deje de hallar muy a su gusto y voluntad, pues que tú te muestras primero y sales al encuentro de los que te desean?; fórmula variante de la afirmación de San Bernardo y de Pascal: «Tú no me buscarías si previamente no me hubieras encontrado».

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